sábado, 30 de noviembre de 2024

Dos juicios para un trilema

 Si deseamos un ambiente distinto, tendremos que construir sociedades diferentes a las que han generado el problema que enfrentamos y que como lo expresa el trilema de Rodrik, parecen ya incapaces de resolver las contradicciones que genera su propia hegemonía sobre el sistema mundial.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá

“el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.”

José Martí, 1891[1]


Del 11 al 24 de noviembre pasados tuvo lugar en Bakú, Azerbaiyán, la 29 Conferencia de las Partes (COP) sobre el Clima de las Naciones Unidas, cuyo propósito era lograr que los países que conforman el sistema internacional adoptaran acciones coordinadas contra el aumento global de la temperatura. La conferencia concluyó con un acuerdo que insta a los países desarrollados a aportar 300.000 millones de dólares anuales a los países en desarrollo de aquí a 2035 para reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger las vidas y los medios de subsistencia de los efectos cada vez más graves del cambio climático.

 

“Esperaba un resultado más ambicioso, tanto en materia de financiación como de mitigación, para afrontar el gran desafío que tenemos por delante”, afirmó el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, en su declaración sobre la COP29. “Pero este acuerdo proporciona una base sobre la que construir”.[2] Para el ambientalista mexicano Iván Restrepo, en cambio, esta fue “otra cumbre del clima decepcionante”, en la cual -entre otras cosas - “fue notable la ausencia de figuras destacadas de los gobiernos”, entre ellos, el del país en que se firmó en 2015 el Acuerdo de París.[3]

 

Para Restrepo, lo ocurrido en Bakú muestra cómo, “aunque se promueven políticas hacia energías renovables, se sigue dependiendo de los combustibles fósiles”, al tiempo que mientras los países más desarrollados “son los que más emiten gases de efecto invernadero, los que forman el mundo pobre sufren mayormente los efectos.” Así, no ha faltado quien califique a esta COP como “tribuna de compañías y gobiernos para promover la producción y el uso continuos de combustibles fósiles,” a la cual concurrieron más de 2 mil 400 delegados vinculados a la industria petrolera, que está “de plácemes pues el futuro presidente de Estados Unidos y sus más cercanos colaboradores niegan el cambio climático y son partidarios de extraer a cualquier costo ambiental la mayor cantidad posible de petróleo y gas.”

 

Como en cumbres anteriores, las “negociaciones climáticas” se centraron en la ayuda financiera que las naciones ricas puedan ofrecer a los países en desarrollo para que abandonen los combustibles fósiles; gestionar futuros daños climáticos y abordar las pérdidas ya sufridas por fenómenos extremos.” Finalmente, dice Restrepo, “tras una sesión de clausura caótica”, se logró

 

un acuerdo que salva la cara a la diplomacia climática: los países ricos prometen aportar 300 mil millones anuales a partir de 2035 para que el mundo subdesarrollado, pobre, recorte emisiones de dióxido de carbono y se adapte a la crisis del clima. Son 50 mil millones más que la propuesta inicial y tres veces más que el apoyo actual. Aun así, la cantidad comprometida está muy por debajo de las necesidades reales que tienen los países que más padecen el calentamiento global: alrededor de 1.3 billones de dólares cada año.

 

Para fines de consenso, la oferta de mayores fondos se vio compensada con la ausencia de menciones “a la urgencia de recortar emisiones de combustibles fósiles”, y el acuerdo de que los países presenten en 2025 “sus compromisos para cumplir el objetivo de limitar el calentamiento global a menos de 2 grados Celsius para 2050.”

 

Por su parte, Alonso Romero se refiere a la COP 29 diciendo que “como cada año, el escenario global se ha llenado de los mismos discursos alrededor de la sustentabilidad.”[4] Una vez más, dice, los “líderes” en sustentabilidad “viajaron en avión privado (la forma más contaminante para viajar) para regañar a los más pobres por atreverse a cubrir sus necesidades energéticas con el combustible que tengan disponible”. 

