sábado, 21 de diciembre de 2024

Las migraciones en tiempos de odio generalizado

Las personas migrantes, como epítome de lo extraño que desequilibra una supuesta cohesión social erigida como mito fundacional de determinado colectivo, nación o “identidad”, se ha convertido en la figura a través de la cual canalizar las frustraciones de un mundo en guerra consigo mismo.

Ivana Belén Ruiz-Estramil / www.elsaltodiario.com

Es innegable que la movilidad ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. La migración propició la supervivencia de la especie, llegando a todos los recodos del planeta. Muchos amaneceres desde entonces han girado completamente las tornas, conformando sociedades sedentarias agrupadas alrededor a una lógica productiva (inicialmente en torno a la agricultura). Las delimitaciones espaciales se volvieron preponderantes, aventurando una conflictividad que aún nos acompaña. Y así llegamos a un momento actual en el que las fronteras no buscan solamente delinear un territorio, sino también contener, controlar, coartar, pero sobre todo filtrar movilidades entre deseadas, aceptadas e indeseadas. 

Y es que, sí, los discursos antimigratorios esconden su contradicción en bravuconas consignas, dirigidas solo hacia colectivos ubicados en la subalternidad económica. El color de piel les importa, pero no el color del dinero. Las puertas que se cierran a las personas migrantes se abren a los inversores, o a quienes vienen de países del Norte global. La movilidad es cada vez más un privilegio para unas personas y una condena para otras.

Según datos recogidos en el Informe sobre las migraciones en el mundo 2024, en el mundo había 281 millones de personas que vivían en un país distinto de su país natal, lo que representaba el 3,6% de las personas en el mundo. Si bien es cierto que las cifras muestran una tendencia al alza en las últimas décadas (tanto en cifras absolutas como en porcentaje), vemos que lo mayoritario sigue siendo la permanencia en los países de nacimiento. Pero los datos, las causas y la propia evolución de las dinámicas globales poco importan para quienes siembran discursos de odio y teorías abiertamente racistas. Estos discursos han ganado adhesiones hasta el punto de convertirse en herramientas de impulso político. Lo vimos en las elecciones al Parlamento Europeo y más recientemente en las elecciones estadounidenses. La xenofobia y la mano dura contra la migración dan votos. En esa infamia vivimos.
 
En un contexto en el que el racismo crea adeptos, el odio aglutina y los bulos movilizan al electorado, cabe preguntarse: ¿cómo hemos llegado a este punto? ¿De dónde surge la urgencia de un chivo expiatorio vinculado a la migración? ¿Qué sociedades se están construyendo? El intento de responder a estas preguntas quizás sea un buen ejercicio para analizar las relaciones de poder que se están fraguando entre los Estados y las personas.
 
Al reflexionar sobre el itinerario que nos ha llevado a la normalización de discursos antimigratorios y racistas podríamos remontarnos a siglos de colonialismo y dominación, o incluso a la construcción de otredad frente a la que se reivindica una colectividad de cualidades positivas. Este itinerario es necesario a nivel histórico y antropológico respectivamente, no obstante, las dimensiones de este escrito me llevan a detenerme en el espacio más inmediato del plano político y sociológico. Las últimas dos décadas han sido clave en la construcción de otredad en los medios de comunicación. La presencia de población migrante en estos medios se ha unido a noticias sobre atentados o agresiones, por un lado, o a visiones infantilizadas o caritativas, por otro. Siempre presentado como la exterioridad que irrumpe, ante el que sentir temor o compasión. No es difícil imaginarse que este juego de opuestos haya desembocado en la reivindicación de la funcionalidad como una “tercera vía” que legitima la presencia de personas migrantes. Discursos como los de “salvar las pensiones” o “mano de obra para trabajos que los autóctonos no quieren hacer” están detrás de propuestas como la migración circular, orientada a que las personas vengan bajo demanda, por el tiempo y las condiciones que el empresariado estime, y con la obligación de volver a los países de origen. Jornalerismo transnacional como alternativa “segura y ordenada”. Pero, en esta lógica han encontrado también espacio los que fomentan el odio hacia la migración blandiendo la bandera del miedo, del “reemplazo”.
 
