“La historia no es teleológica, lo que significa que el desarrollo histórico no va a ninguna parte, sino que, al contrario, procede de algún sitio.” Chris Wickham[1]
Dentro de ese proceso, Hobsbawm destacó en particular el deterioro de la capacidad de los Estados del último cuarto del siglo XX para atender al desarrollo social de sus países, que habían disfrutado de una verdadera edad dorada de crecimiento económico entre las décadas de 1950 y 1970. En un mundo que iniciaba su rápida transición a la globalización al calor de la Cuarta Revolución Industrial – la de Internet, que integraba los procesos de producción, distribución y consumo a escala planetaria a un ritmo sin precedentes en la historia del mercado mundial -, y en el que la autoridad pública tendía a reducir sus funciones a tareas de administración, seguridad y control, a Hobsbawm le parecía evidente “que el principal problema del mundo, y por supuesto del mundo desarrollado, no era cómo multiplicar la riqueza de las naciones, sino cómo distribuirla en beneficio de sus habitantes.”[3] Y a ese planteamiento – que no podía ser más heterodoxo en aquellos tiempos– añadió lo siguiente:
La distribución social y no el crecimiento es lo que dominará las políticas del nuevo milenio. Para detener la inminente crisis ecológica es imprescindible que el mercado no se ocupe de asignar los recursos o, al menos, que se limiten tajantemente las asignaciones del mercado. De una manera o de otra, el destino de la humanidad en el nuevo milenio dependerá de la restauración de las autoridades públicas.[4]
A tres décadas de entonces, y al cabo de una sesión de la 80 Asamblea General de las Naciones Unidas, que dejó en evidencia la gravedad de las disonancias internas de esa organización, Luiz Inácio Lula Da Silva, Presidente de la República Federativa de Brasil, ha publicado en el periódico mexicano La Jornada un artículo titulado “La existencia del hambre es una decisión política.”[5] Allí, el obrero metalúrgico de orientación socialcristiana que ha llegado a ocupar en tres ocasiones la presidencia de su país, despliega un singular encuentro con las razones del historiador británico en el seno de lo realmente fundamental en la tradición política que los vincula. Así, dice el presidente Da Silva,
El hambre no es una condición natural de la humanidad ni una tragedia inevitable, sino el resultado de las decisiones de los gobiernos y los sistemas económicos que han optado por ignorar las desigualdades. O incluso por promoverlas.
El mismo orden económico que niega a 673 millones de personas el acceso a una alimentación adecuada permite que un selecto grupo de 3 mil multimillonarios controle 14.6 por ciento del producto interno bruto (PIB) global.
Y añade enseguida que, en 2024, “las naciones más ricas contribuyeron a impulsar el mayor aumento de gastos militares desde el fin de la guerra fría, que ascendieron a 2.7 billones de dólares ese año. Sin embargo, no cumplieron el compromiso que habían asumido de destinar 0.7 por ciento de su PIB en acciones concretas para promover el desarrollo en los países más pobres.”
No se trata, por otra parte, de una mera prolongación de inercias en el funcionamiento del sistema internacional creado tras la Segunda Guerra Mundial. Ahora, dice el presidente Da Silva “no sólo tenemos las tragedias de la guerra y el hambre que se retroalimentan, sino también la urgente crisis climática”, y esto demanda entender que el acuerdo entre las naciones “creado para resolver los desafíos de 1945 ya no responde a los problemas actuales.” Esto hace necesario “reformar los mecanismos globales de gobernanza,” para lo cual es necesario
fortalecer el multilateralismo, crear flujos de inversión que promuevan el desarrollo sostenible y garantizar que los Estados tengan la capacidad de implementar políticas públicas coherentes para combatir el hambre y la pobreza.
Es fundamental incluir a los pobres en el presupuesto público y a los más ricos en el impuesto de la renta. Esto implica justicia fiscal y tributación de los superricos, un tema que logramos incluir por primera vez en la declaración final de la cumbre del G-20 en noviembre de 2024, bajo la presidencia brasileña. Un cambio simbólico, pero histórico.
En este mismo sentido, añade Da Silva, Brasil propuso en el G-20 “la creación de la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza. Aunque es una iniciativa reciente, ya cuenta con 200 miembros: 103 países y 97 asociados, entre los que se encuentran fundaciones y organizaciones. No se trata sólo de intercambiar experiencias, sino de movilizar recursos y exigir compromisos.” Con esa Alianza,
queremos que los países tengan las capacidades necesarias para aplicar políticas que reduzcan eficazmente la desigualdad y garanticen el derecho a una alimentación adecuada. Políticas que den resultados rápidos, como los registrados en Brasil después de que, en 2023, eleváramos la lucha contra el hambre a la categoría de prioridad gubernamental.
