sábado, 8 de junio de 2013

Obama, la seducción y el control de América Latina

Cada vez más va quedando en evidencia que, en el actual escenario, el comercio se convierte en mampara de la sujeción política, y esta, a su vez, en el fin último de la guerra que, en todos los frentes, se libra contra los procesos nacional-populares nuestroamericanos.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

“El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa… No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima”.
José Martí.

Obama y Piñera: el tigre sobre la presa.
La fotografía dio la vuelta al mundo: ufano, con sonrisa de campaña electoral, el presidente de Chile, Sebastián Piñera, el heredero del neoliberalismo pinochetista, posa para las cámaras sentado en el escritorio del Salón Oval de la Casa Blanca –la mismísima oficina de Barack Obama-, mientras el presidente estadounidense lo abraza sutilmente y parece dar una palmada en la espalda en gesto de aprobación de su fidelidad. Más tarde, en una conferencia de prensa, Obama alabará el estado de las relaciones entre ambos países, e ignorando las enormes movilizaciones ciudadanas en Chile y la profunda desigualdad social que produce el milagro chileno,  calificará a su huésped como “un líder sobresaliente”, “no sólo en el hemisferio, sino también en el mundo”. Imposible no pensar en los brindis que, en otro tiempo, pero con idénticos motivos, realizaron George Bush padre y Carlos Ménem para celebrar las relaciones carnales entre EE.UU y Argentina, cuando el saqueo de los bienes públicos y la riqueza nacional estaba en marcha.

Para Piñera, seguramente será un recuerdo inolvidable en su devocionario político, y no debería sorprendernos si la próxima semana, cuando el mandatario peruano Ollanta Humala visite la Casa Blanca, “en el momento más alto de las relaciones bilaterales”, según dijo el embajador de Perú en Washington, las agencias de noticias nos muestren otra de esas fotografías que alimentan el relato de los gobiernos buenos y malos en el continente.

Lo cierto es que este tipo de imágenes trascienden el efectismo mediático de los gurús de la comunicación política, pues representan toda una declaración de las nuevas formas diplomáticas con las que EE.UU seduce a sus aliados –que encima se solazan en su profesión de fe proimperialista- y con las que afina sus estrategias de control sobre América Latina.

Bastaría repasar el reciente itinerario de viajes del presidente Obama a México y Costa Rica, dos países de inobjetable dominio neoliberal, o la lista de presidentes latinoamericanos que han peregrinado a la Casa Blanca a renovar votos de sumisión, para comprobar que el hábil manejo de la retórica como arma de seducción política (la clave está en decir lo que el anfitrión –o el invitado- y la prensa hegemónica quieren escuchar) responden a un bien orquestado plan de Washington para acentuar la división entre nuestros países, fracturar el proceso de integración regional e introducir nuevas dinámicas en el pulso de las relaciones interamericanas.

Para Estados Unidos, el dominio de América Latina o, cuando menos, el resguardo de sus posiciones hegemónicas frente a la autonomía del bloque suramericano y la creciente presencia de China, Rusia y otros países, pasa hoy por el control del Pacífico latinoamericano. Para lograr ese objetivo, su estrategia comprende dos dimensiones fundamentales: una tiene que ver con el cambio de las prioridades y los matices discursivos de la diplomacia estadounidense, con el paso de la geopolítica del narcotráfico a la geopolítica del desarrollo, que le ha permitido al presidente Obama ganar influencia entre la derecha latinoamericana, que  por fin encuentra el vocero de sus aspiraciones y delirios antinacionales.

La otra dimensión en la que avanzan los EE.UU es la político-comercial, en la que su mayor apuesta consiste en el apuntalamiento de la Alianza del Pacífico para disputar mercados y espacios de acumulación capitalista a otras iniciativas de integración como ALBA y MERCORSUR, y a la vez, para debilitar a  UNAUSUR y CELAC. Aquí, el desconocimiento del triunfo de Nicolás Maduro en Venezuela y el apoyo a la campaña desestabilizadora de la oposición juegan un papel esencial, pues Washington reconoce en la Revolución Bolivariana un pilar continental y mundial de la resistencia antineoliberal y antiimperialista, por lo que intenta derribarla a toda costa.

Cada vez más va quedando en evidencia que, en el actual escenario, el comercio se convierte en mampara de la sujeción política, y esta, a su vez, en el fin último de la guerra que, en todos los frentes, se libra contra los procesos nacional-populares nuestroamericanos.

No advertir las maniobras del imperialismo en la coyuntura que vivimos, o hacerlo y permanecer en la inacción, cediendo la iniciativa al enemigo, sería un error imperdonable que la historia cobrará a esta generación de líderes políticos latinoamericanos, y a los gobiernos nacional-populares y posneoliberales, que tan lejos se atrevieron a llegar ya en este siglo XXI.

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