sábado, 16 de noviembre de 2024

Foster, tercera llamada

 Imaginar la extinción no es particularmente difícil: se trata, incluso, un tema cada vez más común en nuestra cultura de masas. Lo difícil es maginar la transformación social que la prevenga, cuando el Antropoceno nos conduce a una fase de nuestra historia en que esa extinción parece acercarse de lo eventual a lo posible y, ojalá no, a lo inevitable. 

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde Ciudad de Panamá


“Se han de estudiar a la vez, si se quiere saber de sociedades humanas, las influencias extrahumanas, los motivos generales de agencia humana, y las causas precipitantes o dilatorias que han obrado para alterar el ajuste natural entre estas dos fuerzas paralelas.”

José Martí[1]


Circula desde agosto pasado, en inglés, el libro de John Bellamy Foster que algún día llegará a nuestra América con el título de La Dialéctica de la Naturaleza.[2] Como avance, ya está disponible en la red la traducción al español de la Introducción de la obra, que sintetiza de manera clara y sencilla lo fundamental de su contenido.[3]

 

El libro completa una trilogía iniciada en el año 2000 con la publicación de La Ecología de Marx, y continuada en 2020 con El Retorno de la Naturaleza. En su primera llamada, Foster abordó la relevancia que Marx otorgó a la interacción entre la especie humana y el mundo natural mediante el trabajo socialmente organizado, en particular en cuanto al desarrollo del capitalismo. A eso se refiere, por ejemplo, la observación hecha en 1875 por Marx en su “Crítica al Programa de Gotha”, donde señala que el trabajo “no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso […], ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.”[4]

 

En El Retorno de la Naturaleza, Foster aborda la continuidad de esa perspectiva dialéctica entre los sectores más progresistas de la sociedad británica posterior a Marx, y en la Unión Soviética anterior al estalinismo. Y en este tercer libro traslada de lleno su foco de atención al Antropoceno, cuando la ruptura del metabolismo entre las sociedades de nuestro tiempo y sus entornos naturales amenaza ya la estabilidad del Sistema Tierra en que se ha formado y evoluciona nuestra especie. 

 

Desde allí, Foster aborda la crisis socio-ambiental de nuestro tiempo a partir de una perspectiva en la cual “la estructura de la historia, incluida la historia natural,” 

 

siempre contiene en sí crisis y catástrofes, junto con la posibilidad de algo cualitativamente nuevo, extraído de una combinación de residuos del pasado (realidades previamente negadas) que interactúan de forma contingente con el presente como historia y generan un cambio transformador. Así pues, la historia, ya sea natural o humana, no es lineal, sino que se manifiesta como una forma de desarrollo en espiral.

 

Dentro de esa espiral – que tantas veces retrocede al pasado para avanzar hacia el futuro, enriqueciendo y ampliando a un tiempo su exploración de la historia ecológica como ámbito mayor de la ambiental -, la noción del desarrollo humano como un proceso histórico, dice, constituye “una concepción relativamente reciente que apenas precede a la era capitalista”, y es producto “de la relación cambiante de los seres humanos con la naturaleza en su conjunto.”

 

Esa relación entre las sociedades y sus entornos naturales opera a través de un constante intercambio de materia y energía que se constituye en “el fenómeno material que conecta lo físico-químico y lo biológico a través de los intercambios dentro de la naturaleza.” Con ello, agrega, ante el problema de la producción de las transformaciones de ese intercambio metabólico y lo que podía ser necesario para producirlas, cualquier respuesta satisfactoria debía aportar también “una solución al problema del origen de lo cualitativamente nuevo”.

 

Para Foster, las nociones de la dialéctica de la naturaleza y las formas organicistas de materialismo “preceden al marxismo en miles de años”, no sólo en la obra de los antiguos griegos, sino también en la filosofía china, a partir del período de los Estados Combatientes. Lo que aporta el marxismo, dice, es la capacidad de crear “nuevas herramientas dialécticas de análisis para descifrar la sociedad humana como una forma emergente de la naturaleza, que ahora, en su forma alienada actual, apunta hacia su propia aniquilación.”

 

Desde esa perspectiva, el metabolismo social representado por la producción “mediatiza la relación material de la humanidad con los sistemas ecológicos, desde los ecosistemas locales hasta el Sistema Tierra.” Esto, añade, permite entender que “la alteración del metabolismo del Sistema Tierra que resulta en la brecha antropogénica de los ciclos biogeoquímicos del planeta”, crea la actual crisis de sustentabilidad en el desarrollo de nuestra especie. 

