Guatemala nunca ha sido espacio propicio para la democracia. Su historia republicana está tachonada de dictadorzuelos de opereta, crueles con sus conciudadanos y genuflexos con las grandes potencias. En su espacio geopolítico nace la peyorativa noción de Repúblicas Bananeras para significar a gobiernos venales prestos a venderse al mejor postor.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Hacia finales del siglo XX, pareció que ese opaco destino podía cambiarse cuando se firmaron acuerdo de paz y se hicieron votos fervorosos por la construcción de la democracia, ojalá participativa. Fueron procesos que no lograron despegar nunca, porque las estructuras tradicionales, que siempre tuvieron el poder en un puño, firmaron documentos que pretendían crear el sustento institucional de nuevas relaciones sociales, pero que sabían que nunca iban a cumplir.
Los acuerdos de paz quedaron en el aire, totalmente al margen de la dinámica de la vida real. Incluso, con el tiempo, quedaron en el olvido. Lo que sí siguió su curso avasallante fue lo de siempre, es decir, el gobierno de fuerzas tradicionales avorazadas y violentas, acostumbradas a los gestos y los tratos de gamonales y finqueros.
Ese parece ser el mundo natural en Guatemala, el del mando vertical y autoritario que no permite el más mínimo cuestionamiento del poder omnímodo; el mundo del trabajo mal remunerado y en pésimas condiciones, a veces colindantes con la explotación colonial; el de los generales y coroneles barrigones, ambiciosos, mediocres y violentos que antes se daban manotazos entre ellos para pelearse por el turno en la presidencia, y ahora forman pandillas de mafiosos que hacen fortunas con el tráfico de drogas y personas, los contratos con el Estado y el negocio de la violencia organizada.
Esa calaña es la que sigue prevaleciendo hasta ahora. Cuando parece que las cosas pueden cambiar, se las arreglan para dejar fuera del ring lo que los reta. Aceptaron a regañadientes a la CICIG y la midieron durante un tiempo, hasta que fue evidente que ponían en peligro el régimen de impunidad en que se mueven. Entonces la echaron, no hubo fuerza que los detuviera.
Esa fue la clarinada que toco a arrebato y dio inicio a la contraofensiva en la que están involucrados hasta ahora. Se trata de defender con uñas y dientes las estructuras que permiten que hagan y deshagan a su antojo, sin que nadie les llame a cuentas.
Se encuentran en un momento de paroxismo en el que se están jugando el todo por el todo. Aunque se encuentran arrinconados por el triunfo de Bernardo Arévalo en las elecciones presidenciales de 2023, tienen aún muchos recursos producto de los tejes y manejes con los que, por años, han construido un entramado de intereses y lealtades que solo puede existir en el statu quo imperante.
Ese entramado es el que se encuentra ahora en funcionamiento a toda máquina, carburando cómo hacer para entorpecer la llegada a la presidencia de quien los cuestiona y puede ponerlos en peligro. Un día atacan por un flanco, otro día por otro, y no cejarán en la tarea porque en ello se les va su modo de vida.
Hasta ahora, se sentían seguros porque parecía que su marcha avanzaba de victoria en victoria, deshaciéndose de organismos, instituciones y personas incómodas que les cuestionaban. Pero surgió, aparentemente de improviso, la tendencia contraria. Era una corriente subterránea difícil de detectar, como tantas veces ha pasado en la historia, que de pronto irrumpió con fuerza y le dio un nuevo cariz a todo.
En esas está Guatemala, en un pulso entre lo viejo y lo nuevo que pugna por nacer.
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