La reciente decisión del presidente Joe Biden por aprobar el uso del sistema de misiles ATACMS podría derivar en un enfrentamiento todavía más profundo entre Ucrania y Rusia, y la posibilidad certera de utilización posterior de armas nucleares en caso de que Moscú vea amenazada su soberanía.
En la actualidad, los misiles ATACMS pueden alcanzar objetivos que se encuentran a una distancia de hasta 300 kilómetros. Los misiles balísticos vuelan a una altura mucho mayor que la mayoría de los cohetes y pueden evadir las defensas antiaéreas al impactar contra el suelo a alta velocidad. Se sabe que Kiev ya los ha estado utilizando, aunque sólo contra objetivos en áreas ocupadas de Ucrania.
La decisión de la Casa Blanca sería una respuesta a la presunta presencia de tropas norcoreanas que estarían combatiendo junto a las fuerzas rusas contra Ucrania, una versión que ha sido negada desde Moscú, aunque forme parte de la propaganda más reciente emitida desde la OTAN para justificar su actual reacción bélica.
Pese a que públicamente siempre se expresó por evitar que los ejércitos ucranianos atacaran objetivos situados en Rusia, lo cierto es que Biden ha permitido que, gradualmente, Kiev utilice armamento más avanzado y de mayor alcance.
Al comienzo de la guerra, el mandatario demócrata autorizó el uso por parte de Kiev del Sistema de Artillería de Cohetes de Alta Movilidad (HIMARS), que puede alcanzar objetivos a una distancia de hasta 80 kilómetros. La línea roja fue corrida de nuevo, conveniente y oportunamente, cuando las fuerzas ucranianas invadieron territorio ruso en la región de Kursk, a fines del pasado mes de agosto.
Con una Casa Blanca que se prepara para un cambio trascendental para la política exterior de Estados Unidos, la decisión del gobierno demócrata podría marcar el interés por apoyar política y militarmente a Ucrania hasta el final del mandato de Biden, el próximo 20 de enero de 2025.
La medida también podría ser una forma de fortalecer la posición militar de Ucrania antes de que se vea obligada a entablar conversaciones de paz, si es que efectivamente Donald Trump encara una etapa inicial de pacificación, por la que los ucranianos podrían resignar parte de su territorio. Por último, y más allá de su capacidad destructiva, la medida podría tener un impacto psicológico favorable, elevando la moral en Ucrania durante un período difícil marcado por la ofensiva rusa, y por la creciente falta de combatientes dispuestos a luchar por el régimen de Volodímir Zelenski.
Pero la iniciativa estadounidense podría una tener otra derivación de amplias proporciones destructivas.
En el marco de la OTAN, los gobiernos de Francia y del Reino Unido también habilitarían Ucrania a utilizar misiles Storm Shadow (conocidos en Francia como Scalp) con capacidades similares a los Atacm y contra objetivos dentro de Rusia. Los misiles franco-británicos de largo alcance dependen de un sistema de guía estadounidense, por lo que se teme que, de modo inminente, Washington acuerde con sus socios europeos sobre cómo podrán ser utilizados.
El Kremlin ya señaló que la decisión de permitir que Ucrania ataque objetivos dentro de Rusia con misiles de largo alcance agrega “leña al fuego” de la guerra y aumentaría aún más las tensiones internacionales.
Mientras que los gobiernos del este europeo saludan la posibilidad de atacar a Rusia en su propio territorio, Moscú ya avisó que su armamento nuclear podría ser desplazado y concentrado allí donde vea amenazada su soberanía, proporcionando misiles de mayor alcance a otros países para atacar objetivos occidentales.
Resulta evidente que, en sus últimos dos meses de gobierno, el presidente Joe Biden, junto con sus socios europeos, están dispuestos a llevar esta guerra hasta sus últimas consecuencias, sin temor a la inevitable reacción de Rusia y, menos aún, frente las críticas crecientes que, desde el Sur Global, se están efectuando actualmente ante la desbordada reacción bélica desplegada por la OTAN.
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