Pino, al que conocía a través de sus reconocidos films, me atrapó con sus imprescindibles documentos después de la devastadora crisis del 2001. Llorábamos a moco tendido con “Memorias del saqueo”, “La dignidad de los nadie” y “Próxima estación”. Eran una crónica descarnada y minuciosa de la destrucción de una sociedad que remataba por dos pesos su invalorable patrimonio nacional…
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Uno se relaciona con las personas porque en un momento dado, nos encontramos recorriendo el mismo camino, aunque sabemos que lo miramos con distintos ojos.
Pino, al que conocía a través de sus reconocidos films, me atrapó con sus imprescindibles documentos después de la devastadora crisis del 2001. Llorábamos a moco tendido con Memorias del saqueo, La dignidad de los nadie y Próxima estación. Eran una crónica descarnada y minuciosa de la destrucción de una sociedad que remataba por dos pesos su invalorable patrimonio nacional, deshilachaba su glorioso pasado luego del paso apocalíptico de una dictadura feroz como pocas en el mundo. Pino con su cámara y su mirada de artista único, narraba la desolación de esos escenarios en ruinas donde despojos humanos aparecían como sobrevivientes después de un bombardeo. Nos habían desintegrado y, como tapados por la polvareda después de un terremoto, no sabíamos si vivíamos o no. Tardamos tiempo en espabilarnos y hacernos cargo del abismo en que habíamos caído.
En los cines en que se exponían sus películas, el silencio era interrumpido por algún sollozo ahogado, mientras mirando a los costados descubríamos a los vecinos con lagrimones corriéndoles por las mejillas, tan mojadas como las nuestras. Llorábamos por nuestros compañeros muertos, por las ilusiones pisoteadas y por un futuro soñado que jamás se lograría. Aquella Argentina de los setenta sin desempleo ni pobreza, aquella que editaba más libros que la mayoría de países de habla hispana y premios nobeles, de movimientos combativos, era un espejismo lejano y borroso que iba deshaciéndose lentamente en la memoria de los vivos.
Sólo nos quedaba la dignidad, título que mejor elogiaba la calidad humana ante la bandada de buitres carroñeros que nublaban el cielo de la patria. Lo que no hicieron los milicos, Menem lo hizo. El brutal desguace de las empresas públicas fue superior y más rápido a lo realizado en el mundo luego de la implosión de la URSS.
Y…, ahí anda el nonagenario senador festejando cumpleaños y la posible futura candidatura de Zulemita.
Sé, como argentino que damos para todo, quedan trazas del destrozo del último presidente, prescindente de nombrarlo, aunque jamás olvidarlo…
Pero no perdamos tiempo, volvamos a evocar ese muchacho jovial y grandote, encanecido que aún guardaba la melena y pinta hippie de los sesenta. Dónde más tocó mi sensibilidad de ex obrero ferroviario fue en La última estación, en donde aparecen viejos amigos entrañables y conocidos dirigentes que acompañan el recorrido por infinidad de estaciones crecidas a la vera de la vía por todo el territorio nacional.
Allí, mi hermano de lucha, el Negro Cena describe el desarrollo ferroviario alcanzado en el país en más de un siglo, cuya extensión superó a toda la de América Latina junta, segunda después de los ferrocarriles yanquis.
El ingeniero Élido Veschi, otro de los colaboradores y ex dirigente de APDEFA, el gremio del personal de dirección de Ferrocarriles Argentinos, arrima una cifra descomunal, el patrimonio de todo aquello, valuado en alrededor de 35 mil millones de dólares, se escurrió como agua por los sumideros. No se recuperó nada luego del desguace y latrocinio amparado por funcionarios, jueces, policías y dirigentes como José Pedraza de la Unión Ferroviaria, cómplice en la destrucción de la empresa, finalmente condenado por la muerte de Mariano Ferreyra.
Solanas, hijo de una familia pequeñoburguesa creció en un ambiente antiperonista, pero con 19 años vivió el golpe contra el gobierno democrático del líder de los trabajadores y ya no tuvo dudas a qué estaba asimilado y comenzaron sus búsquedas que lo llevaron a realizar un cine de denuncia, más testimonial que estaba emergiendo en el continente, como el del brasileño Glauber Rocha. Entonces tiene la suerte y la fortuna de juntarse con el genial español Octavio Getino, con quien funda el Grupo Cine Liberación y comienza el sueño de narrar el documental La hora de los hornos, en blanco y negro. Allí va de la revolución que había liberado a los cubanos de la dictadura de Batista, a filmar la situación de los obreros de los ingenios en Tucumán o de las Villas del Gran Buenos Aires. Su extensa narración que dura cerca de cuatro horas y sale a la luz en 1968, en plena dictadura de Onganía, lo pone de por sí entre los subversivos, cuyas organizaciones irían a irrumpir en años posteriores.
Su estilo para nada panfletario, contenido en una sucesión de imágenes impactantes de rostros sufrientes, articuladas por un inteligente guión, hilo conductor y articulador de tanto recorrido, suma además una música de fondo que colaborará en completar el relato. Éste sigue siendo uno de los materiales más valiosos en la batalla cultural que militaba sus últimos años de entrega a la política, donde hacía gala de valentía en desnudar los negociados y denunciar delitos contra los argentinos.
Acompañado de reconocidos intelectuales, harto de la dirigencia política que había arrastrado al país al cabo de años miserables de la recuperada democracia, formó Proyecto Sur en 2007, en la ilusión de mover los resortes de distintas corrientes de la izquierda dentro del entramando interno de la política del país. Ingresaron algunos legisladores en la CABA y luego en la nación. Pino era senador nacional y, el actual gobierno, en reconocimiento a su amplia y reconocida labor cumplida en la cultura lo envió como embajador a la UNESCO.
Como todo artista, maestro de generaciones y premiado en vida, deja una obra destacada que puede buscarse en las redes, pero sobre todo está guardada en el corazón de todos sus compatriotas.
1 comentario:
Los latinoamericanos le debemos mucho a Pino. Siempre estaré agradecido por ayudarme a ver las injusticias que los grandes medios siempre han escondido. Desde Uruguay se le extrañará, aunque nos queda su obra.
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