 

En el debate sobre las metas de la transición energética, los “países ricos” mantuvieron el “doble discurso” que exige “más a los países de menores ingresos, a la vez que incumplen todos sus compromisos en materia de financiamiento climático, y reducción de emisiones.” Tras esta resistencia, agrega Romero, existe “una razón por la cual la generación de electricidad a través de carbón sigue aumentando en el mundo y por qué es el primer escalón de electrificación que utilizan los países”:

 

Se requiere mucho menos capital inicial para un sistema eléctrico basado en carbón que dar el salto a tener uno basado energía limpia, sea firme o intermitente. Las plantas de carbón están estandarizadas y son fabricadas en serie, por lo que puede desplegarse muy rápido la capacidad y los requerimientos de infraestructura de transmisión y distribución son mucho menores (tres veces menos) que sistemas basados en intermitentes. Esto es el principal incentivo para los países en desarrollo. Para que se deje atrás el carbón, de conformidad con la Comisión de la Transición Energética, se requieren inversiones de 900 mil millones de dólares en los países en desarrollo, de los cuales al menos 300 mil millones de dólares deberían de venir del fondo de los países ricos, en incentivos para 2030 y financiamiento a fondo perdido para que los ciudadanos puedan experimentar una transición justa.

 

Y aun si todo ese financiamiento se lograse, “estaríamos hablando de 20 por ciento de las emisiones actuales y de menos de 50 por ciento del crecimiento estimado de emisiones a 2050.” El mundo desarrollado puede evadir pero no puede ocultar el hecho de que genera el 80 por ciento de las emisiones actuales, y “será responsable de la mayoría del crecimiento de las emisiones a 2050”. 

 

Según el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas, lograr la transición energética demandará 10 billones de dólares anuales en inversiones, equivalentes al 10 por ciento del PIB global. De ese monto, agrega Romero, 8.5 billones de las inversiones en energía en curso tendrían que ser redirigidos “a sectores sustentables, por ejemplo, financiar una planta nuclear para tener electricidad limpia, en lugar de financiar infraestructura de gas natural.”

 

Tanto el volumen de esos montos como las consecuencias políticas “de un intento de transición energética mal planeados y peor ejecutados, como el caso de Alemania, Reino Unido, etcétera,” complican este panorama para las sociedades de economías más desarrolladas. Allí, esos fracasos han creado un “vínculo mental” entre la inversión en transición energética y “deterioro de la calidad de vida, mayores costos de energía y, por ende, desindustrialización y pérdida de empleo”, y los ciudadanos “exigen” que los fondos se utilicen primero “para resolver los problemas internos” antes que para cumplir con compromisos externos, como lo han planteado Donald Trump, y “partidos de oposición en Alemania, Reino Unido, Francia, y Canadá”, que tienen serias posibilidades de llegar al gobierno en 2025.

 

A esto se agrega, dice Romero, un modelo de transición energética en el cual, en concordancia con el neoliberalismo, las políticas correspondientes son “lideradas e implementadas por la iniciativa privada, mientras el Estado sólo se reduce a aportar fondos, garantías y asumir las pérdidas cuando las haya.” Y esto, agrega, no sólo “termina subsidiando ganancias en lugar de invertir en infraestructura,” y crea el riesgo de que “la IP puede cambiar de opinión en cualquier momento”, como lo han hecho BP, Exxon y Shell, en meses recientes “al abandonar todas sus metas de des carbonización.”

 

En suma, como dice el analista panameño Rodrigo Noriega, si bien “el principio fundamental del derecho ambiental es el que contamina paga”, en la COP “y en el sistema mundial de regulación del cambio climático, el contamina se ve premiado con la impunidad.” A esa impunidad puede ser remitido lo que señala Romero al recordar que para Dani Rodrik

 

estamos ante un nuevo trilema de la economía mundial, en el cual, es imposible combatir el cambio climático, impulsar a la clase media en países ricos, y reducir la pobreza mundial de manera simultánea, si se continúa con ese modelo. Es imperativo realizar un cambio global y que los estados retomen su papel para impulsar una transición energética justa, y acelerada; de lo contrario, ya sabemos cómo acabará, Alemania y Reino Unido, son dos claras y fuertes advertencias de lo que pasa cuando se permite que la IP ocupe el lugar que corresponde al Estado.

 

Empieza a aflorar así la parte de la verdad que ha faltado en el planteamiento del problema, “que crece en la negligencia y derriba lo que se levanta sin ella”. En efecto, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que construir sociedades diferentes a las que han generado el problema que enfrentamos y que como lo expresa el trilema de Rodrik, parecen ya incapaces de resolver las contradicciones que genera su propia hegemonía sobre el sistema mundial.

 

Alto Boquete, Panamá, 25 de noviembre de 2024



[1] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 18.

[2] https://www.un.org/en/climatechange/cop29

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