Al sur y al norte en América se hallan dos personajes cuyas visiones políticas, desde la extrema derecha, se sostienen en distintos pilares. En un lado de la pinza está Javier Milei, en el otro Donald Trump.
León Bendesky / LA JORNADA
En un reciente artículo publicado por la revista The Economist, Milei manifestó su “infinito desprecio por el Estado”. No hay nada nuevo ni original en esta abrupta declaración. Es un pliegue más de lo que ha afirmado reiteradamente desde que era candidato a la presidencia de Argentina, blandiendo enardecido su motosierra y, luego, cuando asumió el gobierno, el 10 de diciembre de 2023.
De modo complaciente, la influyente revista inglesa describe el programa económico de Milei como uno de los más radicales en cuanto a la “dosis de medicina de libre mercado desde el thatcherismo”. Señala The Economist que Milei ha mostrado que la constante expansión del Estado no es inevitable. Que es crítico del tipo de populismo que impulsa Trump, cree en el libre comercio y no en el proteccionismo; promueve el control fiscal, además de que evita las fantasías populistas.
Sobre la mención del thatcherismo, sólo un poco de memoria. Margaret Thatcher presidió el gobierno del Reino Unido entre 1979 y 1990, aplicó una extensa política de privatización de la industria bajo control estatal y una severa reducción del Estado de bienestar. Concebía que la sociedad se basaba en la responsabilidad del individuo. Sostuvo que los problemas que enfrentaba la gente solían trasladarse al gobierno para que éste los resolviera, lo que equivalía a transferirlos a la sociedad. Pero que la sociedad no existe. Lo que hay son los individuos, hombres, mujeres, familias, y ningún gobierno puede hacer nada sino mediante la gente y la gente debe mirar por sí misma. Han pasado más de 30 años en que esa concepción se fue arraigando, lo que ha derivado en neoliberalismo y distintas expresiones de control político autoritario y populista.
Un Milei exaltado dice que ama “ser el topo dentro del Estado”, el que lo destruye desde dentro. En la entrevista con The Economist afirmó: “El político tradicional te pide el voto para que le des el poder, para que pueda arreglar tu vida, como si él supiera qué es lo que vos necesitás. En el caso mío… te pido el voto para poder devolverte el poder de que vos seas el propio arquitecto de tu vida… Vas a percibir los beneficios, pero vas a tener que pagar los costos si te equivocás. Entonces, no es que yo no lo avisé”.
Trump está en otro plano, de índole elitista y de grandes negocios y fortunas; funciona en otra cultura, con otras claves sociales, otras tradiciones políticas y concepciones económicas y mandará una vez más en la mayor potencia militar del mundo. Su movimiento, MAGA, tiene un origen nativista, lo que marca las explícitas medidas restrictivas relativas a la inmigración, colocadas en un lugar central de su gobierno anterior y prominentes en el que pronto se iniciará. Éste se perfila a partir de argumentos tradicionales del movimiento conservador ligado, por ejemplo, a la reducción de los impuestos, el proteccionismo en materia de comercio internacional, la revisión del entorno regulatorio y de la burocracia federal y con un carácter contrario a la globalización. Trump sostiene que el asunto del cambio climático es un engaño, lo que deriva en su propuesta de incrementar el uso de fuentes fósiles de energía, así como eliminar los incentivos fiscales para el uso de autos eléctricos y otros programas de estándares de eficiencia.
El Estado, como elemento y factor político y social, tiende a ser cuestionado frontalmente, como se desprende de las declaraciones de Milei y de las pautas que marca Trump. El escritor barcelonés Carlos Zanón propone una aproximación irónica y fresca sobre el caso de Trump. Apunta que, de inicio, las designaciones que ha hecho para armar su gabinete parecen disparatadas y hasta vengativas, pero conllevan un mensaje muy claro: pon a cualquiera, pues si de lo que se trata es de desmantelar al Estado no se necesitan técnicos especialistas que lleven a un apagón de confianza; es suficiente con tener quien proceda a una demolición y con ellos dentro; así se abrirá el campo para una privatización lo más rentable posible. Así que da igual, dice Zanón, quién esté en el gabinete, pues todo depende del hombre fuerte y de lo que éste decida. La ironía es una forma válida de confrontar la ideología política, en este caso la que con distintos tonos se apodera del Estado para desarmarlo.
Hay distintas maneras de atentar contra el Estado, incluso cuando está en manos de una fuerza política que acapara el gobierno y los ámbitos de la legislación y la justicia. Cuando la Constitución se convierte en un receptáculo de prácticamente cualquier cosa que se quiere imponer en la sociedad. Cuando las reformas se gestionan de modo caótico y se enfilan a provocar más daño que aquel que supuestamente pretenden reparar, como ocurre con la reforma del sistema de justicia en México. Esto es también debilitar al Estado y por un flanco donde más duele.
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