La
inminente apertura de embajadas en ambos países será el primer paso para poner
fin al bloqueo. Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera
relaciones diplomáticas con un país y, al mismo tiempo, mantuviera una agresiva
política destinada a derrocar al gobierno con el que se está negociando la
normalización de sus relaciones.
Atilio Borón* / Página12
Comenzaron
ayer las conversaciones para normalizar las relaciones diplomáticas entre
Estados Unidos y Cuba, consecuencia del anuncio conjunto realizado el 17 de
diciembre pasado. Se espera que el día de hoy se incorpore a la reunión Roberta
Jacobson, subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental. Si ayer el eje
de las negociaciones estuvo puesto en el tema migratorio, a partir de hoy y
hasta mañana viernes la agenda se ampliará considerablemente a los efectos de
hacer lugar a un nutrido listado de asuntos pendientes.
El
inicio de estos intercambios será apenas el primer paso de un largo trayecto
pleno de acechanzas. Hay quienes en Cuba y fuera de ella sostienen que la
reanudación de las relaciones diplomáticas pondrá en peligro la continuidad de
la Revolución al abrir la isla a los aplastantes influjos económicos, políticos
e ideológicos del imperio. Pero se equivocan: primero porque aquéllos ya se
hacen sentir, y bajo sus formas más perversas. ¿O es que el bloqueo no ejerce
una influencia crucial en la economía cubana?
La condición insular de Cuba, por
otra parte, no la pone a salvo de las nefastas influencias de las corrientes
políticas e ideológicas prevalecientes en el país del Norte o en Europa. Y se equivocan
también porque si hay algo que puede dañar irreparablemente a la Revolución
Cubana es la prolongación indefinida del bloqueo, sobre todo teniendo en cuenta
el inevitable recambio generacional que más pronto que tarde tendrá que
llevarse a cabo.
La
fortaleza de la Revolución Cubana no radica en su economía, sino en su cultura
y su política. Claro que el bloqueo resultó ser un arma de doble filo y que,
para colmo, no produjo los resultados esperados, como lo reconocieran Obama y
Kerry. Y esto fue así porque al intentar asfixiar a Cuba atizó las
contradicciones tanto al interior de Estados Unidos como entre éste y sus
aliados europeos y en especial en América latina y el Caribe. Habrá tal vez
sido obra de la “astucia de la razón” invocada por Hegel, pero la verdad es que
si el bloqueo fue concebido como una forma de aislar a Cuba, el que terminó
aislado fue Estados Unidos, y el que tuvo que aceptar sentarse a la mesa de
negociaciones fue Washington, a pesar de haber rechazado esa invitación durante
medio siglo. No es un dato menor que las encuestas de opinión pública en
Estados Unidos confirmen que dos de cada tres norteamericanos están a favor del
levantamiento del bloqueo y la normalización de las relaciones con la isla
rebelde.
La
inminente apertura de embajadas en ambos países será el primer paso para poner
fin al bloqueo. Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera
relaciones diplomáticas con un país, lo que supone sujetarse a lo estipulado en
la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas en un marco de igualdad
jurídica y respeto por la soberanía de las partes y, al mismo tiempo,
mantuviera una agresiva política destinada a derrocar al gobierno con el que se
está negociando la normalización de sus relaciones.
La
agenda incluye numerosos ítems muy litigiosos: desde la eliminación de Cuba de
la lista de países que patrocinan al terrorismo hasta la derogación de la
absurda legislación estadounidense que consagra dos políticas migratorias: una,
de estímulo y puertas abiertas, para los cubanos; otra, inhumana y restrictiva
–como lo comprueban los niños centroamericanos y mexicanos– para el resto del
mundo. Estados Unidos, a su vez, según el muy reaccionario senador republicano
Marco Rubio, debería incluir en la discusión la compensación por las
propiedades o empresas de Estados Unidos nacionalizadas en los primeros años de
la Revolución. Si tal cosa llegara a ocurrir, Cuba podría replicar exigiendo
una compensación infinitamente mayor como reparación por medio siglo de
ataques, agresiones, destrucción de propiedades, pérdida de vidas humanas, por
la invasión de Playa Girón y, antes, por la usurpación del territorio de
Guantánamo, que debería ser reintegrado a la soberanía cubana. En todo caso,
como puede verse de ésta muy sucinta enumeración, la agenda promete ser muy
controversial.
Pero
Washington tiene más premura que La Habana para avanzar por este camino. En su
audiencia de confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de
Estados Unidos, Jacobson dijo algo muy significativo que pocos supieron
interpretar: “Además de las funciones consulares y otras, una embajada también
puede mantener una observación cercana sobre los regímenes acusados de medidas
severas contra los derechos humanos”. Jacobson expresó subliminalmente la grave
preocupación de la “comunidad de Inteligencia” yanqui y del Pentágono por no
contar con un adecuado puesto de observación en la mayor de las Antillas, con
proyección sobre todo el Mar Caribe, en momentos en que quienes en los
documentos oficiales de la CIA, la NSA y el Pentágono aparecen como los mayores
enemigos a contener y eventualmente derrotar, China y Rusia, acrecentaron
significativamente su presencia en Cuba y en otros países de la cuenca
caribeña. Y nada mejor que una embajada para desempeñar esas “otras” funciones
a las que aludía Jacobson. Una oportuna coincidencia subraya la importancia de
esta dimensión, oculta bajo el discurso de la normalización diplomática y
migratoria: anteayer atracaba en el puerto de La Habana el Viktor Leonov, un
buque de Inteligencia de la marina de guerra de Rusia. Como decía Martí, en
política lo más importante es lo que no se ve, o no se habla.
*Director
del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias
Sociales. Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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