En la distopía propuesta por La Libertad Avanza, seguramente no habrá libertad; un ejército de zombies esclavizados, deambularán por las calles con un destino incierto, mientras desde los balcones de la Casa Rosada tomada, el emperador despeinado tocará la lira para continuar inspirándose.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
La realidad o eso que percibimos cómo realidad, se ha ido corriendo progresivamente desde hace décadas, mucho más en lo que va del presente siglo. Pareciera que no hay certezas de nada. Desde los estragos dejados por la globalización, la liquidez que le atribuía a la sociedad el sociólogo Zygmunt Bauman, hasta el imperio de las fakenews que hizo posible la irrupción de Trump y Bolsonaro, eso que percibimos cómo realidad que se iba desplazando de lugar varios grados, llegó a los 180°, prácticamente en la vereda de enfrente. Hecho que, sumado a los efectos de la pandemia, hizo que las subjetividades humanas se trasladaran a submundos tenebrosos de dónde surgió un candidato como Javier Milei, dispuesto a arrasar con todo lo existente, pero que a partir de las entrevistas que le realizan actualmente sobre lo que impulsaba realizar, con motosierra en mano, va reculando como si calzara ojotas, chinelas o, directamente – como se dice en criollo – chancletas. Totalmente desmemoriado, como el opuesto de Funes, el memorioso del cuento de Borges, niega el bimonetarismo anunciado y otros anuncios con los que encegueció a sus seguidores.
Por si las moscas, Jorge Luis Borges publicó Funes el memorioso en 1944, dos años antes que se editara el cuento, La casa tomada de Julio Cortázar. Décadas que parecen siglos…
Por si las moscas también, es bueno recordar un simple pasaje del maravilloso cuento de Borges, como para oponer el olvido libertario a la persistente memoria de Ireneo Funes: “Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.”
En esa atmósfera distópica imaginada por los pocos magnates que dominan actualmente el mundo, “la casa tomada”, como el cuento cortaziano, sería la realidad o eso que percibíamos como realidad hace décadas, antes que nacieran la mayoría de votantes que elevaron al estrellato al loco melenudo.
El mismo Javier Milei, nacido en octubre de 1970, tenía tres años, cuando el golpe militar chileno y seis años cuando las FFAA tomaron el poder por asalto en Argentina; fenómeno que en un niño depende del entorno en que vivieron sus padres y del relato que elaboró el mismo posteriormente a esos años de plomo. Su barrio fue Palermo, hijo de un empresario del transporte y una mujer ama de casa, con los que cortó relaciones en 2010. Tiene una hermana menor llamada Karina que es su principal consejera – según la biografía expuesta en Wikipedia – a la que podría asimilarse con Irene (Ireneo Funes, coincidencia o causalidad ¿no?), la hermana menor del protagonista de Casa tomada. Irene – en el cuento – teje todo el tiempo, mientras su hermano mayor lee libros en francés y sale a comprar lana para su hermana, mientras tapiaban la gruesa puerta de roble que da a las habitaciones del fondo, hasta que comienzan a escuchar ruidos y voces que delatan que la casa ha sido tomada. Nadie sabe quién toma la casa. Cortázar en ningún momento lo esclarece y, esa incógnita es lo que realmente le concede genialidad al relato. Esa nebulosa humana que conversa y emite ruidos molestos, serán los grasas peronistas, los obreros que conforman la base del peronismo y que irrumpen en la escena nacional el 17 de octubre de 1945 en la Plaza de Mayo, exigiendo la libertad de Juan Domingo Perón, preso en la isla Martín García.
“Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo, casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte, pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
—Han tomado esta parte —dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
—¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? —le pregunté inútilmente.
—No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.”
Así termina La casa tomada, el cuento publicado por Julio Cortázar en 1946 – según sus propias palabras – inspirado en los cambios sociales que se venían dando desde el año anterior e instalado como candidato a presidente Juan Domingo Perón acompañado por Hortensio Quijano, enfrentando a la Unión Democrática que tenía el respaldo del embajador norteamericano Spruille Braden.
Sin ánimo de criticar a Cortázar al que, por el contrario, le rendimos homenaje al mentar su cuento. Porque así como puede reprobarse su partida a Europa y su rechazo a los bombos peronistas que le impedían escuchar a Béla Bartók – como le escuchamos criticar varias veces a Jorge Abelardo Ramos –, su posterior adhesión a la revolución cubana y repudio a las dictaduras latinoamericanas lo colocan en otro lugar.
El escritor jamás adscribirá al peronismo, aunque nunca conseguirán desmarcarlo por completo de su caracterización como escritor snob y europeizante, dando muestra de una honestidad intelectual inaudita.
En ocasiones, una atmósfera surrealista envuelve a los personajes para trazar alegorías tales como la de “La casa tomada”. El colectivo social surgido a mediados del siglo pasado dentro del peronismo forjador de derechos sociales, es similar por lo novedoso, al colectivo emergente de las sucesivas crisis dejadas por el neoliberalismo desde la dictadura, el menemismo, la Alianza y el gobierno de Mauricio Macri.
En la construcción de la atmósfera nociva germinal, participaron cadenas de grandes medios de comunicación tradicionales y redes virtuales que, con ayuda de diversos especialistas, van a penetrar en la subjetividad de modo de manipular a piachere a los sujetos que, a su vez, conforman círculos de conocidos en los que promueven “¿sus propias opiniones?” políticas.
Frustrados en sus expectativas laborales, hartos de trabajar de lunes a lunes más 14 horas diarias, sin posibilidades de adquirir o alquilar vivienda, cargados de deudas, la única manera de canalizar sus emociones es a través del odio y la violencia. Engañados como emprendedores o meritorios deliverys, es una nueva forma de esclavitud que reclama visualización que mejore sus condiciones.
