El Salar de
Uyuni no será un nuevo territorio de “ciudades de sal” sino vergel de futuro
para el pueblo boliviano y latinoamericano, como sentenciara en 2006 el primer
presidente indígena de Bolivia.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
En su extraordinaria
novela Ciudades de Sal, Abderrrahmán Munif, considerado el mejor novelista árabe de
la segunda mitad de la pasada centuria, hace una fenomenal radiografía de la sociedad beduina
de la Arabia Saudita de comienzos del Siglo XX, así como la radical
transformación que sufriría la misma a partir del descubrimiento del petróleo.
Arropada con una bella prosa y haciendo una minuciosa descripción muy útil para
los que desde la distancia desconocemos las particularidades de la vida de los
oasis ubicados a lo largo de la ruta de las caravanas, Munif nos da a conocer el profundo conflicto
creado por el desgarro que produjo en los hombres y mujeres del desierto la
llegada de las empresas petroleras británicas y estadounidenses, produciendo –a
partir de entonces- una insondable metamorfosis en la vida cotidiana, la
cultura, la vinculación de los ciudadanos con la naturaleza, los valores y los
códigos morales de los ancestrales habitantes de tierras tan desoladas.
El título del libro
dice relación a una forma de vida surgida en el desierto a la par de la irrupción
del petróleo. Dichas urbes, portadoras de los valores de Occidente y poseedoras
de un certificado de identidad falsificado que se construyó sobre una riqueza
fatua y una cultura extraña para los ciudadanos del desierto, “pueden estallar
y desaparecer en un instante” a decir de Edward Said.
Este
fenómeno que algunos llaman modernidad, es mostrado hoy como los evidentes
logros de una sociedad que bajo el reinado de la familia Saúd muestra cifras de crecimiento sostenido que
no pueden ocultar un país atrasado y conservador, con un gobierno despótico en
el que las mujeres tienen conculcados sus derechos y que no resiste la menos
evaluación respecto del funcionamiento democrático, en cuanto a derechos
civiles y humanos de su población. La riqueza petrolera le ha permitido al país introducir una
modernización que significó el desarrollo de infraestructuras y una gran
independencia financiera. El problema ha sido y aún es, la desenfrenada
ostentación de la monarquía a partir de una riqueza que no ha sido redistribuida equitativamente
a la población.
Todo esto bajo el
amparo de Estados Unidos y Europa que se hacen de la “vista gorda” ante tan
evidentes violaciones de los derechos humanos de quien consideran un aliado
leal, mientras exigen “buen comportamiento” en otras latitudes, a las que
incluso son capaces de movilizar gigantescos contingentes de sus ejércitos para
imponer verdades acorde a sus intereses. Así, Arabia Saudita se ha convertido
en la sede de una de las más importantes concentraciones de tropas de Estados
Unidos en el mundo.
Esta larga introducción
viene a razón de una manida frase que comienza peligrosamente a copar el
espectro informativo internacional cuando se dice que aquellos países que
poseen grandes reservas de litio podrían convertirse en la Arabia Saudita de ese mineral. Muy probablemente, quienes
enarbolan tal afirmación visualizan la posibilidad de un cambio brusco de una
sociedad rezagada en el contexto del desarrollo capitalista mundial a otra
“adelantada” en términos de los valores que blande Occidente para que se pueda
ostentar tal caracterización.
Estudios publicados por
especialistas en la materia no logran ponerse de acuerdo torno a si las mayores reservas mundiales de litio se
encuentran en Afganistán o en Bolivia.
Ambos países amenazados por Estados Unidos -aunque en diferente medida -
se muestran en las antípodas en cuanto a las posibilidades de hacer uso de sus
riquezas para fines propios de sus ciudadanos. El litio es un mineral básico
para la construcción de computadoras, teléfonos
celulares, cámaras digitales o baterías de vehículos eléctricos.
Afganistán
es el quinto país más pobre del mundo, casi la mitad de sus 30 millones de
habitantes vive con menos de 14 dólares al mes, la tasa de alfabetización no
supera el 25% y la esperanza de vida es de 43 años. La ocupación militar
estadounidense y la guerra han
profundizado esa situación.
