sábado, 19 de agosto de 2023

A paso de Antropoceno

 Hoy, lo perceptible en el año 2000 se ha tornado evidente con nuestro ingreso de lleno a una situación de deterioro generalizado de las condiciones naturales de existencia de nuestra especie, en el cual el colapso de ecosistemas, la erosión de la biodiversidad, la degradación de suelos y aguas, la contaminación de la biosfera y el cambio climático se combinan entre sí en un proceso de aceleración por interacción. 

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

El Antropoceno –la Era de los Humanos– es aquel momento que nos ha tocado vivir de una evolución del sistema Tierra que ya abarca unos 5 mil millones. El término fue popularizado a partir del año 2000 por un artículo escrito por Paul Crutzen, Premio Nobel de Química 1995, y el biólogo estadounidense Eugene Stoermer, en el en el Global Change News Letter, el boletín del Programa Internacional Geosfera-Biosfera. [1]
 
Allí plantearon que desde fines del siglo XVIII estaban en curso transformaciones en el sistema Tierra derivadas del incremento sin precedentes en la intensidad, la diversidad y la amplitud de las interacciones entre las sociedades humanas y sus entornos naturales a escala mundial. Esas transformaciones, vinculadas a la I Revolución Industrial y el ingreso de la Humanidad al consumo masivo de combustibles fósiles, fueron objeto de una Gran Aceleración a partir de la década de 1950, cuyas consecuencias empezaron a ser discutidas en la década de 1970 y siguen siéndolo hoy.
 
El tema había estado presente en la cultura ambiental desde mediados del siglo XIX. En julio de 1955 las reflexiones y el conocimiento acumulados en torno al impacto sobre del desarrollo de nuestra especie sobre la biosfera animaron un simposio internacional titulado El Papel del Hombre en la Transformación de la Faz de la Tierra, realizado en Princeton, New Jersey,dedicado a George Perkins Marsh, que abrió el debate sobre el tema en el mundo Noratléntico en 1864 con su libro Man and Nature, y “a los primeros hombres que utilizaron herramientas y el fuego; y a las incontables generaciones que con sus hábiles manos e ingeniosos cerebros han hecho de todo un planeta su hogar y nos han proporcionado nuestro objeto de estudio.”[2]
 
Para comienzos del siglo XXI, Crutzen y Stoermer estimaron que esa transformación había alcanzado una complejidad y unos niveles de riesgo para los humanos que hacían necesario “crear estrategias de sustentabilidad de los ecosistemas contra las presiones ejercidas por la humanidad.” [3] Hoy, lo perceptible en el año 2000 se ha tornado evidente con nuestro ingreso de lleno a una situación de deterioro generalizado de las condiciones naturales de existencia de nuestra especie, en el cual el colapso de ecosistemas, la erosión de la biodiversidad, la degradación de suelos y aguas, la contaminación de la biosfera y el cambio climático se combinan entre sí en un proceso de aceleración por interacción. 
 
En este proceso opera también la descomposición de la cultura y las formas de organización social y política que contribuyeron a generarlo, y que no están en capacidad ni de mitigarlo ni mucho menos de detenerlo. En ese sentido, se hace sentir una gran diferencia con el estado de la ciencia en el simposio de 1955, que convocó a destacados representantes de las ciencias naturales y la Humanidades en un diálogo que hoy llamaríamos interdisciplinario, pero que en ese entonces no requirió de tales precisiones.
 
Importa resaltar esto porque lo evidente entonces –como la relación entre el cambio social y el de nuestras relaciones con el entorno natural– ha venido a convertirse en una suerte de terra incognita en el debate de nuestro tiempo, centrado de manera casi unilateral en las ciencias naturales. Con todo, ese desencuentro ha venido encontrando remedio en la obra de destacados humanistas contemporáneos, como Donald Worster, Joan Martínez Alier y Leonardo Boff.
 
En el marco de ese proceso de reencuentro, los historiadores estadounidenses John McNeill y Peter Engelke han señaladp que, si bien el Antropoceno y la Gran Aceleración de 1950-2000 coincidieron inicialmente, esta última “no durará mucho, pues ni lo necesita ni puede hacerlo. Y, de manera menos clara pero no menos segura, la era de los combustibles fósiles terminará.” 
 
Aun cuando eso “debería ser suficiente para desacelerar la Gran Aceleración y mitigar el impacto humano sobre la Tierra”, no pondrá fin al Antropoceno, pero “lo llevará a otra etapa” en su desarrollo, y contribuirá a moderar las conductas humanas que contribuyeron a su formación. Entretanto, dicen, “es necesario hacer muchos ajustes” entre la Humanidad y el Antropoceno, pues las instituciones políticas, económicas y culturales, que evolucionaron en un contexto dramático y sin precedentes en el uso de los recursos y de crecimiento económico, “deben ahora evolucionar hacia formas más compatibles con el Antropoceno – o ceder su lugar a sus sucesores.”[4]
 
Desde esa perspectiva, por ejemplo, los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible –concebidos para mejorar la normalidad que hemos conocido– han venido a convertirse gradualmente en un programa mundial que abre paso a nuestra adaptación al Antropoceno. La lentitud en la ejecución de ese programa, al propio tiempo, confirma su vínculo con la cultura del mundo de la Gran Aceleración, y explica la dificultad para pasar de una cultura y una política de crecimiento sostenido a otra de sostenibilidad del desarrollo humano.
 
El hecho, en todo caso, es que si deseamos un ambiente distinto, será necesario crear una sociedad que sea diferente por su capacidad para prosperar con equidad, sostener el desarrollo de la especie humana, y establecer relaciones con la naturaleza tan armoniosas como las que existan entre sus integrantes. Esto demandará una movilización de fuerzas sociales que genera las condiciones necesarias para aprovechar la experiencia y el conocimiento acumulados por la Humanidad en la tarea de construir una noosfera que finalmente trabaje con la naturaleza y no contra ella.
 
Alto Boquete, Panamá, 15 de agosto de 2023
 
 
 NOTAS:
[2] Al respecto: Man’s Role in Changing the Face of the Earth (1956). The University of Chicago Press. Entre los organizadores estuvieron Carl Sauer y Lewis Mumford.  
[4] McNeill, J.R. y Engelke, Peter (2014:209): The Great Acceleration. An environmental history of the Anthropocene since 1945. The Belknap Press of Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts; London, England.

1 comentario:

Carlos Massé Narváez dijo...

Agradezco el escrito del Dr. Guillermo Castro, de quien tengo el orgullo de haber sido su alumno en la antes ENEP ARAGON a finales de los años ochenta del pasado siglo. De hecho, en mi modesto trabajo de investigación siempre me apoyo en sus escritos, citándolo, sobre todo en este medio: CON NUESTRA AMÉRICA.
En este texto hoy, me acaba de dar alientos frente a mi visión escéptica de que los humanos podamos frenar la catástrofe planetaria en curso. Esta visión la he obtenido dando un seguimiento de las no acciones que los líderes mundiales (puestos ahí por intereses corporativos en casi todo el mundo más las evidencias de investigaciones y mas recientemente, los hechos atribuidos al cambio climático no natural sino producidos por los humanos. A ello, le sumo que las leyes del capitalismo hacen casi imposible que los mayores responsables de este desastre, aún entendiendo la problemática, cedan a su avaricia rapaz, para salvar al Planeta Tierra.