Por mi origen
guatemalteco, nunca olvidé que el discurso de aceptación del premio Nobel terminaba con esta frase: “Es por eso que
invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas,
Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la
existencia del hombre: la poesía”.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Se ha ido Gabriel
García Márquez. Y con todo lo que se ha escrito en los últimos días sobre su
literatura, no se puede agregar mucho a riesgo de caer en lugares comunes.
Millones de personas que lo leyeron tendrán su propia perspectiva del gran
escritor colombiano. No me resta sino expresar la mía. Comencé a leer a García
Márquez cuando eran un joven estudiante de sociología en el primer semestre de
la carrera. Desde entonces no dejé de leerlo hasta que publicó su última
novela, la criticada “Memoria de mis putas tristes”. No he leído su último
trabajo publicado “Yo no vengo a decir un discurso”. Pero fuera de este trabajo y algunos otros
más, por alguna razón en los últimos 43 años leí buena parte de su obra
literaria, autobiográfica y periodística.
Hoy cuando el mundo se
despide del genio, uno de sus textos me causa gran emoción: el discurso de
aceptación del premio Nobel que pronunciara el 8 de diciembre de 1982. Una oda
latinoamericana. Por mi origen guatemalteco nunca olvidé que dicho discurso
terminaba con esta frase: “Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por
lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido
como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”. Un gran
homenaje para el poeta y ensayista que nunca dejó de ser guatemalteco y antigüeño como el volcán
de Agua en sus pupilas. Al mismo tiempo que García Márquez evocó la grandeza de
un guatemalteco también denunció sin mencionarlo a otro más, Efraín Ríos Montt.
El gran escritor
consideró que ese nombre no merecía mencionarse en un discurso cumbre, ni
siquiera para condenar su infamia. Evocó aquel año cuando Pablo Neruda recibió
el premio Nobel y enumeró los hechos trágicos que habían ocurrido desde
entonces. Entre ellos el prometeico presidente (Salvador Allende) que murió
enfrentando sólo a un ejército en un palacio en llamas. Y también el
surgimiento de “un dictador luciferino que en nombre de Dios lleva a cabo el
primer etnocidio de América latina en nuestro tiempo”. Y resulta curioso que
ahora que la derecha ha negado que la matanza en Guatemala pueda ser calificada
de genocidio “porque no fue un etnocidio”, en 1982 García Márquez aludió a
dicha matanza precisamente como etnocidio.
En la entrevista que
Gabo le hizo en 1971 a Neruda en París -cuando se supo que éste era el ganador del Nobel-, García Márquez
terminó la conversación aludiendo al hecho magnífico de Chile con un frente
popular que impulsaba un cambio social. Y el propio Neruda dijo que eso era más
importante que el premio mismo. No puede dejar de mencionarse pues, que el más grande escritor latinoamericano de
todos los tiempos, fue amigo de Fidel Castro y simpatizante pleno de la
revolución cubana. Que fue amigo de las causas justas, solidario con los pobres del mundo.
Y que como él mismo lo dijo alguna vez, no buscó a los poderosos sino los poderosos lo buscaron a él.
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