sábado, 1 de junio de 2013

Cristina y Correa: dos discursos sobre el cambio de época en nuestra América (texto + videos)

Solo con participación y organización política se podrá garantizar ese bienestar y calidad de vida del que hoy disfrutan amplias mayorías de la población en Argentina, Ecuador y otros países de nuestra América, donde felizmente se entienden el trabajo, la educación, la salud, la vivienda y la cultura como derechos intrínsecos a la dignidad humana y no como limosnas del poder.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

"La patria es el otro", dijo Cristina Fernández
en su discurso en Plaza de Mayo.
En tiempos como los que vivimos, en  los que la profundidad de la palabra y del diálogo han sido lanzados al abismo del desprestigio, y la capacidad comunicativa se reduce a la disponibilidad de recursos económicos para saturar con mensajes propagandísticos los espacios de formación de opinión pública, así como a la mayor o menor presencia en el universo de las redes sociales, los discursos del presidente Rafael Correa en el acto de toma de posesión de su segundo mandato presidencial en Ecuador (el pasado 24 de mayo), y de la presidenta Cristina Fernández en las celebraciones del Día de la Patria (25 de mayo) y la “década ganada” del kirchnerismo en Argentina, constituyen piezas fundamentales del relato político contrahegemónico y de la producción de sentido sobre la historia latinoamericana reciente; y por supuesto, son testimonios de la valía de ambos estadistas, de su profundo sentido de humanidad y de su liderazgo probado en sus luchas por la independencia nacional y la unidad regional.

Y es que si algo distingue a los dirigentes de la generación del Bicentenario, esos mandatarios y mandatarias que llegaron al poder en América del Sur a partir de 1999 –entre ellos, los ya desaparecidos Néstor Kirchner y Hugo Chávez- para emprender proyectos políticos de signo nacional-popular, es su compromiso con la recuperación de la memoria, la dignidad, la palabra y la voz de nuestros pueblos, prácticamente arrancadas a la fuerza por la oleada neoliberal que devastó a América Latina en las dos últimas décadas del siglo XX.

En sus intervenciones, emotivas, vehementes y sin dobleces, y que deberían ser vistas y conocidas por todas y todos los latinoamericanos, Correa y Fernández no se limitaron a realizar un simple balance de su gestión y a presentar un mensaje vacío. Por el contrario, delinearon los principales elementos del cambio de época y de las alternativas posneoliberales que se vienen  gestando en nuestra América en este siglo XXI, que reestablecen a la política –y no al mercado- como el espacio de deliberación y toma de decisiones para la construcción de democracias más auténticas.

Estas alternativas o rumbos posibles de la acción política pueden agruparse en cuatro ámbitos de acción fundamentales, a partir de lo expresado por los mandatarios en sus discursos: uno es el de la reconfiguración del Estado y su regreso como actor protagónico del desarrollo social y económico, apoyado en nuevas alianzas con los sectores populares –clase media y baja-, con los movimientos sociales –en sus distintas reivindicaciones- y con una parte del empresariado. Otro ámbito es del diseño y aplicación de políticas públicas de amplio alcance (en educación, empleo, salud, jubilaciones) para promover y garantizar el bienestar de la población, en particular, de los sectores más pobres y excluidos del crecimiento económico desigual; es decir, la prioridad del poder público es la atención de las necesidades sociales de las mayorías (vía asignaciones universales) antes que la defensa de privilegios de los grupos de poder económico, como lo apuntaló durante años la ortodoxia neoliberal.

Para Correa, el ser humano está por encima del capital.
Esta nueva correlación de fuerzas, tan distinta a la que se impuso en la década de los años 1990, fue bien expresada por el presidente Correa cuando dijo que “la asignación de los recursos sociales demuestra las relaciones de poder al interior de un país, quién manda en esa sociedad; y los datos nos demuestran claramente, incuestionablemente, que en Ecuador ya no manda el capital financiero, las burocracias internacionales, las oligarquías, sino el pueblo ecuatoriano”. 

En el caso argentino, la presidenta Fernández plantea la cuestión en clave de solidaridad y humanismo: “la patria es el otro, es el que todavía no ha podido conseguir trabajo o que consiguiéndolo no está registrado; la patria es el que todavía tiene y lucha y trabaja para conseguir su casa propia. El otro es ese joven que tal vez no pueda estudiar todavía porque tiene que trabajar para ayudar al hogar; el otro también es el que sufre adicciones y tenemos que ayudarnos [como] hermanos a rescatarlos entre todos para combatir los flagelos modernos que tiene nuestra sociedad”.

Los otros dos ámbitos características del posneoliberalismo latinoamericano son, por un lado, la recuperación de empresas y bienes públicos que habían sido subastados –cuando no regalados- en espurias privatizaciones, y su incorporación a los planes nacionales de desarrollo como factores de generación de riqueza y fuentes de empleo; y por el otro,  la conquista de espacios de soberanía en materia de política interior y exterior, lo que se expresa claramente en la nueva arquitectura de la integración regional, con organismos y proyectos como ALBA, UNASUR o CELAC, que fortalecen la autonomía de la región y la complementariedad entre los países miembros.

La articulación de este conjunto acciones, de políticas, de actitudes y sensibilidades frente a lo social, explican el éxito social y económico de los gobiernos posneoliberales de Ecuador y Argentina. Pero también, emplazan a sus ciudadanos, pues ningún dirigente es eterno y sin participación y organización política desde abajo los procesos de cambio están expuestos a peligros de enorme magnitud (como lo vemos en Venezuela), que podrían poner en riesgo la continuidad de las conquistas de esta época.

En ese sentido, las palabras de Cristina Fernández ante una multitud congregada en Plaza de Mayo, en Buenos Aires, encierran un mensaje que trasciende fronteras y nos interpela a todos y todas: “si no se organizan, si no participan, si no cuidan ustedes mismos lo que es de ustedes, van a venir otra vez por todos ustedes como lo han hecho a lo largo de toda la historia. Tenemos los argentinos el deber de no depender de una persona; tenemos el deber, pero sobre todo la necesidad, de empoderarnos de esas conquistas y de esos derechos y de organizarnos para defenderlas. Con eso sueño”.

Asumir ese desafío, profundizar los cambios que ya se iniciario y responder a la altura de la exigencias de este tiempo histórico es la gran responsabilidad de los pueblos latinoamericanos, a pesar del odio que siembra la derecha sin contemplaciones y de la estridencia  que su maquinaria mediática reproduce por doquier. Solo con participación y organización política se podrá garantizar ese bienestar y calidad de vida del que hoy disfrutan amplias mayorías de la población en Argentina, Ecuador y otros países de nuestra América, donde felizmente se entienden el trabajo, la educación, la salud, la vivienda y la cultura como derechos intrínsecos a la dignidad humana y no como limosnas del poder.

Discurso de Rafael Correa, presidente de Ecuador


Discurso de Cristina Fernández, presidenta de Argentina

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