sábado, 3 de julio de 2021

Argentina: Lo sagrado y lo profano

 En momentos duros lo simbólico se torna una necesidad de contención. Un inmenso abrazo que abarque a los millones de seres doloridos y acongojados, que deben sentir en sus corazones el aleteo de la esperanza.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América

Desde Mendoza, Argentina


El domingo 26 de junio pasado, en el Centro Cultural Kirchner CCK, se rindió homenaje a las víctimas del Coronavirus en el país. Del mismo participó el presidente Alberto Fernández, los 24 gobernadores de las provincias argentinas y la CABA, como también dignatarios de diversos credos religiosos, representantes de pueblos originarios y trabajadores esenciales. Fue un acto solemne, donde se escuchó música, se leyeron poemas y se encendieron 24 velas (por los fallecidos en las 24 jurisdicciones) y cada uno de los presentes depositó una rosa blanca. La ceremonia la condujo la actriz Laura Novoa y el único orador fue el presidente, quien instó a la unidad para derrotar la pandemia. Una exhortación a lo sagrado de la vida, cuya permanente profanación al planeta nos llevó a este lamentable y triste momento.

 

Desde luego que no intento adentrarme en el contenido expuesto en el célebre texto de idéntico título de Mircea Eliade, para nada. Sino a la necesidad de honrar la vida, porque cada instante es único e irrepetible como cada uno de los seres humanos que habita este maravilloso planeta y no pudo sobrevivir al contagio. 

 

Solo respetando y valorando la vida podemos reflexionar sobre las muertes ocasionadas por la pandemia; reconocer el dolor que embarga a familiares y amigos, solidarizarnos con ellos y agradecer profundamente a todo el personal esencial que continúa asistiendo y acompañando a los enfermos. Hecho real y concreto que no debería tener objeción y sin embargo lo tiene y se profana.

 

El camino elegido en la ocasión del homenaje fue el arte; iniciado por la cantante Susana Moncayo, quien interpretó Erbarme dich, de “La Pasión según San Mateo” de Johann Sebastian Bach, mientras se encendieron las 24 velas. 

 

Luego, mientras el presidente dedía sus palabras, al depositar una rosa blanca como ofrenda, se escuchaba Adiós Nonino de Astor Piazzolla, interpretado por el grupo dirigido por el músico Lito Vitale, a cargo del piano. 

 

Laura Novoa leyó los poemas “La meta” de Hamlet Lima Quintana; “Océanos” de Juan Gelman y algunos versos de “La canción resuena siempre”, de Diana Bellesi.

 

Patricia Sosa y Lito Vitale interpretaron la canción “Nos veremos otra vez” de Serú Girán, y Nadia Szachniuk y Juan Falú hicieron “Zamba para no morir”, de Lima Quintana. Simple, escueto y altamente emotivo como para templar los espíritus de una población dolida, abrumada por las emociones que el prolongado encierro y aislamiento nos ha dejado. Desde luego, puede ser opinable el contenido, pero no su sentido y oportunidad. 

 

El lugar escogido, el CCK, el viejo edificio del Correo Argentino, todo un emblema que recorre más de un siglo de la historia nacional, desde que surge la necesidad de establecer un edificio específico para canalizar la creciente demanda postal de fines del siglo XIX, hasta nuestros días; pasando por los cambios de diseño, arquitectos y estilos por las deficiencias y niveles del terreno hasta ser inaugurado en el gobierno de Marcelo T. de Alvear en la década del veinte del siglo pasado. Luego, con la llegada del peronismo, en las oficinas del cuarto piso tuvo su sede la Fundación Eva Perón, desde donde una joven Evita (la primera dama) mandaba de inmediato los pedidos de los miles de esperanzados descamisados del interior del país que, a través de sus cartas garabateadas le solicitaban.

 

Posteriormente, en el nuevo siglo y con motivo de celebrar el Bicentenario se le dio el actual destino. De allí que su elección guarda un gran contenido emocional, para el pueblo argentino.

 

Su cercanía a la Casa Rosada, a los edificios de los ministerios, en el Paseo del Bajo, supone un circuito propio, caro a las conquistas sociales de otros tiempos y una manera particular de recorrer el espacio público.

 

Imposible no recordar las idas y vueltas del Correo Argentino en manos de la familia del ex presidente y la elevadísima deuda chicaneada por una caterva jurídica, flojita de papeles, como todo lo sucedido en esos años negros. 

 

Además, mientras se intentaba rendir homenaje a los casi 90 mil muertos ocasionados por la plaga, el premiado ingeniero Macri, por su amigo Gianni Infantino con la presidencia de la Fundación de FIFA, partía rumbo a Suiza para liberarse de las discusiones de las internas de su espacio político. 

 

Algunos reconocidos intelectuales opositores que se vienen manifestando en contra de las restricciones impuestas y vienen fogoneando los espíritus desconcertados de la gente con la infectadura y la recuperación de las libertades individuales, han esgrimido que Fernández en esa oportunidad tendría que haber “pedido perdón” por su pésima gestión de la pandemia. Frase que resuena entre los suburbios populares como ni olvido ni perdón frente a los crímenes de esa derecha odiadora. 

 

Pero, sorteando la rancia estupidez recoleta, en momentos duros lo simbólico se torna una necesidad de contención. Un inmenso abrazo que abarque a los millones de seres doloridos y acongojados, que deben sentir en sus corazones el aleteo de la esperanza.

 

De allí el rescate a lo sagrado.    

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