sábado, 14 de noviembre de 2020

¿Yankee malo, yankee bueno?

Ahora se impone otra reflexión: una mucho más rigurosa y crítica de las repercusiones reales de lo sucedido en Estados Unidos en los primeros días del mes de noviembre, teniendo en consideración los antecedentes de un político que, más pronto o más tarde, se acercará de nuevo a América Latina con su sonrisa impostada -de yankee bueno- a extender la mano del imperio.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica



Mientras las aguas de la agitación mediática -siempre en lucha por el rating- vuelven a su nivel tras conocerse el resultado de las elecciones en Estados Unidos, una nueva narrativa se despliega ante nuestros ojos e impregna de significados e interpretaciones bienpensantes los reportes de los telediarios, las agencias de noticias, los editoriales de los principales periódicos, los sitios de noticias en internet y, por supuesto, las redes sociales donde se libran ardorosos ¿debates? para conquistar likes.
  

En esa disputa por la producción de sentido, el guión recurre a los vetustos pero infalibles argumentos de Hollywood: el malo, el magnate desaforado, el delirante nacionalista, el xenófobo y fascista Trump, ha sido vencido por Joe Biden, el bueno, el lugarteniente de Barack Obama, el veterano de mil batallas políticas, el hombre que devolverá a la humanidad a los causes de la normalidad (imperialista), amenazada por la volatilidad de carácter y el gansterismo como modus operandi de esa suerte de Calígula moderno de la Roma Americana, que ocupa la Casa Blanca desde hace cuatro años.

 

En esta narrativa, celebrar el triunfo del candidato del Partido Demócrata deviene en actitud “progre”, sensata y cómoda para instalarse en el aséptico centro político. La agencia AFP, por ejemplo, destaca que las habilidades de Biden “son incomparables: puede mostrar su sonrisa de un millón de vatios a estudiantes universitarios, compadecerse de los maquinistas desempleados de la zona industrial del Medio Oeste o dar una feroz amonestación a sus rivales”. El New York Times, por su parte, lo caracteriza como un político de “presencia serena y convencional”, pragmático (“rechazó la presión de tender más hacia la izquierda”, ¡cómo no!), y “preocupado por el alma del país”; en tanto que el portal argentino Infobae pondera su larga trayectoria pública y la virtud de su “previsibilidad”. 

 

Pero vistas las cosas desde acá, desde la América nuestra, y sin entrar a valorar cómo influyeron esos rasgos de la personalidad del exvicepresidente en las intervenciones militares de Estados Unidos en Libia o Siria, con su terrible impacto humano y geopolítico, es necesario preguntarnos: ¿cómo se comportó Biden hacia nuestra región durante los ocho años de mandato del presidente Obama, entre 2009 y 2017? ¿Cuál fue su actitud “democrática” cuando se perpetró el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras, en 2009? ¿Defendió la voluntad popular expresada en las urnas frente a los golpes blandos -o lawfare- que se ejecutaron en Paraguay en 2012 y en Brasil en 2016? ¿Condenó el intento de golpe de Estado contra Evo Morales que, en 2008, llevó adelante la oposición de la llamada Medial Luna en Bolivia? ¿Se opuso al financiamiento que dio la National Endowment for Democracy a la sublevación policial, y a su correlato político-mediático, contra el gobierno de Rafael Correa en Ecuador en 2010?

 

Sin menoscabar el hecho de que la inminente derrota de Trump es una noticia más que esperada en prácticamente todo el planeta, no es menos cierto que ahora se impone otra reflexión: una mucho más rigurosa y crítica de las repercusiones reales de lo sucedido en Estados Unidos en los primeros días del mes de noviembre, teniendo en consideración los antecedentes de un político que, más pronto o más tarde, se acercará de nuevo a América Latina con su sonrisa impostada -de yankee bueno- a extender la mano del imperio. Y sin duda no será para ofrecer paz, una relación entre iguales y respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos. Bien lo dice el argentino Atilio Borón: lo que hemos presenciado en Estados Unidos fue “una elección entre el peor y el malo, y prevaleció el último. Decepcionante, ¡seguro!, pero estas son las opciones que el imperio siempre tiene para ofrecer. Desconocer esta verdad, asentada sobre un registro histórico de más de doscientos años, equivale a confundir ilusiones con la realidad”.

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