Mirar al otro es bueno, no para
comparar, sino para comprendernos y visualizarnos mejor, especialmente en
momentos en que decidimos el futuro de nuestra Nación.
Griselda López* / La Estrella de Panamá
"Ramblas Nº 2", de Oswaldo Guayasamín. |
Recientemente estuve en Quito,
Ecuador, una ciudad, que conocí hace décadas y que hoy ha crecido
convirtiéndose casi, en dos ciudades: la histórica y la moderna. Esta evolución
de la colonia al mundo contemporáneo, no le ha hecho perder su identidad. En
cada espacio quiteño uno siente que entra en el laberinto de los siglos, en la
cultura indígena en donde la tierra, el cielo, el ser humano y el aire eran
uno, con la presencia implacable de la colonia, con su hermosa arquitectura,
edificada sobre calles estrechas, en donde cada recodo nos da una sorpresa. Sus
múltiples iglesias, donde el pan de oro, el barroco, las imágenes religiosas le
confieren una belleza estremecedora, junto a los modernos e imponentes
edificios que nos señalan que la ciudad camina hacia el futuro, con nuevas perspectivas
y nuevas visiones, pero respetando el acumulado de su historia que le da,
identidad y perspectiva.
Comparé una ciudad en donde
décadas atrás la pobreza extrema opacaba la belleza física y su caudal
histórico con otra, la de hoy, en donde la actividad comercial, el trabajo, la
amabilidad de su gente, y la actividad a través de la realización de proyectos
nuevos, el transporte ordenado, trolebuses, taxis, buses, aumentos de salarios,
etc. nuevos centros de trabajos para los artesanos, la encaminan hacia el
desarrollo superando las desigualdades que, a través de los años y la
incomprensión de los gobernantes, la habían signado. Y dolorosamente no pude
dejar de comparar la cantidad de museos, casas culturales, exhibiciones de su
devenir histórico, necesario para recordarnos de dónde venimos y quiénes somos,
con nuestros museos escondidos, nuestra historia guardada en cajetas, nuestros
monumentos históricos destruidos y el cemento y concreto lapidando nuestras
raíces y nuestra herencia.
Seremos los muertos vivientes en
un país en donde no encontraremos, entre la avalancha de extranjeros, lenguas,
nuevas culturas, nuestra panameñidad y los valores que nos integran como
Nación, si no rescatamos y respetamos nuestra propia historia.
Hice el recorrido de Quito a
Panamá y viceversa, releyendo ese maravilloso libro de William Ospina, América Mestiza, en donde nos invita a
reconocernos y a valorarnos nuevamente, pero sobre todo a reintegrarnos en
todos los sentidos con el continente americano, fortaleciendo los infinitos
vasos comunicantes que nos unen.
Pero en Quito encontré algo
novedoso y valioso: un nuevo lenguaje, no imitado sino interiorizado: el
ciudadano habla de garantía de derechos, el buen vivir, matriz productiva,
industrias culturales para el cambio de la matriz productiva, participación
ciudadana, respeto a la diversidad, crecimiento justo, crecimiento infinito,
Ecuador ama la vida, plenas capacidades, emancipación y autonomía, sociedad en
armonía con la naturaleza, pacto social ecuatoriano, equidad territorial y
revolución ciudadana. El pueblo se apropió de este lenguaje, así como de los
hechos que han ido formando parte de su desarrollo y crecimiento.
Crecimiento físico, crecimiento
social, en el marco de una historia que prevalece a través del tiempo. Nosotros
hemos crecido físicamente, pero requerimos con urgencia profundizar el
crecimiento social y humano, ahondar y reafirmar nuestras raíces, con un
lenguaje cierto y verdadero, alejado del estereotipo, de la formulación
matemática, del clisé y las palabras vacías de contenido, de proyectos, de
posibilidades reales, concretas y necesarias.
Mirar al otro es bueno, no para
comparar, sino para comprendernos y visualizarnos mejor, especialmente en
momentos en que decidimos el futuro de nuestra Nación.
*Docente universitaria.
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