sábado, 29 de mayo de 2021

Argentina: Lo bueno, breve

 Lo bueno siempre ha sido breve y sólo reconocido cuando fue perdido. Una pandemia como la que estamos viviendo es una prueba vital para apreciar lo bueno y lo malo; fatal sería no diferenciar. 

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


No es mi propósito destacar el célebre aserto de Baltasar Gracián que lo bueno si breve, es dos veces bueno, sino relacionarlo con otro que no se le reconoce autor, al menos que yo sepa, aquel que reza, el bien no es conocido hasta que es perdido. Sentencia válida para las personas como para el conjunto que conforma cualquier comunidad. Sobre todo en momentos de pandemia en los que se requiere prudencia, acatamiento de las directivas impartidas por los gobiernos que responden a las autoridades sanitarias y paciencia para esperar que lleguen vacunas para todos.

 

No es fácil, menos ahora en que ha desaparecido la paciencia y nadie tolera demoras. El repentismo, espontaneismo imperante, o como se le llame al logro instantáneo de deseos y necesidades, no sabe de esfuerzos. Da igual un pedido al delivery de comidas, un producto al mercado libre o pago, un trámite bancario o la complicada gestión sanitaria de un país donde intervienen infinidad de personas, instituciones académicas públicas y privadas, laboratorios, organismos internacionales, líneas aéreas, etcétera, etcétera. Hay quienes piensan que es como instalar una aplicación en un celular. Y… si no lo piensan, inducen a otros que piensen así. Si no se cumple el capricho, como niños berreando, salen a protestar en manada y como la manada se contagian; teoría de muchos dirigentes.

 

El pensamiento binario, me gusta – no me gusta, amor odio, extrae todas las broncas acumuladas y sale a expresarlas enardecido a los gritos. Es un acto reflejo de los primeros grupos de darse ánimo frente a lo desconocido, bestias u otros clanes. Los soldados siempre han sido arengados golpeando con sus espadas los escudos para con tremendo barullo intimidar al enemigo. Es algo primario que hemos visto en innumerables películas históricas o de ficción. Al miedo se lo espanta generando miedo. La pandemia generó un escenario desconocido multiplicando el pánico al no tener remedio ni antídoto.

 

Felizmente, el actual desarrollo científico movilizó a miles de estudiosos y comenzó a dar respuesta más allá de las dudas y certezas del origen del virus y su rápida difusión.

 

A los pocos meses ya se tenían vacunas y se iniciaba el proceso de vacunación, el mayor y más rápido que haya conocido la humanidad. Hecho que obligó a cada país a utilizar sus recursos en salvaguarda de su población, más allá de las dificultades económicas del momento. Los países pobres como siempre, han ido a la cola en los beneficios de la vacunación masiva. Los poderosos, si bien tuvieron políticas erráticas en un comienzo, supieron destinar su esfuerzo y alcanzar los máximos niveles de población vacunada en estos primeros meses de este año.

 

Sin embargo, el negacionismo existe y salió a la calle desde el primer momento desafiando el contagio y oponiéndose a cualquier recomendación de confinamiento o distanciamiento social. Celebró fiestas clandestinas masivas con un costo elevado de enfermos, enfermos cada vez de menor edad, víctimas de cepas más letales, invirtiendo las estadísticas que antes ocupaban las personas mayores de riesgo. 

 

Los números no mienten y como no mienten, se han tomado los recaudos para evitar males mayores en esta segunda ola.

 

El agotamiento del encierro fue blanco de los medios y el motor de difusión de la vuelta a las actividades sociales, educativas, deportivas, religiosas o de cualquier índole, siendo que el recurso de la virtualidad permitió que no se interrumpieran las clases. La apertura trajo consecuencias tremendas, desde la falta de agentes de la salud para la atención de emergencias como de camas de terapia intensiva. Costo innecesario de tantas vidas del que nadie se hace cargo.

 

El boicoteado estado concentró las instituciones y recursos que el promocionado mercado no dispone, a pesar del exorbitante capital que maneja. El negocio no deja ver el bosque extinto. Tanto como el ciudadano transformado en cliente o algoritmo desconoce lo público. De allí ese berrinche infantil con que exige su pedido ya de vacuna o salida económica.

 

Sabido es que la elevada pobreza obliga a salir a la calle diariamente a ganarse el pan, pero nadie ignora que primero está la salud y luego lo demás; lo bueno no es reconocido hasta que es perdido.

 

Al día de hoy, 27 de mayo, hay 8.988.257 personas vacunas con una dosis, 2.515.209 con dos, haciendo un total de 11.503.476[1], en una población de casi 45 millones, un cuarto vacunado, es un porcentaje considerable, teniendo en cuenta que primero han sido beneficiados los de mayor riesgo. Sin duda faltan tres cuartas partes, demasiado.

 

No obstante, hasta el lunes 24 se habían recibido 14.355.710 vacunas desde que se inició el envío en diciembre pasado. De este total, 6.585.550 corresponden a dosis del primer componente de Sputnik V, 1.060.160 del segundo componente de la misma marca; 4.000.000 de Sinopharm; 580.000 de AstraZeneca Covishield; 1.286.400 de AstraZeneca por el sistema Covax y 843.600 de AstraZeneca Oxford[2].

 

Con todo esto, siempre es poco, siempre se está en falta. Por el contrario, con todo lo hecho, bueno, por cierto, tampoco es reconocido.

 

Paradojas de un país sin memoria y baches históricos, no porque haya agujeros en el tiempo, sino por el relato recurrente, ese que se instaló desde la oposición que le echa la culpa de todos los fracasos de los últimos 70 años al peronismo, siendo que gobernó primero 9 años; estuvo proscripto 18; luego en los álgidos setenta, estuvo 3 años hasta el golpe de 1976; volvió con Menem – pero eso fue una traición e hizo lo opuesto; finalizando los 12 de Néstor y Cristina en este nuevo siglo y el año y medio del Frente de Todos. 

 

De 200 años de vida independiente, sólo un cuarto de ese tiempo podría decirse que respondió a gobiernos populares, arrancando desde Yrigoyen en 1916, tras el voto secreto y obligatorio; los 10 de Perón; 6 de Alfonsín en 1983, condicionados por la deuda de la dictadura; los 12 de Néstor y Cristina y el año y medio de Alberto Fernández.

 

Y si hablamos de historia, nuestra historia oficial, la Academia Nacional fue creada en 1893 por Bartolomé Mitre, el militar, periodista y presidente, el mentor de la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, fundador del diario La Nación, miembro número uno de esa institución que funciona donde alguna vez fue el edificio del Congreso, cerca de la Casa Rosada. Su relato responde a la mirada del puerto y sus intereses, de espaldas al país federal que somos.

 

Lo bueno siempre ha sido breve y sólo reconocido cuando fue perdido. Una pandemia como la que estamos viviendo es una prueba vital para apreciar lo bueno y lo malo; fatal sería no diferenciar. 



[1] Argentina.gob.ar, información covid 19

[2] Telam.org.ar, 24 de mayo de 2021.

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