Las formas de dominación establecidas desde la época de la conquista en el Continente Americano crearon no sólo un régimen colonial que se sobrepuso a las estructuras socioeconómicas existentes, sino que generó -además de la violenta guerra de exterminio- mecanismos de control sociocultural e ideológico que subsisten hasta la fecha -sin obviar cambios de forma, pero no de fondo- a la hora de ejercer ese dominio que muchos insisten en negar.
Cristóbal León Campos / Para Con Nuestra América
Desde Mérida, Yucatán. México.
Durante el proceso de conquista y colonización, particularmente en México, los españoles conquistadores utilizaron estrategias de conversión religiosa y cosmogónica, tanto simbólicas como violentas, cuyo objetivo era la suplantación de la forma de ver, entender e interactuar en el mundo de los pueblos originarios, para asegurar la dominación mediante la asimilación cultural de una nueva forma de explicar la existencia y naturaleza humana, siendo que uno de los primeros debates se suscitó justamente en torno a la idea o duda de si los pobladores originarios de las tierras conquistadas tenían o no alma.
Ya se sabe de la participación, por ejemplo, de fray Bartolomé de las Casas ante los postulados legaloides de Juan Ginés de Sepúlveda. Una discusión que marcó en muchos sentidos la manera en que fueron sujetos a la dominación colonial los pueblos originarios y cómo se reflejo en las leyes y la estructura social, “justificándose” abusos y la violencia sistémica que hasta la fecha persiste, con los matices correspondientes. Y aunque se sabe que la resistencia indígena logró mantener sus culturas, sigue siendo necesario tener muy presente las estrategias de dominación.
Pero esta mirada rápida al pasado colonial sería una anécdota histórica si al independizarse y crearse las naciones que hoy integran nuestra América hubieran quedado en el olvido esas prácticas de dominación, mas se sabe que no fue así, y que hasta la fecha los pueblos originarios enfrentan la negación y opresión que por siglos los han condenado a una violencia sistémica que va de lo económico a lo sociocultural, y se materializa con la marginación, explotación, racismo, despojo, negación, invisibilización, y tantas otras formas en que se expresa el colonialismo interno sobre el que nos ilustrara Pablo González Casanova.
Por todo lo anterior, y mucho más, es que resulta urgente tomar como sociedad en serio los debates y propuestas respecto a cuestiones puntuales que no son menores aunque pudieran parecerlo, por ejemplo, la necesaria integración de la interculturalidad como un hecho en la realidad, tal y como proponen los lineamientos de la Nueva Escuela Mexicana, reconociéndose en ese marco propuestas pedagógicas y colectivas que hoy se realizan y dan sentido de manera concreta al concierto armónico de las culturales en un mundo plural. Pero también, es importante señalar aquellos resabios de colonialismo que continúan marcando simbólicamente y de manera concreta la realidad social de nuestra entidad, como es el caso de la estatua dedicada a los Montejo, conquistadores de antaño y hoy representantes de ese racismo sistémico y de la rancia y conservadora mirada de una sector minoritario de la población yucateca, pues se ha querido hacer creer que lo que piensa una élite económica alejada del bienestar social es lo que el pueblo yucateco siente, piensa y desea, o dicho con claridad, lo que aquellos adoradores de la nostalgia colonial practican, no es ni ha sido jamás lo que el pueblo necesita ni desea para sí.
Hoy, nuevamente, ha resurgido la propuesta de quitar/mover la estatua de los Montejo del “Paseo Montejo”, que también se llamara Avenida “Nachi Cocom”, como se estableció en pleno proceso revolucionario en Yucatán. Y es que esta propuesta debe dar pie a una revalorización simbólica, pero, sobre todo material y cultural del pueblo maya. La estatua de los Montejo debe retirarse para dar lugar a una escultura u otra expresión artística que surja del sentir comunitario del pueblo, una propuesta que pudiera nacer de una convocatoria pública que llame a los artistas plásticos, escultores, pintores y demás, a plasmar con su ingenio una representación de la pluralidad cultural de la entidad, cuya raíz es, sin duda, la cultura maya, y ese sentir que hoy emana la política gubernamental del Renacimiento Maya, pues la reivindicación debe manifestarse en todas sus formas, artísticas, educativas, socioeconómicas, etc., para así dejar atrás los sabios de colonialismo que por tantos años han dejado una huella de injusticia. Renacer implica transformar y erradicar toda forma de opresión.
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