Palabras del dramaturgo, ensayista, director de cine y activista político Luis Valdez al recibir el Premio El Gallo de La Habana de manos de Roberto Fernández Retamar
Compañeros y compañeras:
Me siento completamente honrado, con el corazón lleno de gratitud de haber vivido hasta este momento. Cierra un ciclo muy grande de mi vida poder estar aquí esta tarde, en Cuba revolucionaria una vez más. Les agradezco a todos los dirigentes de la Casa de las Américas, a la fundadora Haydee Santamaría, al compañero Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa, a la compañera Vivian Martínez Tabares, Antonio Aja y todos los demás, los guerrilleros de la cultura y del arte, la base de esta maravillosa organización, voz de todos los latinos en nuestra América.
Es cierto que hace cuarenta y seis años estuve aquí, en un punto de partida en mi vida. Tenía veinticuatro años entonces. Hacía poco realmente que había dejado los campos como trabajador campesino para ir a la Universidad de San José, la Universidad Estatal de San José State. Así que realmente no conocía el mundo. Conocía solamente la historia de mi familia, el trabajo duro del campo que había conocido toda mi vida, porque anduve los campos antes de poder andar, en los brazos de mi madre.
Supe lo que era la explotación directamente. Pero el poder estar aquí en Cuba me abrió los ojos, que no era un solo individuo, una sola víctima de tanto entre tantos, sino que era parte de una gran comunidad continental, que no era solamente una parte de una minoría despreciada en los Estados Unidos, sino que era parte de una gran familia latina netamente americana, con raíces profundas en la historia de este hemisferio.
Supe entonces verme en el espejo de Cuba con otros ojos, sentir orgullo de ser americano, no en el sentido en que se conoce ese término en los Estados Unidos, porque jamás se me dio ese término a mí, un mexicano, un chicano —bueno, chicano nosotros lo reservamos para nosotros—, era un mexican en los Estados Unidos, mano de obra. Y el estar aquí me introdujo a otra perspectiva de mi mexicanidad, que no solo desbordaba las fronteras de la República de México, sino un continente entero, un continente en pie de lucha.
Era muy importante emprender la lucha adentro de los EE.UU. En la junta que tuvimos los ochenta y cuatro estudiantes que estuvimos aquí protestando contra el bloqueo, tuvimos que ir hasta Praga. Vine de San Francisco a Nueva York, de Nueva York a París, de París a Praga donde finalmente encontramos a Cubana de Aviación, y llegar aquí era como llegar a la luna, pero una luna verde, con palmeras, fertilizada con el sudor de tantos que trabajan en esta isla. Me sentí que había llegado a un punto ideal, me sentí libre. Me daban pesadillas en aquellos tiempos. Aquí se me acabaron. Aquí me sentí libre por primera vez.
Decidí entonces luchar por mi humanidad y por la humanidad de mis hermanos latinos. Tuvimos una junta con el compañero Che Guevara que duró cuatro horas. Él nos hablaba de muchas cosas. Muchos jóvenes entonces decían: «¿Cómo podemos darnos de voluntarios en esta lucha de la América Latina?». Nos dio un consejo: «Ustedes son de los Estados Unidos. El destino de ustedes es el de trabajar dentro de los Estados Unidos, de cambiar la sociedad desde adentro». Y yo tomé en cuenta ese mensaje, en mi corazón. Dije: tiene razón el Che. Nuestra responsabilidad es cambiar los Estados Unidos desde adentro. LEER MÁS...
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