Nuestro desafío
consiste en retomar la iniciativa que la violencia reaccionaria aplastó hace 43
años. No se trata de repetir una historia cuyo término todos conocemos. Tenemos
que escribir nuestra propia historia y en la práctica corregir los errores del
pasado y los de ahora.
Manuel Cabieses Donoso / Revista Sur y Sur
La ocasión política la
pintan calva para la Izquierda; la están dando, es el momento de iniciar el
camino de retorno a posiciones de poder. Sin embargo corremos el riesgo de que
la oportunidad y las condiciones favorables se nos escurra entre los dedos. ¿De
qué se trata? ¡De volver a la acción, a la propuesta y al debate de masas!
De ponernos las pilas
para levantar una alternativa política, económica, social y cultural. Sin
vacilaciones ni más bla, bla, bla. El camino del infierno de los trabajadores
está empedrado de palabrería y demagogia. ¡Basta ya!
La Izquierda debe estar
presente en la acción política con su propia identidad, que la dan sus
objetivos superiores y un programa permanentemente actualizado.
Se ha intentado
convencernos que la realidad impone a la Izquierda un repliegue indefinido.
Incluso borrar de nuestro pensamiento el socialismo. Sería el precio a pagar
por las culpas del “socialismo real” y por el fracaso de la Unidad Popular.
Pero esto es un abuso histórico que busca someternos a la voluntad del
capitalismo. La atonía de la Izquierda frente a esa embestida ideológica ha
provocado la atomización de las fuerzas del pueblo. Chile, sin embargo,
necesita una Izquierda que defienda a todo trance los intereses de los
trabajadores y trabajadoras, de los niños y ancianos, que ofrezca al país una
salida sensata a la crisis generada por las coaliciones burguesas gobernantes.
La salida consiste en un proceso de movilización social que cree las
condiciones para convocar la Asamblea Constituyente que proponga al pueblo la
nueva Constitución, madre de las nuevas instituciones y leyes.
Sin embargo la
resignación ante la interminable “transición a la democracia” ha llevado a la
despolitización a vastos sectores populares. Han sido víctimas indefensas de
una estrategia de dominación implacable que busca estrujar hasta la última gota
las energías del pueblo y hasta el último gramo las riquezas de la montaña, del
campo y del mar de Chile.
La casta política se ha
esmerado en apuntalar la institucionalidad y el sistema capitalista desorbitado
que implantó la dictadura. Ese caserón desvencijado amenaza desplomarse y
descargar una nueva tragedia sobre el pueblo. Solo la Izquierda -dotada de un
proyecto distinto de país- puede orientar el esfuerzo por la democratización
que abortaron las coaliciones gobernantes.
Por supuesto la
alternativa de Izquierda debe nacer de los movimientos sociales y agrupaciones
que defienden diversas demandas de la población. Pero no es cuestión de
sentarse a esperar que ese alumbramiento se produzca en forma espontánea y casi
milagrosa. Algunos deben tomar la iniciativa y producir los acercamientos entre
sectores prejuiciados contra el ejercicio de la política por los vicios
mostrados en su práctica.
Asimismo, debemos ser realistas a la hora de
levantar la alternativa de Izquierda, sin duda. Pero esa alternativa siempre
tendrá una carga revolucionaria, o no será. Su contenido la distingue de la
demagogia de conservadores y reformistas. Nuestro realismo no se contenta con
las migajas del “mal menor”. Por eso siempre será rebelde. No obstante, nuestra
tarea consiste en articular y dar sentido a miles de experiencias que nacen del
pueblo. Chile acumula valiosos ejemplos que hablan del valor e inteligencia de
las masas. Lo demuestran más de un siglo de luchas sindicales, de pobladores y
estudiantes, de resistencia del pueblo mapuche, de las mujeres, del movimiento
gay, etc.
El realismo de la
Izquierda -a diferencia del “sentido común” de los lobos del hombre- siempre
propondrá el cambio para abolir la explotación y la injusticia y para
fortalecer las libertades y garantías del ciudadano. La Izquierda existe para
luchar por libertad, justicia e igualdad. No anda con santos tapados. Proclama
francamente sus objetivos y propone un camino y un método para alcanzar la
victoria. Esa será siempre una conducta diáfana, porque el motivo fundamental
de la Izquierda consiste en construir conciencia y la organización de millones.
Nuestro desafío
consiste en retomar la iniciativa que la violencia reaccionaria aplastó hace 43
años. No se trata de repetir una historia cuyo término todos conocemos. Tenemos
que escribir nuestra propia historia y en la práctica corregir los errores del
pasado y los de ahora.
Hay que poner manos a
la obra para construir la fuerza social y política que permita reorganizar la
Izquierda. Aprovechemos la coyuntura político-electoral que se abre. No dejemos
el campo libre a los demagogos de siempre, a los que han hecho del engaño una
profesión. Los inicios de esta nueva etapa de construcción de Izquierda serán
difíciles, pero servirán para echar bases firmes de la alternativa popular. No
dejemos pasar esta oportunidad. Las instituciones y partidos del neoliberalismo
están agotados por la corrupción y por su distanciamiento del pueblo. Es el
tiempo del renacer de la Izquierda.
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