sábado, 21 de diciembre de 2024

¿Hay que celebrar la llegada de los neotalibanes al poder en Siria?

El destino que le espera a Siria en una de las regiones más explosivas del mundo no es halagüeño. Los buitres de la política sobrevuelan sobre ella, es una víctima al borde de la inanición y, por lo tanto, débil.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

En el concierto de los estados árabes, Siria fue desde la década de los sesenta del siglo XX un país adelantado en derechos civiles. En una región en la que hay una constante amenaza de gobiernos islámicos intolerantes, se caracterizó por ser un estado secular en el que había libertad religiosa y, en términos generales, se vivía en una sociedad más abierta y con instituciones propias de un régimen republicano.
 
En la década de los sesenta, un nacionalismo panárabe, que en términos generales podría caracterizarse como nacionalista, populista, socialista y revolucionario, tuvo amplia difusión, sobre todo en la cuenca del Mediterráneo, el Medio Oriente y el norte de África.  Entre las personas y grupos asociados al nacionalismo árabe se encuentran el rey Faisal I de Irak y, más tarde, Saddan Hussein, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, el líder libio Muammar Gaddafi y la Organización para la Liberación de Palestina.
 
Este nacionalismo panárabe reclamaba la herencia común del mundo árabe, según la cual todos los árabes están unidos por una historia, una cultura y una lengua comunes. Se formuló y surgió al calor de los movimientos anticoloniales africanos y árabes que -a diferencia de los latinoamericanos, que en el siglo XIX llevaron adelante sus procesos de independencia y de construcción de sus estados nacionales bajo la influencia de las ideas de la Revolución Francesa- tuvieron como contexto y referencia a los países que en ese momento se abocaban a construir el socialismo, especialmente la URSS y, a partir de 1960, Cuba.
 
En Siria, el partido político que encarnó estos ideales fue el Partido Baaz Árabe Socialista. Llevó al poder a Háfez al-Ássad en 1971 y lo respaldó hasta su muerte en el 2000, cuando lo sucedió su hijo, Bashar al-Ásad, quien fue derrocado este diciembre de 2024 por una inestable coalición de grupos islamistas que podríamos caracterizar como neotalibanes, dado el supuesto aggiornamento que han mostrado ahora que su líder más visible, Abu Mohammed al Jawlani, hiciera acto de contrición públicamente, como un gesto tranquilizador hacia las potencias occidentales que lo han respaldado a él y a todos los grupos levantados en armas durante doce años, que es el lapso que duró la guerra civil en Siria.
 
Abu Mohammed al Jawlani ha tenido una trayectoria de militancia en varios grupos islamistas antes de llegar al comando de su agrupación actual. Ha sido acusado de cometer abusos contra los derechos humanos, y aunque en años recientes ha intentado presentar una imagen más moderada, Estados Unidos continúa ofreciendo una recompensa de US$10 millones por su captura.
 
La oposición armada siria al régimen de Ásad se caracteriza por la atomización. En este momento, diversas facciones controlan distintas partes del país, lo que augura una posible partición territorial, algo que lo retrotraería a antes de su constitución en 1945, y la expone a lo que ya está sucediendo, la intervención israelí para apropiarse de más territorio en su proceso colonialista expansivo en el Medio Oriente.
 
El régimen de los Ásad en Siria sufrió una transformación en el largo período en el estuvo en el poder, y podría establecerse algunas similitudes con lo que ha sucedido con otros procesos que nacieron bajo el signo del nacionalismo antiimperialista tanto en el norte de África, el Medio Oriente como en América Latina.
 
Inicialmente se inscribieron, a inicios de la segunda mitad del siglo XX, en una corriente progresista que apostaba por estados inclusivos y modernizantes que fueron vistos con una mezcla de suspicacia, recelo y simpatía de los sectores progresistas de los países occidentales, especialmente los europeos colonialistas. Pero, con el tiempo, derivaron en estados autoritarios que los hicieron vulnerables al descontento, que fue capitalizado por quienes están interesados en tener bastiones de poder en una zona explosiva del mundo.
 
Egipto tuvo su propio proceso después de Gamal Abdel Nasser, que derivó hacia posiciones conservadoras; Irak y Libia sufrieron agresivos ataques, ampliamente conocidos, por lo que no hay que hacer mayores referencias a ellos, que culminaron con situaciones de ingobernabilidad y expolio de sus recursos naturales, especialmente el petróleo.
 
En este contexto, el destino que le espera a Siria en una de las regiones más explosivas del mundo no es halagüeño. Los buitres de la política sobrevuelan sobre ella, es una víctima al borde de la inanición y, por lo tanto, débil. Los carroñeros se apresuran a sacar tajada en un polvorín en el que volvieron a utilizar a los radicales islámicos, como antes hicieron en Afganistán, que son propensos a írseles de las manos. La mecha está prendida.  

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