Siempre he dicho que,
cuando en el siglo XXV se hable de nuestras generaciones, los historiadores la
calificarán como aquellas que fueron contemporáneas de Fidel, como hoy se dice
de todos aquellos prohombres que lideraron y dejaron una huella indeleble en su
tiempo.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
¡FIDEL CASTRO HA MUERTO! La noticia sacudió al mundo
entero; no hubo rincón de la tierra que no reaccionara ante las palabras del
Presidente Raúl Castro, comunicando oficialmente a su pueblo consternado y al
mundo entero tan infausta noticia. Y no
era de extrañar esta reacción planetaria, porque Fidel es parte de la historia
universal; porque todo el mundo estaba enterado de su vida, de sus hazañas, de
sus ideas, de su trayectoria de guerrillero y estadista revolucionario, desde
hace 65 años, unos para admirarlo – los más: los hombres y mujeres patriotas y honestos, las
masas de oprimidos, los luchadores por la justicia y la dignidad humana en
todos los rincones del planeta - y otros para denostarlo, unos por odio y los
más por ignorancia, víctimas de una multimillonaria y sostenida campaña
mediática… Pero ahí estaba FIDEL, como el Cid dando batallas, vivo durante
décadas y ahora muerto físicamente, pero vivo más que nunca en el corazón de
quienes creen que la vida solo tiene sentido cuando se lucha por la justicia y
se inspira en el amor.
Para quienes hemos
tenido el privilegio único de ser sus contemporáneos y conocerlo y tratarlo
personalmente, Fidel es algo más que una persona: es una época, es el inicio de
una nueva etapa en la historia de Nuestra América y más allá: del mundo entero.
Hegel decía, ya a inicios de los años
20s. del siglo XIX, que Bolívar era el único latinoamericano que había
ascendido a la esfera de la historia universal. Hoy podemos decir que Fidel lo
es más aún, porque el universo era entonces mucho más reducido que el actual y
la historia universal, incluso para una mente tan lúcida como la del filósofo
alemán, todavía seguía siendo muy eurocéntrica.
La revolución más
grande de la historia actual que hoy, a inicios del tercer milenio de nuestra
era, está en proceso de gestación, es el declive indetenible de la hegemonía
–política, no cultural– que Occidente ha ostentado en la historia universal
desde que la Liga de ciudades griegas, lideradas por Atenas, derrotó a los
grandes imperios asiáticos dirigidos por los últimos reyes persas. Hoy
asistimos al desesperado intento de construir un mundo unipolar, hegemonizado
por el último y más poderoso y decadente Imperio de Occidente, como es el
yanqui. Frente a ese demencial proyecto político, emerge la esperanzadora
alternativa de construir un nuevo orden mundial
de carácter multipolar, como paso previo a uno en que no haya necesidad
de hegemonías de ninguna especie y la humanidad pueda forjarse en su condición de sujeto de su
propia historia. Eso solo se logrará, decía Marx, el día en que ya no haya un
solo esclavo (explotado u oprimido) en la tierra. Nadie encarnó en nuestra
época esa sublime utopía como Fidel. Por eso es el hombre más universal que
haya surgido de las entrañas de Nuestra Madre América. Su barba y su fusil, su
uniforme verde oliva y su verbo encendido, sus lúcidas ideas y su bella prosa…
en fin, su personalidad toda entera, constituyen el mejor patrimonio que haya
dado nuestra historia. Siempre he dicho que, cuando en el siglo XXV se hable de
nuestras generaciones, los historiadores la calificarán como aquellas que
fueron contemporáneas de Fidel, como hoy se dice de todos aquellos prohombres
que lideraron y dejaron una huella indeleble en su tiempo.
