Los observadores que auguran el fin del neoliberalismo centran sus análisis en la dimensión económica. Pero es nuestro criterio que no se le ha dado el suficiente peso a los factores de orden subjetivo, que muchas veces pueden jugar un papel determinante.
(Ilustración del caricaturista argentino Daniel Paz)
A raíz de la reciente crisis del capitalismo de la que, por cierto, no termina de salir, se escuchan varias y autorizadas voces que afirman que el neoliberalismo ha llegado a su fin. Los argumentos que respaldan tal afirmación se centran en la economía, y en el callejón sin salida al que este modelo del capitalismo tardío ha llevado al mundo.
Tienen razón estos analistas al mostrar cómo la especulación propia del capitalismo financiero ha creado las condiciones de la crisis, y cómo las soluciones impulsadas por los centros de poder mundial no hacen sino elevar a un nuevo nivel la espiral de lo irreparable.
Estos argumentos son impecables. Nos encontramos en una época en la que el declive del poderío norteamericano se entrelaza con la paulatina decadencia del sistema del cual es portaestandarte por excelencia. Lo signos de tal caída han sido identificados con claridad incluso por ideólogos y economistas que no ven con agrado tal situación.
Partamos, entonces, por aceptar que esta crisis expresa una mayor que viene gestándose desde hace por lo menos 30 años, a la que se le han venido interponiendo “soluciones” que no han hecho más que profundizarla.
En función de lo anterior, debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que la crisis (de cualquier sistema) no implica, necesariamente, que vaya a desaparecer o que nos encontramos a las puertas de una nueva organización, de signo contrario, que lo sustituya.
En efecto, a diferencia de lo que sucedió a lo largo de casi todo el siglo XX, cuando a la organización social capitalista podía oponérsele como alternativa de funcionamiento societal el socialismo “real”, que se construía especialmente en la Europa del Este, en nuestros días tal alternativa no existe, como no existe tampoco un sujeto social o actor político, organizado y poderoso, que proponga con claridad una alternativa.
En este sentido, ya Marx había advertido de la posibilidad que la no resolución de las contradicciones del capitalismo pudiera llevar a su descomposición terminal, arrastrando con él a la humanidad en su conjunto. Este siniestro panorama implica un largo recorrido de tendencial decadencia, en el que el que se agudizarían las condiciones establecidas por el actual neoliberalismo, como el de la superexplotación de la fuerza de trabajo, el predominio del capital especulativo, la devastación del entorno, etc. Un medioevo tecnológico.
Por otra parte, los observadores que auguran el fin del neoliberalismo centran sus análisis, como dijimos, en la dimensión económica. Pero es nuestro criterio que no se le ha dado el suficiente peso a los factores de orden subjetivo, que muchas veces pueden jugar un papel determinante.
Hace un tiempo, el sociólogo argentino Atilio Borón nos advirtió, en un artículo remarcable titulado Sobre mercados y utopías[1], de lo que llamó el triunfo ideológico y cultural del neoliberalismo. Dice Borón que “…el triunfo del neoliberalismo ha sido más ideológico y cultural que económico. Esta victoria se asienta sobre una derrota epocal de las fuerzas populares y las tendencias más profundas de la reestructuración capitalista…”. Totalmente cierto. Lo que podríamos denominar como el modelo civilizatorio neoliberal y su tabla de valores es vivido por amplísimos estratos de la población como la única alternativa viable y, además, deseable. Lo diferente da miedo.
Esta felicidad enajenada es contrarrestada en el mundo actual por los esfuerzos que se adelantan, en medio de grandes dificultades, en algunos países de América Latina. Por eso es que Noam Chomsky los ha saludado tan entusiastamente y los ha catalogado como una luz de esperanza en el mundo contemporáneo.
Pero, parafraseando a José Martí, estos experimentos sociales tienen al monstruo en sus entrañas. Incluso entre los que impulsan estos emprendimientos está presente el virus de ideológico que se inocula y reproduce cotidianamente a través de múltiples vías. El american way of life constituye un poderosísimo modelo que se ha convertido en la aspiración “natural”. Para que esto sea así, la industria del entretenimiento norteamericano, verdadera maquinaria de propaganda altamente organizada, cuenta con la más sofisticada red de distribución de sus productos.
Que en Chile y Costa Rica hayan ganado recientemente las elecciones candidatos de derecha que son adalides de las reformas neoliberales, y cuyas propuestas se proponen no solo seguir por ese camino sino profundizarlo no es, entonces, extraño.
Porque el neoliberalismo no ha muerto en la mente y los corazones de la gente.
Porque el neoliberalismo no ha muerto en la mente y los corazones de la gente.
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