Los movimientos de población entre
España y América Latina se mueven al ritmo de la situación económica. Esta
semana, se informaba en España que 500 mil latinoamericanos había vuelto a sus
respectivos países, y más de 125.000 jóvenes españoles habían migrado hacia
América Latina, especialmente hacia Argentina y México, pero también hacia
Chile, Colombia, Brasil y Venezuela.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
La crisis capitalist golpea especialmente a los jóvenes españoles. |
Algunos de estos muchachos
peninsulares son, en realidad, latinoamericanos cuyos padres, a su vez, se
fueron a “hacer la América” en las primeras décadas del siglo XX, o salieron al
exilio luego de la Guerra Civil. Habiendo nacido en Argentina o Uruguay, por
ejemplo, pudieron en los años duros de la crisis política de los años 80, y
económica de los 90, optar por la nacionalidad española y llegaron a España en
el período en el que este país creía que tocaría el cielo con la mano.
Ahora, la crisis terrible de
España los manda de vuelta, aunque no son solo los que tenían vínculo de
parentesco previo. En el 2013, habían llegado cerca de 35.000 solo a Buenos
Aires; muchos de ellos son jóvenes con estudios universitarios de grado y
posgrado, que optaron por cruzar el océano antes que ir a Alemania, por ejemplo,
que se está nutriendo de ellos, por la afinidad cultural que tenemos.
Otro aspecto es el de los
latinoamericanos que, a pesar de estarla pasando mal, optan por quedarse en
España. Ramón Cabral, dominicano, negro, 67 años, trabaja en la recepción del
hotel City Park Pelayo, a escasos doscientos metros de Plaza Catalunya, en el
corazón de Barcelona. Llegó a las Islas Canarias hace 20 años con toda su
familia, en donde se estableció. Los dos hijos mayores eran muy pequeños
entonces, y los otros dos nacieron en las Canarias. Ahora ha tenido que
dejarlos a todos allá, incluyendo a dos nietos porque, como me dice sin dejar
de sonreír, no están los tiempos para rechazar la plaza que le ofrecieron en
Barcelona. Es decir, una nueva migración, una nueva separación, un nuevo
desgarre. Está entre sus planes volver a Puerto Plata en su lejana República
Dominicana cuando termine de levantar la casa que dice que allá construye, pero
no lo dice con mucha convicción, a sabiendas que, como confiesa más tarde, los
hijos ya no querrán volver porque se han casado con mujeres españolas, y no
quiere separar aún más a la familia a esas alturas de la vida.
Dice Ramón Cabral que los que peor
la están pasando con la crisis son los migrantes. A escasos ciento cincuenta
metros de donde habla conmigo, en la estación del metro de Plaza Catalunya, en
la salida hacia La Rambla, una docena de africanos recalan con los bultos en
donde esconden la mercadería que ofrecen sobre la avenida (anteojos de sol,
cinturones, billeteras y monederos). Acezantes, con voces guturales y los ojos
muy abiertos, comentan sobre la persecución de la que recientemente han sido
objeto, y de la que han escapado refugiándose en las escaleras del Metro. Los
transeúntes pasan rápido a su lado, asustados, sobre todo las mujeres, que
aprietan contras sí sus bolsos y se alejan.
Al otro lado de la plaza, frente a
la sede de Bankia, uno de los bancos gigantes “rescatados” con dinero público,
y en la puerta sureste de FENAC, gigantesca cadena de almacenes especializados
en comercializar los productos de las industrias culturales, hay piquetes de la
Central General de Trabajadores (CGT) que, con megáfono en mano, protestan.
El 23 de abril, día de Sant
Jordi, patrón de Barcelona, día en el que también se celebra el día del libro,
miles de habitantes de la ciudad salieron a visitar los cientos de puestos que
venden libros en el centro de la ciudad, y le regalaron rosas a las mujeres. Es
un ambiente de fiesta y el tumulto es enorme; casi no se puede caminar y el
centro ha sido cerrado al tráfico vehicular.
En la esquina de la avenida Pelai, un hombre pide limosna con un cartel que dice: “Tengo hambre”.
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