En ese proceso, dice, Brasil ha logrado mejorar y ampliar “nuestro principal mecanismo de transferencia de renta, que ahora llega a 20 millones de hogares, prestando especial atención a 8.5 millones de niños menores de seis años.” A eso se agrega haber ampliado “los recursos destinados a la alimentación gratuita en las escuelas públicas, lo que beneficia a 40 millones de estudiantes. Gracias a la compra pública de alimentos, garantizamos ingresos a las familias de pequeños agricultores y distribuimos comida gratuita y de calidad a quienes realmente la necesitan. Además, hemos aumentado el suministro gratuito de gas para cocinar y electricidad a las personas con menos ingresos, lo que les permite destinar parte de su presupuesto a reforzar su seguridad alimentaria.”
Al propio tiempo, sabiendo que “ninguna de estas políticas puede sostenerse sin un entorno económico que la impulse” y que cuando hay empleo e ingresos, “el hambre se reduce”, Brasil adoptó “una política económica que priorizó el aumento de los salarios y nos llevó al índice de desempleo más bajo jamás registrado en Brasil. También conseguimos el índice más bajo de desigualdad de ingresos familiares per cápita.”
Para el presidente Da Silva, si bien Brasil aún tiene mucho camino por recorrer para garantizar la seguridad alimentaria de toda su población, “estos resultados demuestran que la acción del Estado puede acabar con el flagelo del hambre.” Sin embargo, para que estas iniciativas tengan éxito,
es necesario cambiar las prioridades mundiales: invertir en desarrollo en lugar de en guerras, dar prioridad a la lucha contra la desigualdad en lugar de a las políticas económicas restrictivas que durante décadas han provocado una enorme concentración de la riqueza y afrontar el reto del cambio climático situando a las personas en el centro de nuestras preocupaciones.
Esta reflexión del presidente Da Silva lo lleva a plantear que Brasil, como sede de la próxima XXX Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático que tendrá lugar en la ciudad amazónica de Belém, “quiere demostrar que la lucha contra el cambio climático debe ir de la mano de la lucha contra el hambre y la pobreza.” En Belém, dice,
queremos adoptar una Declaración sobre el Hambre, la Pobreza y el Clima, que reconozca los impactos profundamente desiguales del cambio climático y su papel en el agravamiento del hambre en ciertas regiones del mundo.
Estos mensajes, dice, “muestran que los cambios son urgentes, pero también posibles. Porque la humanidad, que ha creado el veneno del hambre contra sí misma, también es capaz de producir su antídoto.”
Sin buscarlo ni proponérselo, el encuentro de Eric Hobsbawm y Luis Inácio Lula Da Silva en un instante de nuestro tiempo da cuenta, así, de las relaciones de continuidad y ruptura en la formación y el desarrollo de las tendencias de cambio en la crisis de transición histórica en la que vivimos. Tal es el viento en el mundo del que una vez nos hablara el argentino Aníbal Ponce. De allí nos viene – hoy, en nuestros tiempos y para ellos – la temprana certeza con que José Martí supo advertirnos en nuestra América que
“No hay proa que taje una nube de ideas.
Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo,
para, como la bandera mística del juicio final,
a un escuadrón de acorazados.” [6]
De estas fuentes procede una parte cada vez más importante de la historia que nos corresponde construir. Estemos a ello.
Alto Boquete, Panamá, 17 de octubre de 2025
NOTAS:
[1] Europa en la Edad Media. Una nueva interpretación. Crítica, Barcelona, 2017. http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/europa_en_la_edad_media.pdf
[2] Para una mejor comprensión de la visión de los problemas del socialismo a fines del siglo XX y comienzos del XXI, tiene especial interés su libro Cómo Cambiar el Mundo (Crítica, Barcelona, 2012), que alude justamente a las circunstancias de origen de muchos de los factores que han contribuido y contribuyen a la resistencia al neoliberalismo en el mundo Noratlántico y su cercana periferia americana.
[3] Hobsbawm, Eric, (1993: 569) Historia del Siglo XX, Crítica, Barcelona
[4] Hobsbawm (1993: 569-570).
[5] https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/10/14/politica/la-existencia-del-hambre-es-una-decision-politica . El tema también fue abordado en términos convergentes por el papa León XIV con ocasión del 80 Aniversario de creación de la FAO, en Roma. https://adn.celam.org/si-se-derrota-el-hambre-la-paz-sera-el-terreno-fertil-del-bien-comun-el-papa-leon-xiv-ante-la-fao/
[6] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 15.
No hay comentarios:
Publicar un comentario