La renuncia del canciller peruano Héctor Béjar apenas 21 días después de asumir el cargo, revela los grandes obstáculos que enfrentará el gobierno progresista de Pedro Castillo.
Carlos Figueroa Ibarra / Para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Y en efecto esto fue lo que sucedió. Estaban en marcha entre 1974 y 1975, intentos golpistas contra el gobierno militar-reformista de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) en un contexto de desgaste de su gobierno y un penoso estado de saludo que finalmente lo llevó a la muerte en 1977. Se observaron varios estallidos de bombas y atentados, incluso contra integrantes de la Marina de Guerra que no se prestaban a las acciones golpistas. Las afirmaciones de Béjar no fueron ajenas a la verdad histórica y no deberían haber sido elemento para que el gobierno peruano a través de su presidente del Consejo de Ministros Guido Bellido, le hubiera solicitado la renuncia. Pero la Marina de Guerra, un órgano de ejecución del Ministerio de Defensa peruano, hizo un pronunciamiento en contra de Béjar y surgió el fantasma del golpe o al menos la desestabilización política.
El gobierno de Pedro Castillo, quien ha llegado al ejercicio del poder ejecutivo con una correlación de fuerzas precaria en el órgano legislativo, que enfrenta como todo gobierno progresista el poderío de los grandes medios de comunicación, de las grandes corporaciones empresariales y de las distintas fuerzas de la derecha, no tuvo más remedio que ceder ante el pronunciamiento de una instancia del Estado que por definición constitucional no debe ser deliberante. El presidente Castillo prescinde así de un servidor público de lujo y de una personalidad que en los pocos días que ejerció su ministerio le impuso un sello progresista.
Héctor Béjar Rivera es un hombre polifacético. Es artista plástico, escritor académico universitario, abogado y sociólogo, autor de varios libros importantes para la ciencia social y pensamiento político peruano. Fue fundador en 1962 de la organización guerrillera Ejército de Liberación Nacional. Capturado en 1966 fue condenado por sedición y estuvo en la cárcel hasta 1970, cuando fue liberado por una amnistía general decretada por Velasco Alvarado a cuyo gobierno se integró.
Es pues el canciller defenestrado un referente político moral e intelectual para la izquierda peruana. El que haya rodado su cabeza es una gran victoria política para la derecha peruana. Es también un golpe para una política exterior que en veinte días expresó su alejamiento del Grupo de Lima, su condena al bloqueo de países desafectos a Washington y la voluntad de ejercer plenamente la soberanía política. He aquí pues, el primer traspiés del gobierno progresista de Pedro Castillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario