La nueva derecha que está surgiendo hoy en día agresivamente ante nuestros ojos tiene en común con esa derecha dictatorial, vestida de militar, su persecución de todo lo que le huela a progresismo, ya no digamos a izquierda.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
En América Latina tenemos experiencia de lo que han sido las derechas radicales en el poder. Estamos llenos de heridas que siguen supurando, que nos ha quedado como marca de las dictaduras militares de los años setenta y ochenta. Entonces los militares se asociaron en consorcios siniestros como el Plan Cóndor, cuyos rastros trataron de esconder en archivos que poco a poco han ido pareciendo en huecos de ascensores, casas perdidas en rincones olvidados o edificios ruinosos.
Las nuevas generaciones tienen una memoria borrosa de esos tiempos, en parte porque muchos de los gobiernos posteriores no estaban interesados en sacarla a flote, y también porque hubo un pacto de silencio entre los perpetradores que se cuidaron las espaldas unos a otros. Claro que están también los que no solo callan y encubren, y alaban las tropelías y ensalzan a los uniformados como salvadores de la patria.
Pero en términos generales, el que -como el gato- escondan sus porquerías, muestras que saben que lo hecho estaba mal y que para salir ilesos deben disimular, esconder y mentir.
La nueva derecha que está surgiendo hoy en día agresivamente ante nuestros ojos tiene en común con esa dictatorial, vestida de militar, su persecución de todo lo que le huela a progresismo, ya no digamos a izquierda.
Lee en la cartilla del buen ciudadano cuáles deben ser los rasgos que le han de caracterizar, que ¡oh casualidad! coinciden con los que el neoliberalismo rampante de nuestros días tiene como modelo, individualista a muerte, opuesto a todo lo que suene a emprendimiento común, enemigo de lo público, amigo del sálvese quien pueda.
Sus mítines y la parafernalia que los identifica recuerdan las escenificaciones nazis del siglo XX y se instituyen siguiendo sus pasos, fundando brazos armados “de reacción rápida”, como fueron las SS alemanas, que nos recuerdan siniestramente a los grupos paramilitares que secuestraron, torturaron y desaparecieron a miles en el pasado.
La extrema derecha tiene también sus fervorosas masas de seguidores. En América Latina hemos visto cómo, conforme problemas como la corrupción, la inseguridad y las desigualdades sociales no se resuelven, la gente añora cada vez más a alguien “de mano dura” que golpeé la mesa, y entonces surgen vociferantes desquiciados como Javier Milei o presidentes arbitrarios como Nayib Bukele. Hasta países que se creían vacunados contra ese tipo de regímenes han caído en sus redes, como Costa Rica, que hoy tiene de presidente a un señor vociferante, malcriado y prepotente, en campaña política permanente, que apuesta por modificar la constitución para llevar adelante, hasta sus últimas consecuencias y sin obstáculos el proyecto del neoliberalismo.
Esa nueva derecha con todas las reminiscencias del pasado que la adornan se ha reunido esta semana que termina en Buenos Aires. Se trata de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), un evento que ha sido descrito por el hijo de Jair Bolsonaro como "el más grande encuentro de no zurdos de todo el mundo".
Como era de esperarse, la estrella fulgurante del encuentro ha sido Javier Milei, que tiene ínfulas de convertirse en su nuevo campeón universal, sitial que deberá pelear con otros aspirantes, como Donal Trump.
Nacida en 1974 de la mano de la Unión Conservadora Estadounidense -que tuvo a Ronald Reagan como gran referente- hasta tener a Trump como figura principal. La primera cumbre fuera de Estados Unidos se organizó en 2017 en Japón y luego en Australia, Corea del Sur y Brasil, el primer país de América Latina que la acogió. En 2022 llegó a México y, finalmente, a su nueva parada, Argentina.
En los tiempos de confusión y de declive imperialista que vivimos, surgen estos movimientos con sus figuras mesiánicas que ofrecen arreglar el mundo desquiciado en el que el hambre y la guerra provocan migraciones en masa, el crimen organizado amenaza la tranquilidad cotidiana, el crecimiento económico no mejora la calidad de vida de las mayorías y el Estado parece impotente para dar respuestas adecuadas.
En el trasfondo de este panorama, Rusia lanza misiles hipersónicos y la amenaza de una guerra nuclear, que nos mande a todos al otro mundo, pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles, mientras el año que está por terminar, que se perfila como el más caliente de la historia de la humanidad, nos recuerda que el reloj del fin del mundo sigue acercándose a la hora definitiva por el cambio climático.
Confusa y asustada, la humanidad busca a tientas a qué asirse, y lo que aparecen son estas figuras a las que hay que detener a toda costa, porque lo único que harán será profundizar nuestros males. Aún estamos a tiempo.
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