Buena parte del poderío del sistema está hoy colocado en potenciar un ecologismo que no cuestiona al capitalismo, con los más diversos nombres (incluyendo la “minería verde” o sustentable), para convencer a los ambientalistas de que necesitan creer en políticas progresistas.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
La reciente Cumbre Mundial del Clima (COP 28), realizada en Dubai, Emiratos Árabes Unidos, mostró que promover el cuidado del clima y la transición hacia energías renovables es profundamente hipócrita cuando el evento se realiza en un país dependiente de los combustibles fósiles, y se designa como presidente de la COP al director ejecutivo de la Compañía Nacional de Petróleo.
Como señala la organización Grain, la COP “pareció más un evento empresarial” en vez de una cumbre intergubernamental sobre el clima; un encuentro similar al Foro de Davos, donde se reúnen multimillonarios. Grain agrega que “el personal dedicado al cabildeo de la industria de los combustibles fósiles y de la carne sumó un récord de 2 mil 756 personas que repletaron las salas y pasillos” (https://goo.su/Va2doR2).
Concluye que “la COP ha sido capturada por las corporaciones de los alimentos y los agronegocios” y que todas sus declaraciones son huecas, meras pantomimas y propaganda para consumo del público despistado que, lamentablemente, no es poco y abunda incluso en organizaciones que se reclaman ambientalistas. Es una pena que todavía existan movimientos sociales que dan credibilidad a estas reuniones e incluso asistan a estos eventos revistiéndolos de una cuestionable legitimidad.
Creo que necesitamos comprender que el capitalismo realmente existente es profundamente dependiente de los combustibles fósiles, que Estados Unidos, como núcleo central de capitalismo, es intrínsecamente dependiente del petróleo y el gas, y que no puede ni quiere desprenderse de ellos. De hecho, el ascenso estadunidense al rango de potencia mundial coincide con los descubrimientos y la explotación de petróleo; y remachó su predominio con el acuerdo con Arabia Saudita de 1945.
La especialista en temas energéticos Gail Tverberg sostiene que el sistema actual depende de los combustibles fósiles, que se utilizan en todo tipo de actividades, desde la Internet y la fabricación de paneles solares hasta la construcción de edificios, la extracción de materias primas y el transporte de mercancías.
Pero es en la agricultura donde la dependencia de los combustibles fósiles es determinante, ya que “se ha vuelto increíblemente eficiente utilizando grandes equipos mecánicos, generalmente impulsados por diésel, junto con una gran cantidad de productos químicos, incluidos herbicidas, insecticidas y fertilizantes”, sostiene en el portal oilprice.com (https://goo.su/xfUPS6G).
Salir de la agricultura de las corporaciones supondría para los países ricos vivir como la mayoría de las naciones africanas, que “utilizan muy pocos combustibles fósiles”, o que sus poblaciones vivan como los pueblos originarios y campesinos de América Latina, donde el tiempo de trabajo está dedicado principalmente a la tierra y casi no se utilizan combustibles ni agroquímicos.
Un último dato que vincula al capitalismo a la depredación de la naturaleza, lo ofrece un informe donde se asegura que los ilícitos ambientales son la cuarta actividad delictiva más lucrativa del mundo. Se refiera a la deforestación ilegal, la minería, la pesca y el comercio de especies silvestres que “se han convertido en un enorme motor financiero, que en 2018 se estimaba que generaba entre 110 mil y 281 mil millones de dólares en ingresos ilícitos anuales a escala global, según datos de la Interpol” (https://goo.su/lyCfs0j).
Como sabemos, nuestro continente es especialmente vulnerable a los delitos contra la naturaleza, por su biodiversidad y abundancia de minerales y agua. Las legislaciones que impulsan los gobiernos no consiguen frenar los emprendimientos extractivos ni atemperar los daños al ambiente.
Cabe preguntarse por qué tanto alboroto en torno a la transición energética y al uso de energías renovables. Buena parte del poderío del sistema está hoy colocado en potenciar un ecologismo que no cuestiona al capitalismo, con los más diversos nombres (incluyendo la “minería verde” o sustentable), para convencer a los ambientalistas de que necesitan creer en políticas progresistas.
No es cierto que los grandes eventos como las COP, las conferencias mundiales sobre la mujer y contra el racismo de Naciones Unidas, no hayan conseguido gran cosa. Han conseguido mucho más de lo que uno podía esperar, pero de un modo indirecto: le dieron vida a los progres del mundo que entretienen a los de abajo sin promover cambios reales.
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