Se conoce como “Tapón del Darién” a la provincia panameña que sirve de frontera natural entre Centro y Suramérica. Pero en nuestra región, devorada por la geopolítica estadounidense, parece levantarse otra frontera mayor: una suerte de muro cultural y político, el “Darién ideológico”, que no nos permite comprender que somos parte de América Latina y el Caribe, y no solo la frontera sur y más pobre del imperio.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: los presidentes centroamericanos y la Secretaria de Estado de EE.UU., reunidos en Guatemala).
La Secretaria de Estado del gobierno de los Estados Unidos, Hillary Clinton, culminó el viernes (5 de marzo) su gira latinoamericana con una visita de dos días a Centroamérica, que incluyó sendas reuniones en Costa Rica y Guatemala, y a las que acudieron, presurosos, los presidentes del área (con la única excepción de Daniel Ortega, de Nicaragua, que declinó desde el principio su participación en los cónclaves), o sus delegaciones oficiales (el caso de Panamá).
Sobrepasados por las acciones delictivas de las mafias del narcotráfico –infiltradas en los aparatos de seguridad de los Estados y, no pocas veces, en el financiamiento de campañas electorales-, y sin fuerza política y económica para solucionar los crecientes problemas de criminalidad y violencia social derivados de un modelo de desarrollo –el neoliberal- profundamente excluyente, y al que ni siquiera son capaces de cuestionar su lógica destructiva, los presidentes colmaron de peticiones y solicitudes a la Secretaria de Estado.
Como era de esperar en el actual contexto de crisis de hegemonía de los Estados Unidos, no obtuvieron por respuesta más que retórica, promesas de buena voluntad y ningún acuerdo concreto de cooperación. Un diario como La Nación de Costa Rica, profundamente conservador, neoliberal y representativo del establishment centroamericano, no ocultó su frustración y lamentó que el tema del narcotráfico y la seguridad ocuparan “una dimensión tan modesta en la agenda” (La Nación, 06-03-2010. Pág. 30A) de la funcionaria, y que sus declaraciones públicas no fueran sino escuetos lugares comunes, propios de estas citas diplomáticas.
Pero si la gira de la señora Clinton fue magra en resultados tangibles, incluso para esa nueva oligarquía transregional que realmente tiene el poder de Guatemala a Panamá; en cambio, fue bastante ilustrativa de la persistencia de las líneas maestras de la política exterior de Washington para América Latina, y por supuesto, de la fidelidad de nuestras patrióticas élites para sujetarse a los intereses norteamericanos.
La Secretaria de Estado reafirmó los elementos clave de la geopolítica de su país para Centroamérica, delineados hace un año por el Vicepresidente Joe Biden en la cumbre de San José: en primer lugar, la profundización del “libre comercio” como instrumento de integración económica, articulando para ello los tratados de Estados Unidos con México, Centroamérica y República Dominicana. Es decir, un dogma de fe neoliberal que “no se escoge, se acepta” (http://www.elpais.cr/, 05-03, 2010), como lo declaró, con su prominente autoritarismo, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, durante la reunión ministerial de la Iniciativa Caminos para la Prosperidad en las Américas (último engendro panamericanista de George W. Bush).
En segundo lugar, la señora Clinton garantizó la continuidad de la guerra contra el narcotráfico, ahora con un nuevo instrumento: la Iniciativa de Seguridad Regional Centroamericana, que completa el triángulo de la dominación estratégica junto al Plan Colombia y el Plan Mérida. Sin embargo, consciente de las estrecheces de la economía de su país, descartó un aumento de la ayuda financiera para esta guerra, y se limitó a decir que “vamos a continuar haciendo lo que se pueda con los gobiernos de la región” (La Nación, 5-3-2010, p. 6A).
Y por último, la cabeza visible del Departamento de Estado logró lo que, a nuestro juicio, era el objetivo real de su visita, y en el que venía trabajando desde hace varios meses: que los gobiernos de Centroamérica (de nuevo, menos Nicaragua) y República Dominicana legitimaran el reingreso de Honduras y del gobierno postgolpista de Porfirio Lobo, a los foros de integración centroamericana y a la Organización de Estados Americanos. Noticia que fue celebrada por los golpistas, junto al anuncio de que la Administración Obama, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional descongelarán los fondos de ayuda financiera al régimen hondureño.
La exitosa presión diplomática para “normalizar” el golpe de Estado, no hace sino revelar el drama histórico centroamericano en sus relaciones con Estados Unidos: la condición de patio trasero que las élites centroamericanas han forjado como destino para países a los que, además, intentan manejar como haciendas o plantaciones ofertadas al capital extranjero.
Se conoce como “Tapón del Darién” a la provincia panameña que sirve de frontera natural entre Centro y Suramérica. Pero en nuestra región, devorada por la geopolítica estadounidense, parece levantarse otra frontera mayor: una suerte de muro cultural y político, el “Darién ideológico”, que no nos permite comprender que somos parte de América Latina y el Caribe, y no solo la frontera sur y más pobre del imperio. Un muro levantado por la mentalidad colonizada de dirigentes y grupos de poder económico, que le impide a nuestros pueblos mirar y unirse a los procesos políticos y sociales que, desde hace más de una década, reconfiguran desde el sur de nuestra América las grandes tendencias de las relaciones interamericanas.