El proyecto político
que un grupo de compañeros nos propusimos organizar desde las aulas universitarias de la Universidad de Costa Rica, en octubre de
1970, tenía la impronta de Fidel y Allende. Fidel en el Caribe, a 150
kilómetros deI Imperio, había roto los acuerdos de Yalta que dividían el mundo
en zonas geográficas de influencia de las potencias ganadoras de la II Guerra
Mundial. Por su parte, en el extremo
Sur del Continente, el Presidente
Salvador Allende se proponía demostrar que era posible iniciar
un proyecto socialista en tierra firme desde las urnas de una “democracia”(¿)
burguesa. Luego, nos avocamos a la solidaridad con las luchas guerrilleras de
nuestros hermanos y vecinos centroamericanos convirtiendo a Costa Rica en la
retaguardia estratégica de la guerra
centroamericana de liberación. Hoy luchamos por conformar un frente amplio antineoliberal,
patriótico y latinoamericanista. Pero
siempre e indefectiblemente la
figura egregia de Fidel, su pensamiento y su trayectoria, nos ha servido de
luminosa guía, de estrella polar. Hoy, desde la eternidad, lo seguirá siendo
para todos los hombres y mujeres honestos en todos los rincones del planeta. La
grandeza humana e histórica de Fidel hay que ubicarla en el contexto histórico.
He dicho líneas atrás que Fidel y el Che rompieron el falso determinismo
geopolítico surgido de los acuerdos de Yalta, que dividía el mundo en zonas de
influencia reservado en coto privado a las grandes potencias triunfadoras de la
II Guerra Mundial. Quien primero lo hizo fue Gandhi al dar el primer golpe de
gracia al Imperio Británico; luego Nasser al abrir los anchurosos horizontes
del patriotismo del mundo árabe; finalmente, los movimientos independentistas
en los más diversos rincones del planeta, pero especialmente en los hasta
entonces territorios coloniales de África y Asia, símbolo emblemático de los
cuales fue el héroe congoleño Patricio Lumumba.
Es dentro de ese contexto histórico que se da el 1ro. de
Enero de 1959, liderada por la Generación del Centenario, la derrota de la
sangrienta tiranía de Fulgencio Batista (más de 20 mil asesinatos en 7 años)
impuesta por los yanquis en la mayor de las Antillas. Luego los acontecimientos
se precipitaron. En Playa Girón (1961) fue derrotada por primera vez la
Doctrina Monroe; de inmediato Fidel declaró el carácter socialista del proceso
revolucionario que encabezaba. La crisis de los misiles, acaecida en Octubre de
1962, puso al mundo al borde del exterminio, pero demostró a la humanidad que
solo tiene una posibilidad de sobrevivir: la PAZ, como había sido la consigna
de la Revolución de Octubre encabezada por Lenin y los bolcheviques en 1917. El
magnicidio perpetrado un año después en Dallas demostró a las claras que el
Presidente Kennedy (último auténtico estadista del Imperio) había entendido el
mensaje; por eso fue asesinado en un complot planeado por el “Complejo militar-industrial”
y ejecutado por forajidos, pues el
pronto fin de la Guerra Fría afectaba a
sus intereses. La Guerra Fría terminó en
el mundo cuando la Unión Soviética se autodisolvió en un gesto cuya evaluación
estamos aún lejos de medir en todas sus consecuencias.
Pero el fin de la Guerra Fría no se hizo sentir – aunque aún no ha terminado
plenamente - en el Caribe y en el resto
de Nuestra América, considerada por el Imperio como su traspatio, sino hasta
que el Presidente Obama fue a La Habana
a reconocer públicamente que sus antecesores se habían equivocado, lo cual
equivalía a decir que Fidel siempre
había tenido razón. Hoy la Revolución, encabezada por Fidel en la Sierra
Maestra, no es solamente cubana: es
patrimonio de la humanidad. Y Fidel seguirá inspirando a todos los movimientos
de liberación que los hombres y mujeres
honestos lleven a cabo dondequiera que sea. Su cuerpo ha muerto, su legado
pedurará.
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