sábado, 21 de agosto de 2021

Reflexiones sobre Afganistán y América Latina: Estados Unidos como aliado

 Estados Unidos y sus aliados ha sufrido una debacle en Afganistán. Ni contando con el aparato de inteligencia más grande y sofisticado del orbe, junto al de Israel, pudieron prever el desarrollo vertiginoso de los acontecimientos que se han desencadenado en los últimos días.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica


La huida en desbandada de los Estados Unidos nos deja imágenes que entrarán a competir con las de su fuga de Vietnam. Ni siquiera sus más próximos aliados, en primer lugar, la servil Europa, fueron informados de los acontecimientos que se avecinaban. Ahora, cada uno tiene que ver cómo se las apaña para salir pitando del país, dejando abandonada una plaza estratégica que es cruce de caminos largamente disputada.

 

Así como Afganistán es fundamental por su ubicación geoestratégica, para ellos otros países en el orbe lo son por esa y otras razones. Según su doctrina de seguridad nacional, en América Latina los países ubicados en la cuenca del Caribe forman parte de su primer círculo de seguridad nacional. 

 

Les es importante Nicaragua por su potencial canalero o, más en general, por las posibilidades que ofrece su territorio para conectar los dos más grandes océanos de la Tierra. Ya, desde el siglo XIX, cuando se desató la fiebre del oro en California, compañías norteamericanas trasegaban pasajeros y mercancías del Caribe al Pacífico como alternativa al azaroso trayecto desde la costa Este a la Oeste dentro de su territorio. 

 

Les es importante Venezuela no solo por sus riquezas petrolíferas y minerales, sino por su estratégica ubicación: balcón sobre el Caribe; poseedor de parte de la selva amazónica, que guarda reservas acuíferas, biológicas y ambientales trascendentales para el futuro de la humanidad; país con fronteras con Brasil, la gran potencia subregional; con Colombia, principal aliada de su política de seguridad regional; con Guyana, asentada sobre enormes mantos petrolíferos apetecidos y disputados por compañías norteamericanas limitadas por las sanciones que los mismos Estados Unidos han impuesto a la comercialización del petróleo venezolano.

 

Y Cuba, de la que no hay que decir mucho, joya de la corona de la política exterior norteamericana para la región, a la que han asediado durante más de 60 años implacablemente tendiéndole un cerco que no tiene parangón en la historia moderna.

 

En cada uno de estos países, los Estados Unidos tiene una cohorte colaboracionista similar a la que tuvieron en Afganistán, esa que ahora se cuelga de las llantas de los aviones que parten del aeropuerto de Kabul y caen al vacío sobre la pista de aterrizaje, mientras los aviones militares norteamericanos se alejan impertérritos dejándolos abandonados a su propia suerte.

 

Así como quedó fehacientemente demostrado que el “poderoso” ejército afgano, de más de 30,000 soldados, no era más que una creación mantenida por los Estados Unidos, que sin su apoyo se derrumbó estrepitosamente sin ni siquiera soplarlo, como en la fábula de los tres cerditos, esos colaboracionistas en nuestros países, que tienen como parlante amplificador (igual que en Afganistán) a los medios de comunicación cartelizados, caerían sin remedio, sin pena ni gloria e inmediatamente, una vez que los norteamericanos, sus aliados de la “comunidad internacional” (léase principal y casi exclusivamente Europa) les quitaran el apoyo.

 

Hay quienes consideran que este tipo de razonamientos sobredimensionan el papel imperialista de los Estados Unidos en América Latina y que hay que poner el foco de la atención sobre todo en los errores internos. No hay dudas de que estos existen, pero no hay que ser ingenuos: si los Estados Unidos (quienes, a pesar de haber demostrado, esta vez con el caso de Afganistán, que su agencia de espionaje puede equivocarse en sus diagnósticos) siguen manteniendo a esas oposiciones es porque solas no van para ninguna parte.

 

Pero esas oposiciones deben tener, también ellas, una cosa clara, que se desprende tanto de nuestra propia experiencia como de la de Afganistán: que los Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses, y que cuando los vientos soplen para otra parte, no les van a ofrecer la más mínima ayuda para que, como ratas, abandonen el barco.

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