En una sociedad que se revuelve -todavía confusamente- para romper las
cadenas del conservadurismo hipócrita y el neoliberalismo decadente, el ascenso
de la izquierda es por mucho la mejor noticia del proceso electoral
costarricense.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
José María Villalta, candidato del Frente Amplio, fue la gran novedad del proceso electoral. |
Costa Rica celebró sus
elecciones presidenciales y legislativas el pasado domingo 2 de febrero bajo un
clima de inusual interés internacional por el desenlace de la contienda, y no
era para menos: estos comicios coincidían en el calendario electoral con la
decisión que también tomaría El Salvador sobre su nuevo mandatario. Y como si
esto no fuera suficiente, en ambos países dos fuerzas de izquierda se
convirtieron en protagonistas: en El Salvador, el Frente Farabundo Martí para
la Liberación Nacional, obtuvo la mayor cantidad de votos (48,9%), pero
insuficientes todavía para proclamar victoria (se requiere el 50%); y en
Costa Rica, el Frente Amplio alcanzó el tercer lugar en los votos
presidenciales (17,1%), y además, la mayor representación parlamentaria de la
izquierda en la historia de la Segunda República (el período que inaugura la
Constitución de 1949), al pasar de uno a nueve diputados -sobre un total de 57-
en la Asamblea Legislativa. Todo esto, luego de enfrentar una furiosa campaña
de propaganda anticomunista,
que incluyó desde la desinformación mediática (para activar los dispositivos del miedo al cambio que
el capitalismo ha inoculado en la clase media latinoamericana), hasta la
intimidación y las amenazas a los trabajadores de numerosas empresas, para que no
votaran por el candidato frenteamplista José María Villalta.
Al igual que en El
Salvador, Costa Rica deberá ir a un segunda ronda que aquí concentra
la elección entre dos agrupaciones políticas que, durante la campaña, trataron
de posicionarse como opciones de centro, poco interesadas en alterar el statu quo,
y del continuismo, y que terminaron prácticamente empatadas (lo que dice
mucho de nuestra cultura política): se trata del Partido Acción Ciudadana, en
el que conviven contradictoriamente tendencias de derecha y centro-izquierda, y
que trajo abajo todas las proyecciones de las encuestas al obtener el 30,9% de
los votos; y el oficialista Partido Liberación Nacional, vieja
agrupación socialdemócrata devenida en caballo
de Troya del neoliberalismo, con el 29,6%.
Más allá de la
aritmética de votos, que en política a veces puede resultar engañosa, nos
parece más relevante señalar las grandes tendencias que se desprenden del
proceso electoral y que, en nuestra perspectiva, posicionan a la izquierda como
gran vencedora no solo en términos sumativos, sino también en la intensa
batalla cultural e ideológica planteada con sus propuestas de gobierno, sus
posiciones políticas, su vigor y juventud (Villalta es un abogado y
ambientalista de apenas 36 años).
El Frente Amplio,
consecuente con las luchas que ha librado en los últimos ocho años en las
calles, en el campo y en la Asamblea Legislativa, puso de cabeza al país al confrontar los lugares comúnes de la
política tradicional y al desnudar, en el espejo de la realidad, el
conservadurismo moral e hipócrita, la intoleracia a la diversidad sexual y los
fundamentalismos religiosos –de católicos y protestantes- que nos carcomen; así
como los silencios cómplices sobre la injusticia social, la pobreza, la
explotación de los trabajadores, la indiferencia y el consumismo que se han
venido incubando, sistemáticamente, durante más de tres décadas de avance
acelerado hacia nuestra constitución como sociedad
neoliberal.
Este concepto, acuñado
por el investigador chileno Juan Carlos Gómez Leyton para analizar las transformaciones
socio-culturales y la re-estructuración capitalista ocurridas en el Chile de
post-dictadura (hasta nuestros días), también resulta útil para comprender el
rumbo seguido por la sociedad costarricense bajo la hegemonía neoliberal: es decir, a lo largo de ese proceso complejo de reforma
del Estado y su institucionalidad, de liberalización económica, de difusión de
la cultura del consumismo y sus valores asociados (como el individualismo, el
conformismo, el conservadurismo), lo que supone la construcción de un sentido común que naturaliza y legitima
tales cambios.
En una sociedad que
experimenta este tipo de reconfiguraciones, explica Gómez Leyton, “la concepción
neoliberal se ha vuelto dominante y hegemónica no sólo a nivel de las elites y
sectores capitalistas sino que también ha logrado permear a todos los grupos sociales
que viven en ella. Produciendo de esa manera una cultura, una economía, una
política, una ciudadanía y un estilo de vida, profundamente neoliberal”.
Así, la sociedad se ve
sumergida en un proceso de creciente
pérdida de confianza en la democracia como campo natural de disputa, debate y
construcción de alternativas; el ciudadano se automargina de la participación
ciudadana, en tanto cree que no existe
otro camino, más allá del impuesto por la derecha y el capital. Y esto es
lo que hemos visto en Costa Rica en los últimos doce años, con un
abstencionismo creciente en los procesos electorales, por encima del 30% en elecciones municipales, legislativas y presidenciales. Más aún, en la elección del 2 de
febrero, ninguno de los dos candidatos que pasaron a segunda ronda superó el
porcentaje de abstención (31,7%).
He aquí el gran mérito
del Frente Amplio: el de asumir como eje de campaña, y sin ambiguedades, la
confrontación con el neoliberalismo y su sentido
común dominante; el de entrar en la lucha cuerpo a cuerpo con los grandes
partidos tradicionales y sus maquinarias clientelistas, y sobre todo, el de
arrebatar espacios de representación a la extrema derecha. Un dirigente
frenteamplista, a poco de conocerse los resultados preliminares la noche del 2
de febrero, expresó su alegría en una
red social –con mucha estridencia retórica- afirmando que “sacamos a la derecha
a patadas de la Asamblea Legislativa”, en alusión al crecimiento del Frente
Amplio (de 1 a 9 diputados) y al declive del Movimiento Libertario (que pasa de
5 a 2 diputados).
Sea cual sea el desenlace de la elección en segunda ronda,
prevista para el 6 de abril, José María Villalta, su partido y sus militantes
ya recuperaron el protagonismo de la izquierda luego de décadas de marginación,
y lo han hecho de la manera correcta: del lado de los oprimidos y
excluidos del modelo económico neoliberal, con los jóvenes indignados, con los
sindicatos de trabajadores públicos, con los movimientos ecologistas, con los
grupos más críticos de la pastoral social (dos de los nuevos diputados
frenteamplistas son sacerdotes que han trabajado durante años con los campesinos
y comunidades pobres, en dos de las provincias más rezagadas en términos de
desarrollo humano: Guanacaste y Limón, en el Pacífico y el Atlántico
costarricense, respectivamente). Además, construyeron una estructura partidaria de alcance
nacional y de convocatoria popular, que establece un nuevo equilibrio de
fuerzas en el sistema político nacional: todo una hazaña para un partido que
inició como una agrupación provincial hace apenas 8 años, en el contexto de la
resistencia social contra el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y
los EE.UU.
En una sociedad que se revuelve -todavía confusamente- para romper las
cadenas del conservadurismo hipócrita y el neoliberalismo decadente, el ascenso
de la izquierda es por mucho la mejor noticia del proceso electoral
costarricense.
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