sábado, 14 de noviembre de 2020

Biden no es la panacea, pero ayuda a frenar a la derecha fascista

 Joe Biden representa a la derecha neoliberal del Partido Demócrata, la que se opuso con todas sus fuerzas a Bernie Sanders y al ala progresista de ese partido a la que algunos catalogan de “izquierda” (que tal vez lo sea para los Estados Unidos), y que en América Latina no falta quien catalogue de “izquierda radical”.

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica



En nuestros países hay ingenuos que, al ver la victoria de Biden, dicen cosas como: “ojalá esta sea una buena era, con paz en el mundo, con freno a la globalización artera, con mayor cuido del planeta, alto a la xenofobia, al racismo y el sexismo y para América Latina el respeto a la autodeterminación de los países”. Es decir, que depositan en él esperanzas bastante alejadas no solo de lo que podría hacer sino de lo que estaría dispuesto siquiera a proponer. 

 

 A Joe Biden no se le puede pedir eso por varias razones. En primer lugar, porque los intereses que representa no tienen como prioridad ninguno de esos buenos deseos. Lo fundamental para ellos, como bien lo expresó ya el antiguo vicepresidente de Obama, es que los Estados Unidos vuelvan a liderar al mundo. ¿Hay que decir que significa esto? ¿Cómo ha “liderado” el mundo los Estados Unidos? Permítanme esbozar una leve sonrisa. 

 

En segundo lugar, porque a Biden le tocará gobernar en un tiempo en el que se acentúa lo que el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, llama un “tiempo calamitoso”, en el que el sentido común neoliberal, que se basa en el consenso del maridaje mercado-democracia representativa, está en franco deterioro.

 

No es la gente como Joe Biden la que está llamada a comandar el esfuerzo por una salida progresista de este tiempo de incertidumbre en el que parece no haber una dirección cierta hacia dónde dirigirse. El lado en el que él esta situado no comparte las formas neofascistas de Donald Trump, pero, en última instancia, es el mismo lado. Las opciones alternativas no pueden emerger de ahí, sino de lo que ya se perfiló en América Latina en el primer decenio del siglo XXI, con todos sus aciertos y sus yerros, y que tuvo una expresión sobresaliente precisamente en el país en el que García Linera fue vicepresidente, Bolivia.

 

Este tiempo de incertidumbre, que no es producto solo ni en primer lugar de la pandemia, aunque ella pudo haber acelerado y acentuado algunos de sus rasgos, se expresa en todos los ámbitos de la vida, también en la política norteamericana. Mañana podemos tener a Biden o a Trump (o a un trumpista) presidiendo el gobierno de la primera potencia mundial. Todo es posible, sobre todo después de ver el enorme caudal de votos que recibió el segundo en estas elecciones.

 

Donald Trump es la expresión más acabada de una de las tendencias más agresivas y retrógradas de este tiempo de incertidumbre y deterioro del consenso neoliberal. Así como en América Latina han surgido de esta situación tendencias democratizantes vinculadas a lo popular, también surgen otras, como el trumpismo, como la que representa el partido Vox en España, Orban en Hungría y tantos otros, que encauzan la desazón del tiempo sin certezas y el deterioro en dirección contraria.

 

Seguramente, una de las tareas más urgentes de la coyuntura histórica por la que estamos atravesando es frenar a estas fuerzas radicales de la reacción, en las que se expresa la salida furiosa y atormentada de amplios grupos sociales que no tienen claro cuál es el horizonte al que se dirigen.

 

Por eso es importante la victoria de Biden. Es posible que sea una victoria de corto alcance y temporal, y que en un tiempo se revierta hacia alguna forma furiosa de trumpismo o su emulación. Pero, por el momento los estadounidenses han ganado una batalla y ojalá sigan avanzando en esa dirección. 

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