sábado, 13 de julio de 2019

Sobre los misiles nucleares “buenos” y los “malos”

¿La paz se defiende con bombas atómicas? Parece que, al menos para algunos, la fórmula del Imperio Romano sigue vigente: “si quieres la paz prepárate para la guerra”. No hay dudas que la historia la siguen escribiendo los que ganan. ¿Se podrá empezar a escribirla de otra manera?

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Según algunos expertos en la materia, la energía atómica puede ser la solución al problema energético de la humanidad en un futuro inmediato. De acuerdo con este parecer, esta energía, bien manejada, es altamente beneficiosa: no produce gases de efecto invernadero negativo –en ese sentido, es más amigable ecológicamente–, sustituye la dependencia del petróleo –por tanto su precio no varía dependiendo de las fluctuaciones del oro negro–, no agota recursos no renovables. Pero por otro lado, quienes la adversan ven en ella algo sumamente peligroso, por cuanto genera desechos de muy difícil y costosa eliminación y –muy grave– puede producir accidentes nucleares, que aunque son raros, en caso de darse son devastadores. Ahí está el recordatorio de Three Mile Island (Estados Unidos, 1979), Chernobyl (Ucrania, Unión Soviética, 1986) y Fukushima (Japón, 2011). Aunque lo más criticable de esta energía es que permite la fabricación de armas de destrucción masiva, siendo las bombas atómicas los ingenios humanos más pavorosos que se hallan concebido.

En estos momentos el gobierno de Irán, desairado por la política desplegada por el presidente Donald Trump, quien abandonara el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC, nombre oficial del acuerdo nuclear) consensuado con varios países además de Estados Unidos, y quien reimpusiera sanciones a la nación persa, no ve los beneficios de haber aceptado restricciones establecidas a su programa nuclear. En consecuencia, como medida de presión política para intentar detener las sanciones impuestas por Washington, las que le impiden vender su crudo –principal fuente de sus ingresos–, comenzó un proceso escalonado de desmantelamiento de dicho pacto.

De esa manera, a partir del pasado 1º de julio superó el límite de enriquecimiento establecido por el PIAC, aumentando paulatinamente dichos niveles, lo cual le permitiría, en un corto tiempo, poder generar uranio enriquecido con lo que llegar a elaborar armamento atómico. La Casa Blanca reaccionó “sumamente preocupada” ante esto. El presidente Donald Trump no dudó en declarar, muy enfático, que Irán está haciendo muchas cosas malas”.

Algún tiempo atrás Corea del Norte realizó pruebas con armamento nuclear. Buena parte del mundo, y Estados Unidos a la cabeza, reaccionaron airados ante esa “desafiante demostración”, condenando del modo más categórico el experimento realizado. Ello llevó a negociaciones entre ambos países que aún no han finalizado, buscando la desnuclearización de la nación asiática.

¿Por qué se condenó a Corea del Norte en su momento, y se hace lo propio con la República Islámica de Irán ahora? ¿Quiénes los condenan exactamente?

Washington orquesta las protestas, y seguramente ahora serán los países occidentales, la Unión Europea, probablemente Naciones Unidas, quienes alcen la voz. Algún tiempo atrás, con Norcorea la condena salió del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Es decir, de los únicos países (¡los únicos!) que tienen derecho a veto sobre los otros (¿dónde está la tan cacareada democracia?). Son esos países, casualmente, los que constituyen las principales potencias nucleares del mundo: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. Y de entre ellos, quien protesta más enérgicamente es nada más y nada menos que Estados Unidos, la principal potencia bélica del mundo.

Nadie quiere la guerra, en eso estamos de acuerdo. Pero… ¿será cierto? Oficialmente todos la deploran, pero no es ninguna novedad que Estados Unidos tiene como su gran negocio nada más y nada menos que las guerras.

Hay hipocresía en juego, porque curiosamente los cinco países con derecho a veto miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas son los principales productores de armas del planeta, no solo de las letales bombas atómicas. De hecho, con su política, Estados Unidos concentra, él solo, la mitad de todos los gastos militares del mundo. Y su economía depende en forma creciente de la industria bélica; el llamado complejo militar-industrial es quien, de hecho, fija su política exterior, siempre guerrerista, cada vez más agresiva. ¿Será cierto que no quieren la guerra?