Allí, en la “prohibida” ruta de la integración nuestroamericana, existen las potencialidades para construir un futuro diferente en Centroamérica, y no el sometimiento que exige el panamericanismo, que nos consume poco a poco en la entrañas del monstruo.
Pero nada de esto parece importar a quienes insisten, una vez y otra también, en atar el destino de nuestros países a una potencia enferma.
La Secretaria de Estado del gobierno de los Estados Unidos, Hillary Clinton, culminó el viernes (5 de marzo) su gira latinoamericana con una visita de dos días a Centroamérica, que incluyó sendas reuniones en Costa Rica y Guatemala, y a las que acudieron, presurosos, los presidentes del área (con la única excepción de Daniel Ortega, de Nicaragua, que declinó desde el principio su participación en los cónclaves), o sus delegaciones oficiales (el caso de Panamá).
Sobrepasados por las acciones delictivas de las mafias del narcotráfico –infiltradas en los aparatos de seguridad de los Estados y, no pocas veces, en el financiamiento de campañas electorales-, y sin fuerza política y económica para solucionar los crecientes problemas de criminalidad y violencia social derivados de un modelo de desarrollo –el neoliberal- profundamente excluyente, y al que ni siquiera son capaces de cuestionar su lógica destructiva, los presidentes colmaron de peticiones y solicitudes a la Secretaria de Estado.
Como era de esperar en el actual contexto de crisis de hegemonía de los Estados Unidos, no obtuvieron por respuesta más que retórica, promesas de buena voluntad y ningún acuerdo concreto de cooperación. Un diario como La Nación de Costa Rica, profundamente conservador, neoliberal y representativo del establishment centroamericano, no ocultó su frustración y lamentó que el tema del narcotráfico y la seguridad ocuparan “una dimensión tan modesta en la agenda” (La Nación, 06-03-2010. Pág. 30A) de la funcionaria, y que sus declaraciones públicas no fueran sino escuetos lugares comunes, propios de estas citas diplomáticas.
Pero si la gira de la señora Clinton fue magra en resultados tangibles, incluso para esa nueva oligarquía transregional que realmente tiene el poder de Guatemala a Panamá; en cambio, fue bastante ilustrativa de la persistencia de las líneas maestras de la política exterior de Washington para América Latina, y por supuesto, de la fidelidad de nuestras patrióticas élites para sujetarse a los intereses norteamericanos.
La Secretaria de Estado reafirmó los elementos clave de la geopolítica de su país para Centroamérica, delineados hace un año por el Vicepresidente Joe Biden en la cumbre de San José: en primer lugar, la profundización del “libre comercio” como instrumento de integración económica, articulando para ello los tratados de Estados Unidos con México, Centroamérica y República Dominicana. Es decir, un dogma de fe neoliberal que “no se escoge, se acepta” (http://www.elpais.cr/, 05-03, 2010), como lo declaró, con su prominente autoritarismo, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, durante la reunión ministerial de la Iniciativa Caminos para la Prosperidad en las Américas (último engendro panamericanista de George W. Bush).
En segundo lugar, la señora Clinton garantizó la continuidad de la guerra contra el narcotráfico, ahora con un nuevo instrumento: la Iniciativa de Seguridad Regional Centroamericana, que completa el triángulo de la dominación estratégica junto al Plan Colombia y el Plan Mérida. Sin embargo, consciente de las estrecheces de la economía de su país, descartó un aumento de la ayuda financiera para esta guerra, y se limitó a decir que “vamos a continuar haciendo lo que se pueda con los gobiernos de la región” (La Nación, 5-3-2010, p. 6A).
Y por último, la cabeza visible del Departamento de Estado logró lo que, a nuestro juicio, era el objetivo real de su visita, y en el que venía trabajando desde hace varios meses: que los gobiernos de Centroamérica (de nuevo, menos Nicaragua) y República Dominicana legitimaran el reingreso de Honduras y del gobierno postgolpista de Porfirio Lobo, a los foros de integración centroamericana y a la Organización de Estados Americanos. Noticia que fue celebrada por los golpistas, junto al anuncio de que la Administración Obama, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional descongelarán los fondos de ayuda financiera al régimen hondureño.
La exitosa presión diplomática para “normalizar” el golpe de Estado, no hace sino revelar el drama histórico centroamericano en sus relaciones con Estados Unidos: la condición de patio trasero que las élites centroamericanas han forjado como destino para países a los que, además, intentan manejar como haciendas o plantaciones ofertadas al capital extranjero.
Se conoce como “Tapón del Darién” a la provincia panameña que sirve de frontera natural entre Centro y Suramérica. Pero en nuestra región, devorada por la geopolítica estadounidense, parece levantarse otra frontera mayor: una suerte de muro cultural y político, el “Darién ideológico”, que no nos permite comprender que somos parte de América Latina y el Caribe, y no solo la frontera sur y más pobre del imperio. Un muro levantado por la mentalidad colonizada de dirigentes y grupos de poder económico, que le impide a nuestros pueblos mirar y unirse a los procesos políticos y sociales que, desde hace más de una década, reconfiguran desde el sur de nuestra América las grandes tendencias de las relaciones interamericanas.
Allí, en la “prohibida” ruta de la integración nuestroamericana, existen las potencialidades para construir un futuro diferente en Centroamérica, y no el sometimiento que exige el panamericanismo, que nos consume poco a poco en la entrañas del monstruo.
Pero nada de esto parece importar a quienes insisten, una vez y otra también, en atar el destino de nuestros países a una potencia enferma.
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