Un
equipo de inspectores del Centro de investigaciones geológicas de Estados
Unidos encontró reservas por valor de un billón de dólares según se reportó en
junio de 2010, aunque algunos analistas afirman que incluso podrían ser
superiores. Resulta curioso que esta novedad haya sido dada a conocer por una
institución de la potencia ocupante y en el noveno año desde el inicio de la intervención.
Valdría conjeturar si ya desde mucho antes, sus satélites no les habrán dado
información al respecto. Lo cierto es que tal “descubrimiento” podría generar
“niveles de desarrollo” similares a los sauditas, aunque antes Estados Unidos
debería pacificar el país.
Sin embargo,
el analista político afgano Janan Mosazai es pesimista: "Dudo que el país
sea capaz de gestionar esta riqueza para construir un Afganistán más prospero y
pacífico". En la perspectiva,
subyace la idea de que al igual que con Arabia Saudita, para asegurarse el
abastecimiento de petróleo, Estados Unidos haya minimizado los excesos autoritarios de la monarquía, lo
que induce a suponer que podría repetirse el guión para hacerse de los
ricos yacimientos de litio afganos.
En el otro
lado del planeta, Bolivia es poseedora, en el salar de Uyuni de la mitad de las
reservas internacionales de litio detectadas hasta el año 2010. Sin embargo, la
posición del presidente Evo Morales es diametralmente opuesta a la que se
observa en Afganistán. Ante la voracidad de las empresas transnacionales por
hacerse de los ricos yacimientos, el presidente Morales ha sido enfático
“…Bolivia necesita socios, pero no dueños de nuestros recursos naturales”.
Afirmó que aunque Bolivia no tiene ni la tecnología ni la capacidad financiera
para explotar el estratégico mineral, su gobierno “Jamás va a perder la
propiedad de sus recursos naturales”.
Así,
Bolivia, no apuesta solo a la extracción del litio o al procesamiento de
“simples baterías” sino a una industrialización
en gran escala que beneficie a la mayoría de los ciudadanos y les permita
mejorar su nivel de vida. En esa medida, Morales ha actuado con suma prudencia
en la elección de sus socios y ha firmado un decreto por el que se protege la
propiedad estatal del mineral y de las plantas de procesamiento que se generen
a partir de la explotación del mismo.
En Bolivia,
la historia muestra una continuidad en cuanto a la expoliación sufrida por su
pueblo como consecuencia de la explotación minera. En la colonia la plata de
Potosí se convirtió en la principal fuente de ese mineral para enriquecer las
arcas de la monarquía española. Después en el siglo XIX y XX, el estaño
configuró la posibilidad de una riqueza que nunca llegó a la mayoría de los
ciudadanos. Así ocurrió más recientemente con el petróleo y el gas.
Con la
belleza de su prosa, nos lo recuerda Eduardo Galeano:
“…la plata de Potosí dejó una montaña
vacía
el salitre de la costa del Pacífico
dejó un mapa sin mar,
el estaño de Oruro dejó una multitud de
viudas.
Eso, y sólo, dejaron”
El 22 de
enero de 2006 durante su toma de posesión como presidente de Bolivia Evo
Morales afirmaba que “…no se trata de nacionalizar por nacionalizar. Sea el gas
natural, el petróleo o los recursos minerales o forestales, tenemos la
obligación de industrializarlos”. Más adelante, con visión de futuro y la mira
puesta en la elevación de las condiciones de vida de su pueblo, el presidente señaló enfático
que era “importante desarrollar una economía con soberanía y (…) que empresas
del Estado pueden ejercer, no solamente el derecho de propiedad sobre los
recursos naturales, sino entrar en la producción”.
Difícilmente, el litio transformará a Bolivia en una Arabia
Saudita, el proyecto del Movimiento al Socialismo, instrumento político de las
organizaciones sociales distan mucho de un gobierno de sátrapas y corruptos en
un país carente de democracia bajo el cobijo estadounidense.
Paradójicamente, el Salar de Uyuni no será un nuevo territorio de “ciudades de sal” sino vergel de futuro para el pueblo boliviano y latinoamericano, como sentenciara en 2006 el primer presidente indígena de Bolivia.
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