Para la izquierda y el progresismo latinoamericanos, el Frente Amplio es un ejemplo de unidad y persistencia en el tiempo. No podemos dejar de pensar en esto cuando estamos presenciando la lucha fratricida en la que se encuentra el MAS en Bolivia, o la imposibilidad de alcanzar acuerdos mínimos en otros campos progresistas.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
La izquierda uruguaya vuelve al gobierno después de un paréntesis de cinco años, en los que gobernó -tras ganar las elecciones de 2020 por estrecho margen- una coalición de signo opuesto. Antes, durante quince años, gobernó con Tabaré Vásquez y Pepe Mujica como presidentes, y en ese lapso se aprobaron leyes referentes como las el aborto, el matrimonio homosexual y la regulación de la mariguana.
El Frente Amplio se autodefine como un partido político progresista, democrático, popular, antioligárquico y antiimperialista. Es resultado de un proceso de confluencia de fuerzas políticas de variado orden, que va desde la democracia cristiana hasta la izquierda trotskista del Partido de los Trabajadores, que fue paralelo al proceso unitario del movimiento sindical, que se unificó en la central sindical única PIT-CNT. A estas alturas, es un partido con más de cincuenta años, que ha hecho dos gobiernos nacionales (2005-2020) y ha tenido las intendencias de hasta ocho departamentos, incluyendo Montevideo, que tiene la mitad de la población del país.
El Frente Amplio ha atravesado, entonces, por todas las vicisitudes de la historia contemporánea. Recién fundado, y seguramente como reacción ante la fuerza que ya empezaba a mostrar a inicios de la década de los setenta del siglo pasado, una dictadura cívico-militar se entronizó en el país, y sus militantes sufrieron persecución, exilio y muerte.
Las Fuerzas Armadas de Uruguay se erigieron en baluarte del arreglo terrorista transnacional entre los ejércitos del Cono Sur conocido como Plan Cóndor, en el marco del cual fueron secuestradas y desaparecidas cientos de personas, lo que ha dado pie en la actualidad a un fuerte movimiento social que exige el esclarecimiento de tales casos.
Como es usual en América Latina, entre los militares hay un pacto de silencio que hace que solo a cuentagotas se vaya conociendo en dónde están los restos de los desaparecidos, los archivos que dan cuenta de los movimientos de los militares y quienes fueron los responsables.
Uruguay, “el paisito” -como le llaman cariñosamente los uruguayos- está entre dos colosos, Argentina y Brasil. Una interpretación bastante difundida de su historia, es que nació como un “estado tapón” entre ellos y las potencias coloniales del siglo XIX. Buenos Aires y Montevideo están frente a frente en el estuario del Río de la Plata, los dos países tienen un acento al hablar que hace difícil distinguirlos, pero su perfil político no podía ser más distinto, y en nuestros días, ni hablar. Por un lado, Javier Milei; por el otro, ahora, Yamandú Orsi, las dos caras de Jano de las tendencias políticas latinoamericanas actuales. Para Milei, que no ahorra epítetos contra el progresismo y “el comunismo”, Orsi es expresión del demonio en la Tierra, pero seguramente tratará de tener con Uruguay una relación formal necesaria entre estados, tal como la tiene con el Brasil de Lula da Silva, a quien denostó en los peores términos, pero a quien tuvo que darle la mano recientemente en Rio de Janeiro.
Con Brasil, es otra cosa. El presidente electo de Uruguay ya viajó a encontrarse con Lula. Entre ellos hay una relación fraternal, no solo por factores ideológicos, sino también porque Orsi ha sido impulsado por Pepe Mujica, amigo entrañable de Lula.
Para la izquierda y el progresismo latinoamericanos, el Frente Amplio es un ejemplo de unidad y persistencia en el tiempo. No podemos dejar de pensar en esto cuando estamos presenciando la lucha fratricida en la que se encuentra el MAS en Bolivia, o la imposibilidad de alcanzar acuerdos mínimos en otros campos progresistas.
El Frente Amplio ha tenido líderes destacados, Liber Seregni, Tabaré Vásquez, José Mujica -por ejemplo-, pero no son caudillos que monopolizan la toma de decisiones ni arrastran multitudes enfervorizadas. Ejercen un liderazgo tranquilo, forman parte de una comunidad que sabe discutir sus diferencias en cónclaves no exentos de pasión, pero respetuosos. Ha habido quienes se van del Frente, y quienes llegan, pero no se van tachando al otro con los peores epítetos, transformándolos en enemigos.
Yamandú Orsi no llega, entonces, solo porque el Frente haya sabido llevar a cabo una campaña presidencial exitosa, sino porque tras de él hay una fuerza política madura, bien organizada a través de sus comités de base, que ha sabido proponer un programa equilibrado y realista.
Uruguay es un ejemplo.
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