De dónde surge la urgencia de un chivo expiatorio vinculado a la migración, nos preguntábamos antes, y para encontrar una tentativa de respuesta debemos mirar al sustrato económico y social que predispone las políticas que nos gobiernan. La creciente desigualdad económica, acumulación de capital en cifras históricas, guerras y despojos, han creado unas condiciones de desamparo hacia el interior de los Estados que han fomentado la desesperación de amplios sectores de la ciudadanía. Las fracasadas apuestas del liberalismo económico quedan fuera de la ecuación como diagnóstico, para aupar a la migración como culpable de todos los males, aprovechando incluso los argumentos de la funcionalidad migratoria para reforzar sus relatos de temor (“quitan el trabajo”, “acaparan las ayudas”). Para los discursos de odio, la migración encarna el riesgo de vandalismo, ausencia de cualificación, mano de obra barata (recordemos la lectura temor-compasión-funcionalidad, son términos que encajan perfectamente en estas categorías). La urgencia de un chivo expiatorio vinculado a la migración surge de la escasa capacidad política de generar derechos y garantías frente a las lecturas en clave de temor, compasión o funcionalidad.
 
La cuestión que sigue es: qué sociedades se están construyendo. Muchas serían las aristas a contemplar, pero valga destacar que el miedo se erige como la principal herramienta discursiva de las políticas del odio. El miedo a una agresión, el miedo a que se pierdan las costumbres de la región, el miedo a quedarse sin trabajo…. Estos han sido los principales miedos a los que ha recurrido la extrema derecha para aglutinar electorado en las elecciones europeas y estadounidense, misma lógica que vemos en aquellos países que están recibiendo población migrante a pesar de no formar parte del Norte global. Este miedo puede generar un efecto paralizante, provocando que las políticas que definen el orden público sigan su curso, lo cual no favorece en absoluto la lucha por los derechos y garantías, pero, peor aún, puede tener un efecto reactivo contra el objetivo señalado como fuente de temor. Precisamente la combinación de ambas posturas ha reforzado el auge de los discursos y prácticas antimigratorias, y con ello la elección de determinados personajes políticos.
 
Sostener discursos xenófobos o difundir falacias en redes sociales y medios de comunicación se reviste de postura crítica, obviando que el poder económico y político dentro del capitalismo se ha asentado sobre el racismo, expolio y construcción de un discurso hegemónico legitimador de estas prácticas. No es nada nuevo, aunque se presente como desafiante del orden establecido. Pero estos discursos se enuncian en un contexto que se ha ido conformando para que estas posturas sean fácilmente asimilables. Si al ejercicio de ciudadanía relegado a depositar un voto ocasional, le sumamos un contexto en donde la brevedad y la inmediatez se han convertido en cualidades imprescindibles de la comunicación, es fácil encuadrar el porqué del auge de discursos que, en realidad, nunca desaparecieron como postura política y económica.
 
Las recientes elecciones estadounidenses son muestra de ese ejercicio de fanfarronería para ganar electorado. Y, precisamente, en las políticas migratorias y en el encaje económico de estas propuestas es donde encontramos parte de la respuesta que nos permite entender el encaje estructural del racismo dentro de la organización del Estado. Ante el triunfo de Trump, muchos análisis se preguntan: ¿podrá poner en marcha sus deportaciones masivas? ¿Cómo afectaría ello a la economía? En esta última cuestión encontramos la clave para analizar aquello que no cambia con las elecciones, aquello intrínseco al sistema económico. Muchos sectores de la economía se nutren de la irregularización de quienes trabajan en ellos, personas que son contratadas de forma ocasional (a veces por el día), sin seguridad social, por menor salario que el valor de su fuerza de trabajo (sobre la base de una persona regularizada, migrante o no). Esta base estructural lleva nuevamente a un discurso de la funcionalidad de la migración mantenida en condiciones de subalternidad, sin entrar en los derechos y garantías que deberían reconocérsele.
 
El migrante, como epítome de lo extraño que desequilibra una supuesta cohesión social erigida como mito fundacional de determinado colectivo, nación o “identidad”, se ha convertido en la figura perfecta a través de la cual canalizar las frustraciones de un mundo en guerra consigo mismo. Por ello, los discursos y prácticas que se promueven contra las personas migrantes no son nuevas ni disruptivas, sino la exaltación de los pilares sobre los que se ha construido el sistema económico, social y político dominante.
 
Un vistazo rápido a las medidas que se están implementando nos muestra el abismo político que se está construyendo. Que no se olvide que hace menos de un siglo las deportaciones masivas de las que tanto alardean ciertos políticos, fueron las precursoras de exterminio; que no se olvide que el manejo de la propaganda y la falacia no nacieron ayer, sino que lleva años perfeccionándose. No presentan nada nuevo, no son crítica, sólo impiden el avance en derechos y garantías, no solo de las personas migrantes sino también del conjunto de la población.

No hay comentarios: