Cuba, y su revolución,
existen en este mundo real, no en el imaginario del pensamiento único y las
abstracciones tan cómodas como acomodaticias de la cultura que ese pensamiento
promueve. Como tal, Cuba, y su revolución, pueden y deben ser objeto de todo el
debate que merezcan sus limitaciones, sus logros, los errores que haya cometido
y los modos en que los haya enmendado o no.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
¿Qué
significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta
gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de
lucha, el comienzo de la revolución
en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una
revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva
adelante en estos instantes.
El fallecimiento de Fidel
Castro Ruz, la austera modestia que pidió para su memoria, la masividad
inestridente y afectuosa de su funeral, y la elección del Cementerio de Santa
Efigenia en Santiago de Cuba como su lugar de reposo final – en compañía de
Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales y José Martí-, abren a debate, una
vez más, el carácter y el alcance del proceso revolucionario que encabezó entre
1953 y 2016. Ese debate no puede ser planteado –ni siquiera imaginado- en los
términos amorales, anacionales y finalmente ahistóricos que han venido a ser
usuales en los años de hierro del neoliberalismo triunfante. Tales términos, en
efecto, sólo permiten dar cuenta de mundos imaginarios, pero no del mundo real,
donde persiste en ocurrir lo imposible una y otra vez, desde la elección
del Papa Francisco en un extremo, hasta la del nuevo Presidente de los Estados
Unidos, en el otro.
Los términos que reclama el
debate sobre Cuba todo lo contrario de aquellos otros: éticos, nacionales, e
históricos. Desde esos términos, por ejemplo, ha advertido Fernando Martínez
Heredia que en Cuba viene ocurriendo un proceso socialista de liberación
nacional. Ese proceso nace del rico y complejo devenir de la formación de la
nación cubana, que se inicia a fines del siglo XVIII, ingresa de 1868 en
adelante a una fase revolucionaria, que adoptó una forma liberal radical
primero, otra demócrata revolucionaria a partir de 1895, y finalmente una
socialista al alcanzar su fase culminante en las condiciones de desarrollo del
capitalismo a escala mundial a mediados del siglo XX.
Aquella primera fase liberal
radical encontró una clara expresión en los términos en que el joven José Martí
emplazó a la Primera República Española – nacida en febrero de 1873, liquidada
por un golpe de Estado monárquico en diciembre de 1874 – a aceptar el hecho de
que Cuba había optado por conquistar su independencia en el campo de batalla, y
no por una mera reforma de su condición colonial:
Más
dirán ahora que puesto que España da a Cuba los derechos que pedía, su
insurrección no tiene ya razón de existir. – No pienso sin amargura en este
pobre argumento, y en verdad que [de] la dureza de mis razones habrá de
culparse a aquellos que las provocan. – España quiere ya hacer bien a Cuba.
¿Qué derecho tiene España para ser benéfica después de haber sido tan cruel? –
Y si es para recuperar su honra ¿qué derecho tiene para hacerse pagar con la
libertad de un pueblo, honra que no supo tener a tiempo, beneficios que el
pueblo no le pide, porque ha sabido conquistárselos ya? - ¿Cómo quiere que se
acepte ahora lo que tantas veces no ha sabido dar?¿Cómo ha de consentir la
revolución cubana que España conceda como dueña de derechos que tanta sangre y
tanto duelo ha costado a Cuba defender?- España expía ahora terriblemente sus
pecados coloniales que en tal extremo la ponen que no tiene ya derecho a
remediarlos. – La ley de sus errores la condena a no parecer bondadosa. Tendría
derecho para serlo si hubiera evitado aquella inmensa, aquella innumerable
serie de profundísimos males. Tendría derecho para serlo si hubiera sido
siquiera humana en la prosecución de aquella guerra que ha hecho bárbara e
impía.[2]
La cercanía de este
emplazamiento con los términos en que Cuba ha ejercido su lucha contra el
bloque que le ha sido impuesto desde 1960 por los Estados Unidos serán
evidentes para el observador atento de nuestras realidades. De igual modo
debería ser evidente el paso a un planteamiento democrático revolucionario en
el momento en que la lucha armada del pueblo cubano por el derecho a decidir su
propio destino ingresa nuevamente en una fase armada a comienzos de 1895, según
lo plantearon José Martí y Máximo Gómez como voceros del mando político y
militar de la revolución que renacía de la derrota a que la habían condenado
sus disputas internas en la guerra de 1868 – 1878:
Cuba
vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su
derecho y del ajeno; o de cultura mucho mayor, en lo más humilde de él, que las
masas llaneras o indias con que, a la voz de los héroes primados de la emancipación,
se mudaron de hatos en naciones las silenciosas colonias de América; y en el
crucero del mundo, al servicio de la guerra, y a la fundación de la
nacionalidad, le vienen a Cuba, del trabajo creador y conservador en los
pueblos más hábiles del orbe, y del propio esfuerzo en la persecución y miseria
del país, los hijos lúcidos, magnates o siervos, que de la época primera de
acomodo, ya vencida, entre los componentes heterogéneos de la nación cubana,
salieron a preparar, o – en la misma Isla continuaron preparando, con su propio
perfeccionamiento, el de la nacionalidad a que concurren hoy con la firmeza de
sus personas laboriosas, y el seguro de su educación republicana.[3]
Tal fue, así, el pueblo
democrático y culto que poco después pudo decir al New York Herald,
a través del Delegado de su Partido Revolucionario Cubano que
“es
nuestro deber, como representantes electos de la Revolución, […] expresar de
modo sumario al pueblo de los Estados Unidos y al mundo las razones,
composiciones y fines de la Revolución que Cuba inició desde principios de
siglo, que se mantuvo en armas con reconocido heroísmo de 1868 a 1878, y se
reanuda hoy por el esfuerzo ordenado de los hijos del país dentro y fuera de la
Isla, para fundar, con el valor experto y el carácter maduro del cubano, un
pueblo independiente, digno y capaz del gobierno que abre la riqueza estancada
de la Isla de Cuba, en la paz que solo puede asegurar el decoro satisfecho del
hombre, al trabajo libre de sus habitantes y al paso franco del Universo”.[4]
Cuba, y su revolución,
existen en este mundo real, no en el imaginario del pensamiento único y las
abstracciones tan cómodas como acomodaticias de la cultura que ese pensamiento
promueve. Como tal, Cuba, y su revolución, pueden y deben ser objeto de todo el
debate que merezcan sus limitaciones, sus logros, los errores que haya cometido
y los modos en que los haya enmendado o no.
Para que ese debate sea útil,
en todo caso, es bueno recordar dos cosas. Una, que no existen en el mundo real
críticas constructivas ni destructivas, sino únicamente críticas fundamentadas
o carentes de fundamento. Y otra, el sano consejo que ofreció Martí a quienes
deseaban participar en la discusión de las cosas de este mundo, incluyendo la
Revolución a la que había dedicado todas sus fuerzas, y a la que entregaría su
vida un año después:
Estudien,
los que pretenden opinar. No se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino
con la realidad conocida, con la realidad hirviente en las manos enérgicas y
sinceras que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo
pasado y componernos en lo presente, para un porvenir confuso al principio, y
seguro luego por la administración justiciera y total de la libertad culta y
trabajadora: ésa es la obligación, y la cumplimos. Ésa es la obligación de la
conciencia, y el dictado científico. La misma injusticia de aquella
escasa porción de nuestra patria que no amase a los que la quieren constituir
para una paz durable, conforme a sus verdaderos elementos, no podría desviar,
ni aflojar siquiera, a los que, dispuestos a dar la vida por su país, le dan de
seguro lo que vale menos que ella: - la paciencia. [...] Amemos la herida que
nos viene de los nuestros. Y fundemos, sin la ira del sectario, ni la vanidad
del ambicioso. La revolución crece.[5]
Panamá, 13 de diciembre de 2016
NOTAS:
[1] Discurso pronunciado
por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del
Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el
resumen de la Velada Conmemorativa de los Cien Años de Lucha, efectuada en La
Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente, el 10 de Octubre de
1968. (Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno
Revolucionario)
[2] Martí, José: “La
República Española ante la Revolución Cubana”. Febrero, 1873. Obras
Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2006.
I, 105
[3] “Manifiesto de
Montecristi”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. IV, 95.
[4] Martí,
José: “Al New York Herald. 2 de mayo de 1895”. Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV, 151 –
152.
[5] Martí, José: “Crece”.[Patria,
5 de abril de 1894]. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. IV, 121.
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