Poner en valor su precaria condición laboral y las estrategias libertarias de reclutamiento, desde luego gratuitas, para la campaña presidencial de Milei para octubre 2023, es otra muestra de desprecio y manipulación. Ramiro Marra, empresario exitoso, conocido como “El pibe”, actual legislador y candidato a jefe de gobierno de la CABA, se presentó vestido de delivery a un acto, con mochila y todo exhortando: “¡Amigos liberales! En octubre, podemos ganar las elecciones en primera vuelta, pero necesitamos tu apoyo. Si trabajás en una app de servicio y querés ayudar, pero necesitamos tu apoyo. ¡sumate al formulario!”[1]
El pibe Rappi entró al mercado de trabajo sin conocer ni imaginar derecho laboral alguno y hoy se embandera con Milei y Marra, dos profesionales de clase media a años luz de él, pero conformaron su imaginario de modo de transformarlo en su amplia base de jóvenes votantes. Una estafa a corto plazo.
La derecha y la ultra derecha, fomentaron como emprendedores a estos trabajadores precarizados, luego inscriptos como monotributistas, manera de disfrazar a los falsos microempresarios, muchas veces también asimilados a empleos públicos. Porque el Estado también viene fomentando este mecanismo subterfugio de emplear profesionales en ciertas tareas sociales. Lo hizo en pandemia con los trabajadores de la salud y otros profesionales indispensables para el funcionamiento comunitario. Porque bueno, la pandemia dio para todo, sobre todo en explotación laboral. Aunque no es correctamente político decirlo. De ahí que, el exceso de corrección política o mordaza, favoreció el repudio institucional. Generó un nuevo “que se vayan todos” como en 2001.
Ante ese horizonte desolador, que se derrumbe todo, aunque el derrumbe nos arrastre a nosotros también, Milei ha sido la tabla de salvación dentro de esa tormenta desesperada y apocalíptica.
Pero no sólo jóvenes convergen ahí, también lo hacen los descreídos de la política, como personas maduras o jubilados; aquellos que han visto enriquecerse a familias completas de dirigentes a través de cuarenta años de la recuperada la democracia.
Una vez retiradas las FFAA en diciembre de 1983, hubo que rearmar, organizar y reclutar dirigentes y empleados para poner en funcionamiento organismos autónomos cómo Registros nacionales de la propiedad del automotor, Institutos tecnológicos específicos de contralor, o del ministerio público en sus diversos niveles, cuyas vacantes eran cuantiosas. Muchos de ellos, con ganancias mensuales extraordinarias por su obligatoriedad jurídica. Los familiares y amigos de los políticos jurisdiccionales, fueron los privilegiados con esos beneficios. A partir de entonces, se puede decir que tienen la vaca atada.
Cientos de miles de profesionales de la política crecieron a la vera de los partidos, aprovechando las posibilidades legales: primero ejerciendo de punteros barriales, luego un empleo en algún municipio u organismo público, asesorías en legislaturas y, desde luego, las dádivas de la información entrecruzada para obtener negocios y licitaciones que, directamente, benefician a los amigos. Esto independiente del partido que sea. Hay partidos grandes y pequeños. Hay partidos viejos y otros fugaces, que duran lo que una elección.
En Argentina existen dos partidos o movimientos de masas reconocidos: el radicalismo, surgido en 1890 y el peronismo, desde 1945. Sin embargo, hay partidos más chicos como los de la izquierda y derecha tradicionales y los nuevos verdes, que conforman nichos electorales; un kiosquito que brinda todos los beneficios de un partido político reconocido, con la distribución de fondos que concede el estado, donde se incluyen pasajes aéreos y otros beneficios legales.
El ciudadano común, que siempre observó eso desde los márgenes de su modesta condición, rápidamente los identificó como “la casta”, según la arenga mileica. Javier Milei concentró en pocas frases su proclama rabiosa. Gritos, gestos e insultos bastaron para elevarlo al sitial donde actualmente está. Nadie en sus cabales, se animaría a proyectar a este personaje. Todos ellos a lo largo de la historia tuvieron su apogeo, decadencia y final. Algunos, trágico.
Sus votantes y adherentes no saben o intentan no saber que, Milei y sus dirigentes ingresaron a la casta; que el ejercicio de la política que repudiaban, terminó absorbiéndolos y ahora son parte de lo que combatían.
Esta semana, más precisamente el 11 de septiembre se cumplieron 50 años del bombardeo a la Casa de la Moneda y el asesinato del presidente constitucional chileno, Salvador Allende. Sangre y más sangre y cuarenta mil desaparecidos dejaron 17 años de la furiosa dictadura encabezada por Augusto Pinochet, azuzado por Richard Nixon, el centenario Henry Kissinger y las doctrinas económicas de Milton Friedman y sus Chicago boys. Horror que luego se trasladó a varios países latinoamericanos y, desde luego a nuestro país dejando un reguero de sangre y terror.
Los derechos adquiridos costaron luchas y sangre de millones de obreros durante más de un siglo, para que un loco desmemoriado quiera borrarlos de un plumazo. Pero no sólo es Milei; Bullrich, Macri y el supremo Carlos Rosenkrantz también han negado reiteradamente, que una necesidad genera un derecho.
En la distopía propuesta por La Libertad Avanza, seguramente no habrá libertad; un ejército de zombies esclavizados, deambularán por las calles con un destino incierto, mientras desde los balcones de la Casa Rosada tomada, el emperador despeinado tocará la lira para continuar inspirándose.
No hay comentarios:
Publicar un comentario