Por supuesto que la energía nuclear, más allá de los beneficios que puede traer no solo en el ámbito energético (generación de electricidad) sino en otras aplicaciones pacíficas (medicina, agricultura, industria, alimentación), es peligrosa por lo arriba expuesto. Según voces autorizadas y muy mesuradas, esas aplicaciones pacíficas son muy cuestionadas por los accidentes que ya se han provocado en varias ocasiones, siempre con consecuencias terroríficas. Pero su aplicación a la guerra es algo a todas luces monstruoso.

Más aún: si se liberara todo el potencial atómico que concentran los pocos países que la detentan (en número de misiles con carga nuclear: Rusia y Estados Unidos alrededor de 7,000 cada uno, Francia 240, Gran Bretaña 160, China 140, Pakistán 110, India 80, Norcorea 10 e Israel –pese a que oficialmente no las declara– 200), se destruiría en su totalidad el planeta, dañándose seriamente Marte y Júpiter, exterminándose toda forma de vida en nuestro mundo, produciéndose una onda expansiva que llegaría hasta la órbita de Plutón. Paralelamente, como comentario, valga decir que pese a esa monumental proeza tecnológica, el hambre sigue siendo uno de los principales flagelos de la humanidad. Por supuesto, es de esperarse que prime la racionalidad y jamás se llegue a un enfrentamiento con armas atómicas. Ello significaría, lisa y llanamente, la extinción de toda forma de vida en la Tierra.

Pero lo curioso, o más bien indignante, es que quien más alza la voz para protestar por el desarrollo científico autónomo de Irán y su programa nuclear –quien, en realidad, de momento no ha manifestado su intención de desarrollar armamento atómico– o por las pruebas nucleares de un país soberano como Corea del Norte, es el principal detentador de cabezas nucleares y de fuerzas militares convencionales, promotor y actor, directa o indirectamente, de todas las guerras del siglo XX y de las que van en el presente siglo XXI.

¿Cómo es esto: hay armas atómicas “buenas” y “malas”? ¿Por qué las que posee Washington “defenderían la libertad y la democracia” en el mundo, que mientras las de Pyongyang, o eventualmente las de Teherán, serían un atentado contra la paz mundial? No se entiende bien eso.

No hay que olvidar nunca que de todos los países que poseen poder militar nuclear (y de Estados Unidos no se sabe con exactitud cuántos ingenios bélicos posee, porque esos son secretos muy bien guardados, pero se supone que no menos de 7,000, cada uno de ellos con 20 veces más potencia que los utilizados en las ciudades japonesas al final de la Segunda Guerra Mundial), de esos países el único que se atrevió a usarlo contra población civil no combatiente fue Estados Unidos.

Se nos invita a indignarnos por la prueba con una bomba de hidrógeno realizada por Corea del Norte, o por el rompimiento de un pacto por parte de Irán (respondiendo, en verdad, a un rompimiento previo hecho por Washington, quien le fijó ilegales sanciones que lo dañan severamente), pero nunca se habla de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. La prueba de Pyongyang, cuestionable seguramente como atentado al medio ambiente, no cegó vidas humanas. Las de Japón, innecesariamente utilizadas en términos militares, puesto que la suerte del país asiático ya estaba echada cuando se lanzaron en 1945, causaron cerca de medio millón de muertes instantáneas, más muertes y secuelas abominables después de varias décadas. Al día de hoy, 74 años después, aún siguen naciendo niños con malformaciones producto de la radiación nuclear. Lo increíble es que jamás Estados Unidos recibió castigo por eso, y mucho menos una repulsa pública obligada, como se quiere hacer con Norcorea, o seguramente se podrá hacer con Irán. Por el contrario, su acción se presenta casi como heroica, porque con eso se habría afianzado la paz global. De ahí a las actuales “guerras preventivas”, un paso: ataco antes que me ataquen.

¿La paz se defiende con bombas atómicas? Parece que, al menos para algunos, la fórmula del Imperio Romano sigue vigente: “si quieres la paz prepárate para la guerra”. No hay dudas que la historia la siguen escribiendo los que ganan. ¿Se podrá empezar a escribirla de otra manera?

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