Carlos González
Orellana fue una personalidad connotada en el mundo de la educación en
Guatemala. Siendo muy joven se desempeñó como Viceministro de Educación del gobierno de Juan
José Arévalo y posteriormente Secretario de Divulgación de la Presidencia. Su vida fue una muestra de la intelectualidad avasallada por el oscurantismo reaccionario.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El 1 de abril murió en
la ciudad de Guatemala quien ha sido calificado como el más grande pedagogo guatemalteco: Carlos González
Orellana. La noticia que ha conmocionado
al mundo intelectual y universitario del país, me toca profundamente en lo
personal. Recuerdo al Dr. González Orellana desde mis primeros años de infancia
por la amistad que tuvieron mis padres con él y con su esposa Teresita. También
porque mis padres y otros estudiantes de humanidades de los años sesenta del
siglo XX, organizados en la Asociación
Pro Retorno al Humanismo (APRAH), apoyaron activamente su candidatura a
Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos. En este
caso la victoria no pudo ser, pues las
fuerzas conservadoras fueron imbatibles en la conducción de dicha facultad. No
así en el movimiento estudiantil de aquella época, que habría de dar connotados dirigentes
estudiantiles como lo fue mi propio padre Carlos Alberto Figueroa, Mario Botzoc
Hércules, Carlos Orantes Trócoli, María Rodriguez, Mario René Matute, Miriam
Colón y otros más que sería largo enumerar.
En aquellos años,
Carlos González Orellana ya era una personalidad connotada en el mundo de la
educación en Guatemala. Siendo muy joven fue Viceministro de Educación del
gobierno de Juan José Arévalo y posteriormente Secretario de Divulgación de la
Presidencia. Pertenecía a una generación nacida a principios de los años veinte
del siglo pasado, algunos de cuyos
integrantes fueron estudiantes y
egresaron como maestros de la Escuela Normal para Varones. Educados en una
escuela para mentores paradójicamente militarizada durante la dictadura de
Jorge Ubico, algunos de esos jóvenes transformaron su antimilitarismo en una
postura revolucionaria.
Acaso los más
destacados de esta generación de jóvenes normalistas por el papel que después
jugaron en la lucha antidictatorial, en la década revolucionaria y luego en los
años de resistencia a la contrarrevolución,
se encuentren el propio González
Orellana, Héctor Cabrera, Eugenio Aragón, Rodolfo Ortíz Amiel, Víctor Manuel Gutiérrez, Mario Silva Jonama
y Rafael Tischler Guzmán. El Dr.
González Orellana fue sumamente afortunado, pues mientras los tres últimos
fueron asesinados por la dictadura militar, él pudo salir a un primer exilio
que fue fructífero. Hizo un doctorado en pedagogía en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM y su tesis se ha convertido en un clásico de la literatura de
la educación en Guatemala: “Historia de la Educación en Guatemala”. En 1980,
Carlitos González Orellana como cariñosamente lo llamaban sus allegados, tuvo
que volver a salir al exilio para evadir la muerte que propalaba la dictadura
encabezada en ese momento por Romeo Lucas García. Su segundo exilio lo hizo en
Costa Rica, lugar en el que fue
investigador del Consejo Superior Universitario de Centroamérica (CSUCA) y
profesor universitario.
Su vida fue una muestra
de la intelectualidad avasallada por el oscurantismo reaccionario. No obstante,
su obra teórica y práctica llevará a
Carlos González Orellana a la posteridad. Me quedo con su hablar reposado, su
temperamento tranquilo, su serenidad para enfrentar la adversidad, su fino
sentido del humor y su incomparable modestia.
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