La felicidad es un
“estado de grata satisfacción espiritual y física”, o la “persona, situación,
objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz”, según la vigésima
tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), publicada
en octubre de 2014. En la 22.ª edición, la definición de felicidad era principalmente
material, el “estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”.
Fander Falconí / El Telégrafo
Si se concibe la
felicidad como un estado espiritual, su medición es imposible: un estado de
satisfacción espiritual es algo inconmensurable.
Pero si se trata de esa
felicidad definida en el último DRAE (… objeto o conjunto de ellos que
contribuyen a hacer feliz), su medición sería uno de los retos que propusieron
los premios Nobel de Economía Stiglitz, Sen y Fitoussi en su famoso ‘Informe
Sarkozy’ de 2009 a la métrica de la cultura del capitalismo, es decir, poner
más atención a las mediciones del bienestar humano y de la satisfacción
individual (si se quiere, poner menos atención al lado de la oferta, como la
medición del Producto Interno Bruto, y más atención a las condiciones de
bienestar de los seres humanos en forma amplia y no solo monetaria).
Hay intentos de calcular
la felicidad en forma ‘objetiva’ con guarismos e índices, como el Índice del
Planeta Feliz (Happy Planet Index, en inglés). De acuerdo a un reciente reporte
publicado por la New Economics Foundation y promocionado por Global Footprint
Network, al 2012, los países más felices fueron Costa Rica, Vietnam, Colombia,
Belice y El Salvador. Los menos felices eran Malí, República Central Africana,
Qatar, Chad y Botswana.
Ahora bien, incluso
dentro de la acepción simplona de la felicidad es necesario tener cuidado. El
HPI es un índice que, dadas ciertas ponderaciones arbitrarias, pretende
sintetizar la realidad para ordenar países según los criterios adoptados. En
este caso, el HPI pondera la expectativa de vida al nacer, la huella ecológica
y la percepción subjetiva de felicidad que se refiere a esa condición definida
en el DRAE y no a la felicidad en sentido filosófico -en donde, por cierto, no
hay una sola forma de comprensión-, sea como la búsqueda de placer (el puro
hedonismo) o como todo aquello que permite alcanzar la felicidad (en el sentido
más amplio y complejo propuesto por Aristóteles). Este HPI considera tres
factores, de los cuales solo uno (la esperanza de vida al nacer) no ha sido
puesto en duda, mientras que la huella ecológica reviste serios
cuestionamientos y la percepción subjetiva es eso, una percepción que bien
puede o no corresponderse con la realidad.
Antes de proclamar estas
mediciones, sería conveniente precisar lo que se está haciendo y aclarar qué es
lo que no se está considerando. Y, sobre todo, destacar que estos ejercicios no
pasan de ser ensayos hacia el objetivo de medir el bienestar humano, que podría
concebirse como un subconjunto del concepto felicidad en el sentido del DRAE,
pero no su acepción filosófica (sea la búsqueda individualista de placer o todo
aquello que permite alcanzar la felicidad en el sentido más amplio).
Empleados como
instrumentos de los aparatos de información del statu quo capitalista, ensayos
como el HPI, si no son contextualizados y acotados, solo tienden a consolidar
el sistema, incluso si en el HPI no se considera en forma explícita el consumo,
o su equivalente en el otro lado de la ecuación keynesiana básica: la
producción.
Que Colombia, un país
sumido en la violencia durante los últimos setenta años, que no puede encontrar
la paz a pesar de un empeño aparentemente de dimensión nacional, pero que
alberga bases militares del país más agresivo del planeta, sea considerado muy
feliz, es en realidad absurdo, si lo que se está ‘midiendo’ es la felicidad en
sentido filosófico. Si es otra la felicidad que se pretende medir, la discusión
de este resultado queda absoluta y válidamente abierta.
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