sábado, 24 de julio de 2021

Hasta siempre Diego Olivera, hermano en la lucha y en la vida

 Para Diego Olivera, hermano y compañero de luchas y de sueños; monumento a la nobleza humana, adalid de la solidaridad con los pueblos, trabajador incansable por un mundo mejor. Amigo fraterno y leal como ninguno. Un modelo a la hora de pensar cómo quisiéramos que fueran nuestros hijos.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América

Desde Caracas, Venezuela


Diego Olivera

Debo decir –ante todo- que es muy difícil escribir sabiendo que Diego no volverá a estar editando y publicando Barómetro Internacional. La mente vaga sin destino incapaz de encontrar un lugar donde posarse. Esta semana no voy a escribir un artículo de análisis. Sencillamente no puedo hacerlo. El corazón se comprime y sus latidos se aceleran ante la realidad que brutalmente nos muestra que el hermano ya no estará y que debemos seguir como si nada pasara. Eso no es posible. La vida me ha enseñado a sentir el amor con la furia de sus instintos y a no eludir el dolor cuando impávido se presenta a importunarnos. Hoy estoy dolido, amargado, triste, ausente… no puedo escribir.

 

Son muchos los momentos vividos desde aquellos años juveniles cuando compartimos trinchera en el Frente Sur de la insurrección popular sandinista. Paradójicamente Diego se fue el mismo día que 42 años atrás entramos en la Managua victoriosa, y a partir de entonces, también fueron 42 años de una amistad sin mácula.

 

Vinieron años de lucha en contra de las dictaduras que asolaban nuestros pueblos y nuevamente estuvimos en el mismo puesto de combate, luchando con todos los instrumentos que estuvieron a nuestro alcance para hacerlo. Diego nunca supo decir no cuando se trataba de solidarizarse y asumir cualquier tarea: Cuba, Nicaragua, Venezuela, Chile, Colombia, Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia, Puerto Rico, México y por supuesto su amado Uruguay fueron algunos de los países hacia los que Diego volcó su inclaudicable espíritu de solidaridad internacionalista.

 

Y cuando todo hubo terminado y sobrevivimos, se produjo el nuevo encuentro en Caracas, en febrero de 1992 justo cuando el Comandante Chávez emprendió el camino a la inmortalidad y la gloria. Para mí, fueron tal vez los años más duros de la vida, tuve que aprender a asumir mi existencia bajo otras formas y bajo otras normas y Diego fue un pilar fundamental para que esa etapa fuera superada exitosamente: su consejo constante, su optimismo permanente y su apoyo moral y material fueron base fundamental para la reinserción en una sociedad que me era ajena tras 17 años de luchas internacionalistas.

 

Nunca dejamos de compartir, de discutir, de debatir, y a pesar de las diferencias, nunca hubo un reclamo, su proverbial paciencia, su capacidad para escuchar y su sempiterno afán por construir, siempre estuvieron presentes. Como los verdaderos revolucionarios, lo hacía sin mezquindades, ni protagonismos. En las buenas y en las malas, Diego siempre estuvo ahí. Su casa, siempre tuvo las puertas abiertas para perseguidos, desterrados, exiliados o simplemente para almas perdidas que necesitaban ser escuchadas.

 

 

Y llegó el momento en que fui llamado a trabajar junto al Comandante Chávez, por supuesto que convoqué a Diego a que me ayudara y ahí pergeñamos la necesidad de que el presidente contara con un grupo de los mejores intelectuales latinoamericanos que elaboraran insumos teóricos para su trabajo. Diego convocó a muchos especialistas de altísimo nivel político y académico quienes accedieron gustosamente a hacer sus aportes para el Comandante sin cobrar nada, lo hacían solo por el honor y la responsabilidad de aportar al acervo y al insaciable deseo de aprender y construir de nuestro Jefe. No hubo ni uno solo que pidiera algo a cambio: eran revolucionarios, no mercenarios. 

 

Diego fue el alma y el corazón de ese exitoso proyecto realizado en el más absoluto anonimato. Su valor tuvo constatación un día que se atrasó la entrega y el propio Comandante me llamó para preguntarme que había sucedido porque no le había llegado su boletín.

 

Pero en Miraflores, Diego cumplió otra tarea, más anónima y silenciosa aún. Por decisión mía, apoyada por Delcy, la ministra y por el propio Comandante, nuestro equipo de trabajo se conformó por muchachos muy jóvenes, recién graduados en la universidad que iniciaban su vida profesional y estaban exentos de los vicios de algunos y del oportunismo de otros, incluyendo a extranjeros bastante mediocres que por ahí pululaban sobrevalorándose  para exigir altos salarios. Diego acogió a estos jóvenes como hijos y como pupilos, dedicaba largas horas a su formación, a la búsqueda de la perfección de su trabajo y a su crecimiento político. Algunos de ellos, hoy sólidos diplomáticos de la Patria, lo han recordado y me han escrito para manifestar el pesar por su partida.

 

Cuando salimos de la presidencia, Diego me consultó qué hacer con el Boletín y le dije que nos lo llevábamos, no se lo podíamos dejar al delincuente traidor que me sustituyó. Nos arreglaríamos para seguir haciéndoselo llegar al Comandante, ahora desde afuera y así fue.


Pero el boletín siguió creciendo, amplió su base de autores y creció hasta niveles asombrosos el número de los que lo esperaban y leían ahora en todas las latitudes de la región. Así nació “Barómetro Internacional”. Diego se dedicó en cuerpo y alma por los últimos 15 años de su vida a que Barómetro pasara de ser un boletín exclusivo para el Comandante a convertirse en un poderoso instrumento de la batalla comunicacional que comenzó a formar parte de las necesidades de la cotidianidad de centenares de miles de personas en el combate de los nuevos tiempos. Esa tarea la emprendió junto a Sylvia su compañera, con la misma pasión que asumió cada compromiso de su fructífera vida. 

 

Hasta siempre Hermano, nos seguirás acompañando en cada batalla y en cada victoria porque como dijo el Apóstol de Cuba: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido la obra de la vida”.  

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