sábado, 21 de agosto de 2021

500 años, los usos de la historia

 La Plaza de Colón, en Madrid, es el corazón emblemático de la ultraderecha española y de sus fantasías de recuperar la grandeza imperial perdida. En ella realizan sus movilizaciones los simpatizantes de Vox y del Partido Popular. En lo que fue un tremendo varapalo simbólico, hasta allí llegaron, el pasado 13 de agosto, los siete integrantes de Escuadrón 421 del EZLN y unos 2 mil 500 insumisos europeos.

Luis Hernández Navarro / LA JORNADA


Ese día, Vox dio fe de su colonialismo incurable en un tuit. Tal día como hoy de hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlan. España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. Orgullosos de nuestra historia, dijo.

 

Pero, ni ese exabrupto ni otros, impidieron que los rebeldes internacionalistas les clavaran, ese día, las banderillas a los herederos ideológicos de Francisco Franco y a los nostálgicos españolistas. Cinco siglos después de la invasión castellana-leonesa, andaluza, extremeña y manchega un barco con la delegación zapatista a bordo, cobijada por una multitud proveniente de muchas latitudes, surcó las calles asfaltadas de la capital del reino, desde la Puerta de Sol hasta la Plaza de Colón, haciendo la conquista al revés. Y, como si se tratara de un desmentido al tuit de Vox (y a todos los que se identifican con él en ambos lados del Atlántico), una inmensa manta anunció: No nos conquistaron (https://bit.ly/37O0umf).

 

Ya antes, al desembarcar en el puerto de Vigo el pasado 22 de junio, los zapatistas habían renombrado Europa como Slumil K’ajxemk’o tierra insumisa.

 

Inoportunos, con la Plaza de Colón como escenario, los integrantes del Escuadrón 421 tomaron la palabra. “Vivir –dijeron– no es sólo no morir, no es sobrevivir. Vivir como seres humanos es vivir con libertad. Vivir es arte, es ciencia, es alegría, es baile, es lucha.”

 

“Así nos traen, día y noche, queriéndonos domar, buscando domesticarnos. Y nosotros, pues resistiendo. Toda la vida y generaciones completas resistiendo, rebelándose. Diciendo ‘no’ a la imposición. Gritando ‘sí a la vida’. No es nuevo, es cierto. Podríamos remontarnos cinco siglos atrás y la misma historia.”

 

Al explicar el propósito de su expedición en aquellas tierras, señalaron: pensamos y sabemos que no somos los únicos que luchamos, que no somos los únicos que vemos lo que está pasando y va a pasar. Nuestro rincón del mundo es una pequeña geografía de lucha por la vida. Estamos buscando otros rincones y queremos aprender de ellos.

 

Para rematar el rumbo de su misión, tras señalar al capitalismo como responsable de los males que padece la humanidad y naturaleza, pidieron a sus contrapartes: “Cuando un día cualquiera, alguien les pregunte ‘¿a qué vinieron los zapatistas?’, juntos podremos responder, sin pena para ustedes y sin vergüenza para nosotras, ‘vinieron a aprender’. 500 años después, las comunidades zapatistas vinieron a escucharnos”.

 

La movilización zapatista en Europa marca un giro en las luchas y el discurso de los pueblos originarios de América Latina y en los usos del pasado. Más allá del lamento y la denuncia, lejos del victimismo inmovilizante, sin renunciar a llamar a las cosas por su nombre, en la perspectiva de un nuevo internacionalismo, apuesta a la construcción de redes desde abajo y a la izquierda con quienes luchan contra el capitalismo.

 

Hace 42 años, en La nueva presencia política de los indios: un reto a la creatividad latinoamericana, Guillermo Bonfil documentó cómo los indios del continente tienen voz propia, pese a que los europeos colonizadores y las burguesías nativas se empeñan en negarla. Seguimos soñando con naciones homogéneas, con una sola cultura, una lengua, una raza, a pesar de ser sociedades formadas por pueblos diversos, escribió.

 

Según el antropólogo, en los proyectos de los pueblos indios expresados a través de las organizaciones políticas étnicas recién creadas (comienzos de los 70) ha estado implícita su resistencia secular. Sin embargo, hay algo novedoso en ellas: una ideología política orientada al cambio de las sociedades latinoamericanas y no sólo a la preservación de los propios grupos étnicos. Estas organizaciones –señaló– tienen en común la decisión de los pueblos indios de actuar como unidades políticas diferenciadas.

 

Bonfil describió las ideas-fuerza de este emergente pensamiento político indio. Por ejemplo, la continuidad histórica de los pueblos y la convicción de que no hubo conquista, sino invasión. Ante ella, el indio ha resistido y luchado. De manera que, el imperialismo y el colonialismo son la forma de ser de la civilización occiden­tal, no un momento de su trayectoria histórica.

 

Un programa así, reivindica –según él– retomar el hilo de la historia, no para volver al pasado y quedarse allí. Se trata de actualizar una historia colonizada, liberarla y construir sobre ella; poner fin a un capítulo, cerrar el paréntesis, dar vuelta a la hoja y seguir adelante. Desde esta perspectiva, este ejercicio es un poderoso llamado hacia el futuro.

 

Sin dejar de lado la herencia de este pensamiento, el zapatismo cambia de terreno la lucha y el discurso indígena, y pone como núcleo de su propuesta la lucha por la vida en el marco de un proyecto anticapitalista, y el tejido de una comunidad trasnacional de todos los extemporáneos a partir de caminar preguntando. No sólo lo proclama, sino que pone manos a la obra. Ese es el sentido profundo de la movilización del pasado 13 de agosto.

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