“Es el tormento humano que para ver bien se necesita ser sabio, y olvidar que se lo es. La posesión de la verdad no es más que la lucha entre las revelaciones impuestas de los hombres. Unos sucumben y son meras voces de otro espíritu. Otros triunfan, y añaden nueva voz a la de la naturaleza.”
José Martí, “Emerson”, 1882.
1. El debate ambiental
Así las cosas, resulta más “avanzado” quien asume que su adversario puede plantear una exigencia que debe incorporarse, así sea como momento subordinado, “a la propia construcción.” Esto no es sencillo, pues a veces el adversario es “todo el pensamiento anterior”, lo cual exige “haberse liberado de la prisión de las ideologías” en el sentido peyorativo de “ciego fanatismo ideológico”.
Esto demanda ser radical. Hay que ir “a las raíces”, para ver “las cosas en su fondo”, como dijera José Martí. En ese fondo es necesario distinguir, además, entre la contradicción principal que aqueja a nuestras relaciones con la biosfera en el proceso histórico que vivimos y el aspecto principal de esa contradicción en el cada momento de ese proceso.
Ese proceso histórico, llamado el Antropoceno, resulta – dice John B. Foster-, de “la expansión cuantitativa de la producción global y de la extracción de recursos” a partir de mediados del siglo XX, que ha dado lugar a que “los factores antropogénicos (como opuestos a los no-antropogénicos)” constituyan por primera vez en la historia de la biosfera “la principal fuerza de cambio en el Sistema Tierra”. Es un proceso engañoso, porque la contradicción principal que lo anima – que se origina en la ruptura del intercambio metabólico entre los humanos y la biosfera - se expresa en múltiples contradicciones, asociadas a problemas como la variabilidad climática, el ciclo del agua, el colapso de ecosistemas y la acentuación de la inequidad en las sociedades humanas. Esto a su vez lleva a organizar el debate en torno a la idea de una “policrisis”, en que la suma de las partes termina siendo inferior al todo.
En todo esto confluyen múltiples visiones y corrientes de opinión, desde el conservacionismo hasta el apocalipsismo, pasando por otras de carácter legalista, tecnocrático, socio-ambiental y decrecentista. En ese debate siempre conviene recordar que lo falso es el resultado de la exageración unilateral de uno de los aspectos de la verdad, y que lo importante no es ganar, sino encontrar la verdad y los medios para traducirla en conductas sociales innovadoras.
En breve, el debate será útil en la medida en que consiga pasar de la denuncia al análisis, y abrir camino desde la protesta a las propuestas. Nuestra especie está en riesgo de retroceder a la barbarie o incluso ir a la extinción. De encarar esos riesgos trata, en última instancia, el debate que demanda la crisis socio-ambiental que hemos creado, y padecemos.
2. De la naturaleza al ambiente
El debate en torno la necesidad de fomentar relaciones más armónicas de los seres humanos entre sí y con su entorno natural constituye un ámbito cada vez más importante en la vida cultural y política de nuestro tiempo. Encararlo exige a menudo ir a contracorriente de hábitos de pensamiento y conducta colectiva de viejo arraigo en nuestra historia.
Ya en 1905, por ejemplo, el biólogo británico E. Ray Lankester (1847-1929) -uno de los científicos más respetados de su tiempo – entendía a la naturaleza como “el conjunto del mecanismo del universo, el kosmos en todas sus partes” – cuya evidente relación con el ser humano “debería ser […] la guía del gobierno del estado, la base confiable del desarrollo de las comunidades humanas.” No hacerlo, añadía, era “tan monstruoso, tan ofensivo para la prosperidad de nuestros semejantes, que debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para llamar la atención sobre las condiciones y circunstancias que dan lugar a este descuido, sobre los males que esto provoca, y sobre los beneficios que deben resultar de superarlo.”
Eso vendría a hacerse más evidente con la posterior formación del concepto de ambiente a partir de la década de 1970, hasta llegar a la adopción del concepto de desarrollo sostenible como categoría de política por las Naciones Unidas en 1992. Con todo, se trata de un concepto complejo, que establece una relación de afinidad y contradicción con el de naturaleza, en cuanto resalta el hecho de que mientras las demás especies utilizan los recursos que ese entorno les ofrece, los humanos lo transforman mediante procesos de trabajo socialmente organizados para obtener los recursos que necesitan para su propio desarrollo como especie.
Así, la Encíclica Laudato Si’ (2015: 139) nos dice que el término ambiente vincula entre sí los términos naturaleza y sociedad, pues la expresión “medio ambiente” indica una relación “entre la naturaleza y la sociedad que la habita [que] nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados.” Al respecto, dice la Encíclica, la magnitud de los cambios en curso, demanda buscar “soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales”, dado que
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza. (Pgr. 139)
Haber traído este problema a debate en la sociedad es un mérito mayor del ambientalismo de nuestro tiempo. Toca ahora pasar de la denuncia al análisis, y de la protesta a las propuestas para ir hacia un mundo que será sostenible, o no será.
3. El ambientalismo panameño: siglo XXI
El movimiento ambientalista panameño inició su formación a fines del siglo XX. Emergían entonces las responsabilidades ambientales derivadas del Tratado Torrijos Carter, y se aspiraba a participar en la elaboración de aquella agenda ambiental global que encontraría expresión en la Carta de la Tierra aprobada por las Naciones Unidas en 1992. Aquel ambientalismo logró conectar nuestros problemas ambientales con los de la Humanidad entera; resaltó la importancia de nuestros ecosistemas para la biosfera; contribuyó a sentar las bases de nuestra cultura ambiental, y a fortalecer una institucionalidad ambiental entonces incipiente.
Como es natural, ese proceso compartió algunas características de nuestra sociedad. Ha tendido a ser legalista, como nuestra cultura política; cientificista, como el legado de la cultura científica norteamericana en Panamá y de nuestro positivismo liberal, y más cosmopolita que popular, al buscar su legitimidad en sus vínculos con organizaciones internacionales antes que con sectores sociales vinculados a problemas y conflictos socio-ambientales.
Estos rasgos de origen permiten comprender el peso del conservacionismo – a menudo de carácter conservador - en la cultura de este ambientalismo. Desde allí cabe entender que para comienzos del siglo XXI este ambientalismo no haya generado un vínculo relevante con campos del saber de creciente importancia en la cultura ambiental de nuestro tiempo, como la economía ambiental, la ecología política y la historia ambiental, ni con el debate que demandan temas como el Antropoceno, el decrecimiento, el extractivismo y el carácter socio-ambiental de la crisis en nuestras relaciones con la biosfera, tan relevantes en nuestra América.
Esto, lamentablemente, tiende a limitar el aporte del ambientalismo conservacionista a la transición hacia formas de interacción con la biosfera más favorables a la sustentabilidad del desarrollo humano en Panamá, que ya vive una circunstancia inédita en su historia ambiental. En efecto, el agotamiento de un modelo de relación con la biosfera sustentado en la explotación extensiva de ventajas comparativas como la posición geográfica y la abundancia de tierras, que data del siglo XVI, demanda hoy pasar al aprovechamiento sostenido de ventajas competitivas, como la abundancia de agua, de biodiversidad y de las capacidades del territorio para la conectividad interoceánica, tan importantes en aquella que Richard Cooke llamaba nuestra “historia profunda”.
Aquí conviene recordar que el ambiente es producido por las intervenciones humanas en la biosfera mediante procesos de trabajo socialmente organizados. Por lo mismo, si deseamos un ambiente distinto tendremos que construir una sociedad diferente. Comprender y asumir las responsabilidades que eso implica ya es la tarea mayor de todas las corrientes del ambientalismo contemporáneo, para contribuir desde sus logros de ayer al futuro del desarrollo humano en Panamá.
4. Ambientalismo: el dilema raigal
Cada cierto tiempo, fulgura nuevamente el debate entre conservación y desarrollo. Esto es bueno, porque es necesario atender a las formas de relacionamiento con nuestro entorno natural para avanzar hacia la sustentabilidad del desarrollo humano.
Sin embargo, el debate termina girando sobre sí mismo cuando confundimos el desarrollo con el crecimiento económico sostenido. Allí ha venido a encallar aquella teoría que a mediados del siglo XX consideraba el crecimiento como un factor necesario, pero no suficiente, para el bienestar social y la vida en democracia.
