sábado, 10 de julio de 2021

De cómo se impuso Europa: la “asimilación forzada”

 Las noticias que nos han llegado de Canadá, sobre tumbas comunes con cadáveres de niños indígenas de internados cristianos, no deben sorprendernos: pero deben llamar a la reflexión y la condena sobre los métodos e instrumentos usados por los europeos para su dominación. 

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica


La expresión del filósofo alemán, Hegel, de que los pueblos que no son capaces de construir un estado moderno eran “pueblos sin historia” vibra como una maldición en las periferias, pues solo formaban parte de su “historia universal” las naciones europeas (a las que se suma Estados Unidos de América); así como los británicos sometieron a los pueblos que no eran soberanos (no tenían estado), también los gobiernos estadounidenses y canadienses sojuzgaron, a costa de muchas vidas, a los indígenas del norte. En el resto de América esta fue una pintura de terror reiterada desde el momento de la llegada de Cristóbal Colon al Caribe, de Hernán Cortés a México y de Pizarro a Perú. Traían consigo las verdades de la religión cristiana en sus expresiones más radicales, del estado absolutista y, como rebote, de una teoría del desarrollo lapidaria. En Europa hicieron matanzas descomunales para demostrar la verdad de su lectura de la Biblia y de su ciencia y filosofía en sus expresiones de moda; en las periferias destruyeron (u ocultaron), con maldad, alevosía y ventaja, los credos de los dioses ancestrales, el desarrollo del conocimiento y las civilizaciones que encontraron. No solo en Nuestra América; también en el Norte, en África y Oceanía.

 

Las tumbas que se han encontrado son de niños indígenas que se negaban a aceptar como obligatorias, la religión y la lengua dominante, también hay adultos y se encuentran en todo el continente: ningún país queda eximido. Sin embargo, hasta hace poco, los hechos que no podían ocultarse se contaban como anécdotas folclóricas en el cine y la televisión y hasta en cuentos infantiles; y en el discurso solemne del político notable, al estilo de Sarmiento para quien los indígenas se expresaban en su barbarie y los europeos en su civilización; con cuya dicotomía se construyeron, emulando al Norte, los estados de los criollos y mestizos al Sur del Río Bravo.

 

El tema de los indígenas formó parte de las agendas del panamericanismo desde su origen a inicios del Siglo XX. Se señalaba su problemática de manera bucólica y hasta peyorativa y la necesidad de estudiar “el problema de las razas vernáculas y las civilizaciones de las tribus en las grandes selvas” (1933); o bien, se decía (1938) que “… los indígenas, como descendientes de los primeros pobladores de las tierras americanas tienen un preferente derecho a la protección de las autoridades públicas para suplir la deficiencia de su desarrollo físico e intelectual, y en consecuencia, todo cuanto se haga para mejorar el estado de los indios será una reparación por la incomprensióncon que fueron tratados en épocas anteriores…” (cit en La situación de los derechos humanos de los indígenas en las Américas, CIDH-OEA, 2000). Los subrayados (míos) destacan los prejuicios ideológicos existentes en ese discurso oficial del panamericanismo; de esa visión no se escapan otros estudiosos del problema. Hace un par de años, un antropólogo canadiense Ronald Niezen, analizaba la situación descubierta en Canadá y, para explicar la realidad presente de la relación entre gobierno y comunidades indígenas declaró que: “sigue igual, nada ha cambiado. La idea de que los pueblos originarios de Canadá se integraran en la sociedad podría parecer bonita, pero no se tuvo en cuenta que existen unas barreras raciales que nunca les permitirán ser blancos (La vanguardia 28/11/2019). El término “blanco” es destacado por el periodista, pero no el resto de la declaración; a saber, de lo que no se tuvo en cuenta según el estimable intelectual; reitero, “las barreras raciales” cuyo sentido es, de por sí, excluyente y alimenta la justificación, desde el poder, de la discriminación que el antropólogo pretende criticar y que se asemeja, en su concepción de fondo, a las retóricas de los años 30 arriba señaladas.

 

No obstante, se ha avanzado. Después de los actos rimbombantes de celebración, en 1992, del quinto centenario de la llegada del genovés al Caribe, los pueblos indígenas profundizaron sus reivindicaciones, no solo en el espacio meramente declarativo, sino en conquistas con mayores niveles de profundización: las constituciones estrenaron nuevos términos y categorías: desde la reivindicación declarativa de sociedades multiculturales y plurinacionales, a la conquista de sentidos de identidad y nación, definida esta como el espacio geográfico y cultural donde se asientan poblaciones con lengua y culturas propias; e incluso, de tradiciones jurídicas ancestrales que deban ser reconocidas al lado del derecho occidental cuya unidad teórica cayó en desgracia. Ha sido el logro de los movimientos indígenas recientes: un sujeto político emergente que se va autoafirmando en Bolivia como en México, en Ecuador como en Guatemala, en Perú como en Brasil. Ahora, como una promesa, en Chile. Tras su elección, la indígena Eliza Loncón Antileo, Presidenta de la Constituyente, dijo: "Estamos instalando aquí una manera de ser plural, democrático, participativo. Por eso esta convención transformará Chile en un Chile plurinacional, en un Chile multicultural, que no atente contra los derechos de las mujeres, de las cuidadoras, que cuide la madre tierra”; esta Abya Yala muy distinta y distante de la “madre patria” que traían en su equipaje cultural los ingleses y holandeses, los franceses, los portugueses y españoles.

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