El Papa Francisco se ha ocupado de algunos de las más importantes problemáticas de nuestro tiempo, y lo ha hecho con tal espíritu innovador que se ha ganado profundas enemistades en la anquilosada Iglesia que encabeza.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
En su encíclica Laudato Si, se ocupa del que tal vez sea el más ingente problema de nuestro tiempo, el del cambio climático, y da forma a un concepto de poderoso valor heurístico, el de la necesidad de cuidar “la casa común”, amenazada por la locura caótica en la que estamos inmersos, época de consumismo insaciable que tiene como base un sistema que cubre con su manto al planeta entero con su voraz transformación en mercancía de todo lo que toca.
Asimismo, reunió y conversó con los movimientos populares, a los que invitó al Vaticano, y con quienes se reunió en Santa Cruz de la Sierra. De ellos dice que tiene “una memoria que le hace bien”, que son “un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras, formado por los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado”; y les asegura que “nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y fortalece en su opción”.
Ha propiciado, también, que la Iglesia Católica tenga una posición más flexible con las diversidades de género y sexuales. La primera señal en este sentido fueron sus declaraciones en el avión que le llevaba de vuelta al Vaticano desde Rio de Janeiro. El Papa dijo: “Si una persona es gay, y busca a Dios... ¿quién soy yo para juzgarla”, una frase que recuerda aquella de Jesús ante la mujer que, por adúltera, estaba a punto de ser lapidada: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Una ética cristiana que, en medio del vocinglerío de nuestro tiempo, parece demodé.
Vista desde fuera -como lo hacemos nosotros- con ojos ajenos a sus regulaciones dogmáticas, la Iglesia Católica se muestra como un estructura pesada, fosilizada e instrumentalizada por intereses que poco tienen que ver con ese personaje que, andrajoso y estigmatizado por los popes de su tiempo, predicó ideas que se convirtieron en uno de los pivotes centrales de la dimensión ética y moral de la cultura occidental.
Después de Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco es un fuera de serie. En Centroamérica, del primero guardamos su imagen furibunda ordenando callar a las madres nicaragüenses que le pedían unas palabras para sus hijos asesinados por los mercenarios de la Contra financiados por los Estados Unidos y, apenas unas horas antes, su regaño en público al padre Ernesto Cardenal, por entonces ministro de cultura de la Revolución Sandinista, por considerar que participaba en el proyecto político que él estaba contribuyendo a derrumbar al otro lado del mundo en Europa del Este.
Y de Benedicto XVI ni se diga, quien antes de ser Papa fue prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, antes llamada Santa Inquisición, por cuyas condenas fueron torturados y asesinados miles de “herejes” en la Edad Media, y en nuestros días, comandada por el prelado alemán, enfrentó a los latinoamericanos que, a partir de la década de 1960, promovieron la opción religiosa a favor de los pobres.
Esa Iglesia que se sintió tan a gusto con los predecesores de Francisco es la que ahora está reaccionando de una forma pocas veces vista. Es una iglesia reaccionaria, la que siempre estuvo asociada al poder, de la que tan ingrata memoria guardamos los pueblos colonizados, que la vimos ser instrumento de la dominación ideológica enarbolando la cruz; una Iglesia que no vaciló en América Latina en hacer yunta con las dictaduras represivas de los 70 y 80 del siglo XX.
La Iglesia Católica es una institución en la que se expresan las tendencias y contradicciones del conjunto de la sociedad, y hoy es espejo de las dinámicas propias de un mundo en crisis, posiblemente en transición hacia un ordenamiento distinto al que ha prevalecido hasta ahora. El Papa Francisco emerge, desde su propia naturaleza y especificidad, como una figura protagónica de las fuerzas que impulsan cambios que permitan tanto una convivencia más humana, como la supervivencia misma de la especie.
1 comentario:
Excelente comentario, amplio y externo a la misma iglesia, que coloca al Papa Francisco como lo que es: un revolucionario dentro de la anquilosada Iglesia Católica.
Julieta Dobles
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