sábado, 10 de febrero de 2024

La paz, imperativo categórico

 Según la ética, el valor supremo es la vida; por lo que la mayor amenaza para preservar y la calidad de vida es fomentar y la calidad de vida  es la violencia. Esta tiene dos causas: los eventos naturales como las enfermedades y los cataclismos, por un lado y, por el otro, la violencia que unos humanos ejercen sobre otros, siendo la guerra su más espernible manifestación. 

Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América

A la primera se la combate recurriendo a los conocimientos científicos y a la tecnología que  en ella se funda. La violencia entre los humanos se controla mediante la aplicación del método científico a la conducta humana. Todo lo cual confiere al ser humano un poder casi absoluto. A este poder, desde las revoluciones liberal-democráticas a partir del siglo XVII, pero sobre todo difuminada a partir de la Revolución Francesa (1789) lo llamamos LIBERTAD. El poder que otorga la libertad lo ejercen las colectividades mediante la política, a tenor de lo dicho por Rousseau, “la política (democráticamente concebida) es  el ejercicio de la libertad colectiva”. A la política se la dignifica mediante la ética. Los principios y valores éticos, al aplicarse a circunstancias concretas, se manifiestan en la conducta moral de cada uno y en la creación de instituciones y leyes en la esfera social. 
 
Se suelen concebir la ética y las leyes de dos maneras. Una, la habitual, es verla como una forma de controlar a quienes detentan el poder, no sólo  formalmente político, sino bajo cualquier otra forma, como son los llamados “poderes fácticos”, como el que se arrogan  los círculos financieros, los monopolios  mediático,  las organizaciones religiosas, las cámaras patronales, los gremios, a fin de que no se conviertan en guetos situados más allá del bien y del mal. Bajo esta óptica, la moral racional, concebida como la aplicación de la razón a la conducta humana a fin de regirla, junto con  las leyes positivas promulgadas por los organismos competentes y respetando los procedimientos formales, sólo ejerce una función meramente negativa: condenar y penalizar el mal bajo todas sus formas. 
 
La otra vertiente ve en las leyes e instituciones el instrumento adecuado e indispensable para incitar al bien como manera de provocar asco y menosprecio por el mal y sus consecuencias. En su forma más palpable, lo vemos en el papel que en la sociedad cumplen dos personajes o funciones socialmente admitidas y exaltadas: el maestro y el policía. EL primero tiene como función educar  a las nuevas generaciones en valores, el segundo castigar el vicio y la delincuencia; en medio de ambos están los políticos y los jueces, los primeros tienen como finalidad promulgar leyes justas que hagan realidad la práctica del bien común en la colectividad y los individuos; los segundos tienen como función interpretar la leyes  a la luz de los principios de la hermenéutica y siguiendo una sabia jurisprudencia, y así aplicar las leyes en circunstancias  concretas. 
 
La mayor responsabilidad  del ejercicio del poder recae sobre los hombros de la  humanidad de nuestros tiempos, pues nunca la especie sapiens había acumulado tanto poder; esta responsabilidad deben asumirla  especialmente de las naciones más poderosas, a tenor del principio ético, según el cual entre mayor poder se tiene, mayor es la responsabilidad que  se asume; en concreto, se  debe hacer que el poder que proviene de los avances y logros extraordinarios y cotidianos de la ciencia y de la tecnología no engendren muerte y destrucción, sino que se conviertan en instrumentos adecuados y poderosos para hacer realidad la utopía con que siempre han soñado los mejores hombres y mujeres de todas las épocas, culturas y regiones geográficas: LA PAZ. 
 
Como ha dicho Kant: la paz es la condición indispensable para  que se dé el milagro de la vida en todas sus manifestaciones; sin la paz, no habrá no habrá a muy corto plazo ninguna manifestación de vida en el planeta. Para lograr este objetivo, tan noble como indispensable, debemos acabar con la guerra contra la Naturaleza y terminar las guerras entre los humanos. Como primer paso para lograrlo, es imperativo que todas las naciones se sometan a los tribunales penales internacionales y apliquen los acuerdos a que se logren en las Naciones Unidas  y se cumplan escrupulosamente los fallos  y sentencias de los mencionados tribunales, todo en los plazos fijados de antemano. Por su parte, los medios de comunicación masivos deben convertirse en cátedras que buscan fomentar los más altos valores y no prestarse para no ser más que   instrumentos que incitan a la violencia y divulgan la mentira. 
 
Sólo se es libre si se usa el poder para cultivar valores altos, de lo contrario sólo hay libertinaje; y el libertinaje es prueba irrefutable de que se ha caído en el pantano de la decadencia. La mejor manera de preservar la biodiversidad como tesoro invaluable  y don de la Naturaleza, es enamorarse de la Naturaleza  por ser lo que es. La mejor manera de controlar la violencia es enamorarse del bien y de la belleza. En conclusión, y siguiendo las enseñanzas de Kant, la paz se ha convertido, hoy más que nunca, en un “imperativo categórico”.      

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