 

Con ello, la recuperación “de la teoría de la brecha metabólica de Marx” facilita abordar “las dimensiones sociales de la crisis del Sistema Tierra”, que van “desde el metabolismo del suelo hasta el clima.” En particular, agrega, la mayor utilidad de este abordaje consiste en que nos proporciona “una comprensión más activa del metabolismo social de los seres humanos y la Tierra en toda su complejidad como parte de una dialéctica materialista global”, lo cual demanda “tanto una dialéctica de la sociedad como una dialéctica de la naturaleza”, integradas en una dialéctica de la ecología que ofrezca sustento a “una nueva praxis medioambiental global.”

 

Hoy, nos dice Foster, el mundo “se enfrenta a dos tendencias opuestas”. Por un lado, se busca acelerar la acumulación del capital mediante “la financiarización de la naturaleza basada en las fuerzas del mercado y asociada a los procesos de la llamada descarbonización y desmaterialización.” En este plano, se busca “subsumir al mundo en la lógica abstracta del dinero como sustituto de la existencia en el mundo real, una lógica alienada que sólo puede conducir al desastre total, a la negación estéril de la propia humanidad.” 

 

Por otra parte, emergen nuevos movimientos de lucha “por el decrecimiento planificado y el desarrollo humano sostenible”, que buscan trasladar “el poder del capital global a los trabajadores sobre el terreno y en sus comunidades por todo el planeta,” constituyendo así “el nuevo poder potencial de un proletariado medioambiental emergente.” Esto, añade, requiere “la fusión de las luchas económicas y medioambientales de las poblaciones explotadas y expropiadas de todo el mundo en una forma de cooperación nueva y más amplia”, pues la gente de la base “se está viendo impulsada a defender no sólo su trabajo, sino también su entorno y sus comunidades, y de hecho, la habitabilidad del propio planeta, concebido como un hogar para la humanidad y todas las demás especies.” 

 

Este momento de nuestra historia requiere, así, de “una transformación revolucionaria en las relaciones sociales que rigen en la producción, el consumo y la distribución”, que abra paso a. “un cambio dramático con respecto del monopolio del capital, la explotación, la expropiación, el despilfarro y el impulso incesante hacia la acumulación.” A partir de ese cambio, “una humanidad revolucionaria sustentada en la población trabajadora – un proletariado ambiental emergente -,” 

 

demandará una nueva formación social que provea a las necesidades básicas de toda la población, seguida por las necesidades de la comunidad, incluyendo las necesidades de desarrollo de todos los individuos. Esto será posible mediante mejoras cualitativas en el trabajo, un énfasis en el trabajo útil y la labor de cuidado, para compartir la abundante riqueza social, producto ella misma del trabajo humano. Una relación sostenible con la Tierra es un requisito absoluto sin el cual no podrá haber futuro para los humanos. [5]

 

En 1915, en una fase anterior de la lucha por el equilibrio del mundo y la sostenibilidad del desarrollo humano, Rosa Luxemburgo reiteró el llamado a escoger entre el socialismo y la barbarie, hecho por Karl Kautsky, en 1892.[6] Hoy, desde lo planteado por Foster, el retorno a la barbarie bien puede ser apenas una etapa en el camino hacia la extinción de la especie humana. Por lo mismo, dice, nos acercamos al momento de optar entre “el socialismo y el exterminismo”, ‘la ruina o la revolución’”. 

 

Imaginar la extinción no es particularmente difícil: se trata, incluso, un tema cada vez más común en nuestra cultura de masas. Lo difícil es maginar la transformación social que la prevenga, cuando el Antropoceno nos conduce a una fase de nuestra historia en que esa extinción parece acercarse de lo eventual a lo posible y, ojalá no, a lo inevitable. De nosotros depende. Nadie más está disponible para hacerse cargo.

 

Alto Boquete, Panamá, 10 de noviembre de 2024



[1] “Serie de artículos para La América”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXIII, 45.

[2] The Dialectics of Ecology: Society and Nature. Monthly Review Press, New York, 2024. https://monthlyreview.org/2024/01/01/the-dialectics-of-ecology-an-introduction/?mc_cid=76986b72f2&mc_eid=ea9c7c4b70

[3] “La dialéctica de la ecología: Una introducción.” https://espai-marx.net/?p=14813

[5] Foster (2024: 268).

[6] Luxemburgo, Rosa (1915: 17): El Folleto de Junius. La crisis de la socialdemocracia. https://grupgerminal.org/?q=system/files/1915-00-00-junius-luxemburg.pdf . Para una mayor precisión sobre el origen de la cita, Angus, Ian (2014): “El origen del eslogan ‘Socialismo o Barbarie’ de Rosa Luxemburg”, https://marxismocritico.com/2014/11/14/el-origen-del-eslogan-socialismo-o-barbarie/

 

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