La ubicación geográfica de Costa Rica y la penetración de carteles mexicanos y colombianos que se disputan territorios, solo auguran un futuro crecimiento del problema que, como ha sucedido en otros países pasará, de solo la guerra entre bandas, a la extorsión de ciudadanos comunes y silvestres, cobro de peajes, secuestros y todo lo que caracteriza a la prevalencia del crimen organizado.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
En febrero de este año, las redes sociales costarricenses se llenaron de críticas y comentarios sarcásticos cuando lo medios de comunicación dieron cuenta de la gira que realizaba el presidente Rodrigo Chaves en la zona sur del país colindante con Panamá. En las imágenes que ofrecían los noticieros, aparecía el presidente acompañado de un contingente de guardaespaldas fuertemente armado con armas largas y chalecos antibalas, algo totalmente inusual en un país en el que hasta hace unos años era posible encontrarse al presidente como un ciudadano más en un restaurante o un supermercado, lo cual era motivo de orgullo e identificado como rasgo diferenciador de Costa Rica en la región.
En esta ocasión, lo parafernalia de la seguridad presidencial fue justificada en el supuesto que el gobierno estaba llevando adelante una política contra la violencia organizada, y eso exponía al mandatario a una venganza.
Efectivamente, en Costa Rica la violencia ha venido conociendo un incremento inusitado en los últimos dos años, que coinciden con los dos años de mandato del señor Chaves. El medio digital crhoy.com da cuenta, el 18 de septiembre de 2023, que “En menos de 500 días, el gobierno de Chaves suma casi 1,100 homicidios”, lo que significa un aumento entre un 35% y un 40% en un período de 365 días.
El pasado 20 de septiembre, el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica (UCR) sacó a la luz una de las encuestas sobre la realidad nacional que realiza regularmente. En ella se pone en evidencia que los costarricenses, alarmados por los niveles de violencia prevalecientes, de los cuales nunca antes habían conocido, consideran que ese es, precisamente, el principal problema del país, seguido por la corrupción y el desempleo.
Ante estos datos, el vocero de Casa Presidencial se alegró porque consideró que eso muestra que las políticas contra el desempleo del gobierno están dando resultado al dejar de ser el problema principal que acongoja a la ciudadanía, y el presidente expresó, en conferencia de prensa, que esa encuesta había sido realizada desde una instancia académica de una universidad pública descontenta con su política de financiamiento de la educación superior. Es decir, dieron a entender que el tema de la violencia, que lleva a que todos los días diarios y noticieros televisivos se inicien mostrando cuatro o cinco cadáveres de ajusticiados, mutilados o calcinados que aparecen en distintos puntos del país, es un tema secundario, al que se le da más importancia de la debida o que es un invento de gente desafecta con su gestión.
En gira por la provincia caribeña de Limón, una de las tres en las que más han crecido los índices de violencia, el mandatario se dejó decir, frente a cámaras y micrófonos, que los limonenses le habían dicho: “que no me preocupara tanto por los asesinatos, porque mientras uno no se mete en malos pasos, no hay porqué preocuparse, eso es entre ellos que se matan, y saben qué, sí, es cierto”. Es decir, como dice el título de este artículo, “déjenlos que se maten entre ellos”.
Costa Rica es un país que siempre se caracterizó a sí mismo como amante de la paz, y se ufanó de que la violencia que caracterizó al resto de países de la región, que llegó al clímax en el Triángulo Norte centroamericano, no la tocaba. En la conmemoración de una gesta cívica del país, la entonces presidenta Laura Chinchilla dijo, en 2013, que los costarricenses llevaban la paz en su ADN lo que, seguramente, habría sido la causa de esa aparente inmunidad que tenían contra la violencia.
Gran parte de la imagen externa del país, muy importante en la medida que su principal ingreso de divisas gira en torno a la industria turística, se basa en ese ambiente pacífico del que siempre se preció, el carácter despreocupado y alegre de sus habitantes y la biodiversidad que posee.
Hacerse de la vista gorda del drama que está viviendo la población es cinismo o irresponsabilidad. La ubicación geográfica de Costa Rica y la penetración de carteles mexicanos y colombianos que se disputan territorios, solo auguran un futuro crecimiento del problema que, como ha sucedido en otros países pasará, de solo la guerra entre bandas, a la extorsión de ciudadanos comunes y silvestres, cobro de peajes, secuestros y todo lo que caracteriza a la prevalencia del crimen organizado.
En ese dilema está hoy la “suiza centroamericana”, preocupada, asustada y con el problema en manos de gente que hasta ahora se ha mostrado incapaz de abordar eficazmente el problema. No es de extrañar que, en esas circunstancias, la gente mire hacia el norte y empiece a considerar que métodos de súper mano dura como el de Nayib Bukele son alternativa. Algo pasó con el ADN de los ticos.
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