Los pasos dados por la
CELAC desde su fundación en 2011, apuntan inequívocamente en la ruta trazada
por estos y otros muchos próceres, líderes, pensadores, partidos,
organizaciones y pueblos, en general, que no dudaron en dar la vida por la
concreción del ideal nuestroamericano.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Cumbre de la CELAC en San José, Costa Rica. |
¿Es compatible la
Organización de Estados Americanos (OEA), fundada en los tiempos oscuros de la
guerra fría, y cuyo expediente al servicio de los intereses estadounidenses es interminable,
con un organismo como la Comunidades de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC), surgido de las realidades posneoliberales y las luchas emancipadoras
que caracterizan a nuestra América en el siglo XXI? ¿Se puede comparar el
contexto de creación de la OEA, en medio del asesinato del líder colombiano
Jorge Eliécer Gaitán y del baño de sangre del Botogazo; con el clima de reiteradas victorias en las urnas, en
elecciones legítimas e incuestionables, y de recuperación de la soberanía, la
dignidad y la capacidad de gestión social de los Estados, impulsada por los
gobiernos nacional-populares, bajo el nació la CELAC? Y en definitiva, ¿se
puede obviar la tensión política, ideológica y cultural que gravita en torno a estas
dos instancias, y que se deriva del conflicto recurrente entre el
panamericanismo y el latinoamericanismo en la historia de las relaciones entre
los Estados Unidos y el resto de países del continente?
Aunque resulte difícil
de creerlo, y a propósito del encuentro de los presidentes de nuestra región en
San José de Costa Rica, no han faltado voces que, ingenuas unas, y
malintencionadas otras, han pretendido establecer una identidad, o cuando
menos, sugerir que es posible una coexistencia sin sobresaltos entre la OEA y
la CELAC.
Una tesis como esta
puede ser funcional a los grupos de poder político y económico tradicionales de
nuestra región, interesados en que fracasen los esfuerzos de unidad e
integración que no respondan al credo neoliberal; pero no se sostiene ante un
examen de los antecedentes y motivaciones históricas que están en la génesis de
la CELAC. Una mirada a cuatro momentos de nuestra historia, con sus respectivos
referentes de pensamiento y acción política, bien puede iluminar sobre las raíces
profundas de esta comunidad latinoamericana y caribeña.
En el primer cuarto del
siglo XIX, Simón Bolívar apela a la prospectiva para delinear el futuro posible
del continente que se sacude las cadenas del imperio español: en su Carta de Jamaica, nos habla de su deseo de “formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por
su libertad y gloria”. Y agregaba Bolívar: “Es una idea grandiosa pretender
formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vinculo que ligue sus
partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas
costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno
que confederase los diferentes estados que hayan de formarse”.
A finales del siglo
XIX, José Martí combina prosa y utopía para hablar, por primera vez, de nuestra América; y advierte los desafíos
de nuestro ingreso a la modernidad, en particular, el surgimiento de un nuevo
imperio –el estadounidense- como amenaza latente para nuestros pueblos. Y
escribe con la urgencia del intelectual que quiere cambiar el mundo: “Ya no
podemos ser el pueblo de hojas de aire, que vive en el aire, con la copa
cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la
luz, o la tundan y talen las tempestades:
¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete
leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la
plata en las raíces de los Andes!”
En el siglo XX, en un
mundo que cambia y se enfila ya a la colisión entre el capitalismo y socialismo
real, Augusto César Sandino, enfrentado abiertamente al imperialismo
estadounidense que ocupa militarmente a Nicaragua, propone a los pueblos
latinoamericanos –en marzo de 1929- un Plan
de realización del supremo sueño de Bolívar, para formar una alianza o
federación de los países con sus propias instituciones políticas, jurídicas,
militares, financieras y de creación de obras de infraestructura de transporte
y comunicaciones; empeños abrigados bajo una
sola nacionalidad latinoamericana. Para Sandino, “nunca como hoy se había hecho tan
imperativa y necesaria esa unificación unánimemente anhelada por el pueblo
latinoamericano, ni se habían
presentado las urgencias, tanto como las facilidades que actualmente existen
para tan alto fin históricamente prescrito como obra máxima a realizar por los
ciudadanos de la América Latina”.
Y en la terrible década
perdida del neoliberalismo, los años noventa, dos voces que provienen de
trayectorias distintas se encuentran para perfilar el nuevo rumbo de la
integración latinoamericana: en 1993, en
el marco de la reunión del Foro de Sao Paulo en La Habana, Fidel Castro planteó
la necesidad de “crear una esperanza para
el futuro” de los pueblos, a partir de la
integración política y económica de América Latina. “Es una cuestión vital, es una cuestión de supervivencia, estamos viviendo en un mundo de grandes
gigantes económicos e industriales, de grandes comunidades económicas y
políticas. ¿Qué perspectivas de independencia, de seguridad y de paz, qué
perspectivas de desarrollo y bienestar tendrían nuestros pueblos divididos? (…)
¿Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la
izquierda de América Latina, que crear una conciencia a favor de la unidad?”
Un año después, en
diciembre de 1994, también en La Habana, un joven y rebelde líder venezolano,
Hugo Chávez, esbozaba “un proyecto estratégico continental de
largo plazo”, para el desarrollo de un modelo económico y político
alternativo, soberano y complementario para la región. “Una asociación de Estados latinoamericanos (…) que fue el sueño
original de nuestros libertadores (…). Un
congreso o una liga permanente donde discutiríamos los latinoamericanos sobre
nuestra tragedia y sobre nuestro destino”; que hiciera del siglo XXI “el siglo de la esperanza y de la
resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.
Los pasos dados por la
CELAC desde su fundación en 2011, apuntan inequívocamente en la ruta trazada
por estos y otros muchos próceres, líderes, pensadores, partidos,
organizaciones y pueblos, en general, que no dudaron en dar la vida por la
concreción del ideal nuestroamericano.
Desvalorizar a la CELAC para hacer el juego al panamericanismo imperialista,
relativizar su importancia ante la opinión pública, o atacarla deliberadamente
para conducirla al fracaso, como pretenden algunos sectores de la derecha
continental, y algunos ingenuos distraídos, significa pisotear la memoria, la
dignidad y historia de las luchas por la liberación, la emancipación y la
definitiva independencia de nuestra América.
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