En realidad, la confusión nace de la apropiación por la economía de un término proveniente de la biología. Allí, el desarrollo designa el proceso de formación, maduración y muerte de un organismo, desde una especie a un ecosistema o un sistema ambiental. Acá, designa una modalidad de interacción de la especie humana con la biosfera forjada a partir del siglo XVI, que se da por natural para legitimarla, cuando en realidad es histórica, y por tanto perecedera.
Lo que en verdad se debate aquí son las consecuencias que resultan de que – como dijera José Martí hacia 1880 -, “la intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta”, y “toda la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates, entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana”. En esa perspectiva, podemos decir que el desarrollo que conocemos trabaja contra la naturaleza, no con ella, y ha tenido y tiene consecuencias que conspiran contra la sustentabilidad de nuestro desarrollo.
Los problemas ambientales de nuestro tiempo demandan ir a la raíz de nuestras relaciones con el entorno natural. Mientras ellas estén al servicio de la acumulación infinita de ganancias, lo estará también la organización de los procesos de trabajo mediante los cuales interactuamos con nuestro entorno natural.
Esto se veía venir, para quienes quisieran hacerlo. Ya en 1956 el geógrafo norteamericano Carl Sauer afirmaba que habíamos “alterado y desplazado segmentos cada vez mayores del mundo orgánico,” haciendo de nuestra especie “el dominante ecológico en más y más regiones”. Con ello, el uso responsable de los recursos naturales había cedido a “una confianza simple en las capacidades del avance ilimitado de la tecnología”, haciendo de la “capacidad para producir y para consumir […] las espirales paralelas de la nueva era”. Y se preguntaba “¿Con qué propósito estamos sometiendo el mundo a un creciente impulso de cambio? ¿No debemos acaso admitir que mucho de lo que llamamos producción es extracción?”
Llega el momento de comprender que si deseamos un ambiente distinto tendremos que construir sociedades raigalmente diferentes. Y esa diferencia surgirá del trabajo contra la naturaleza al trabajo con ella, dentro de una estrategia de decrecimiento programado para prevenir a un tiempo la inequidad en nuestro propio desarrollo y en nuestras relaciones con los sistemas ambientales que sostienen todas las formas de la vida en la Tierra. En torno a este dilema raigal se definen todas las corrientes del ambientalismo contemporáneo.
5. De la economía destructiva
En 1910, el geógrafo Jean Brunhes publicó su libro La Geografía Humana. Un intento de clasificación positiva. [1] Allí definió a su disciplina como “el estudio de las relaciones entre la actividad humana y los fenómenos de la geografía física”, a partir de tres modalidades de impacto humano “sobre la faz de la tierra”: la ocupación improductiva del suelo -caminos, viviendas e instalaciones de trabajo; la conquista “de vegetales y animales”, y “la economía destructiva” que toma riquezas de la tierra sin dar nada a cambio.
En el espíritu de su tiempo, Brunhes dejaba “a la antropología el estudio de las razas, y a la etnografía el de los comportamientos y costumbres”, y refería la relación con ellas al environment – para nosotros, el ambiente; para él, el entorno natural. Así, consideraba a “todo el conjunto de condiciones naturales” en sus múltiples conexiones con el ambiente humano, en las que resaltaba la importancia que otorgaba al “factor del trabajo”.
Para Brunhes, la presencia en la faz de la Tierra de “una serie muy extensa de fenómenos de un tipo enteramente nuevo”, desde ciudades hasta campos cultivados, y masas de población “más o menos densas”, hacía de los seres humanos, “en sí mismos, hechos de superficie y por tanto hechos geográficos.” Todos esos factores formaban, así, “un complejo grupo de factores infinitamente variable y variado” están “relacionados más o menos directamente con el hombre”. Y esto se vinculaba, además, con un hecho de gran importancia en nuestro tiempo.
Todo “lo que nos concierne”, decía Brunhes, “está en transformación; todo está en incremento o decrecimiento. Nada está realmente inmóvil ni es ajeno al cambio.” Por ello, “aun si el testimonio superficial de nuestros sentidos nos revela únicamente inmovilidad y estabilidad, debemos reconocer el factor de movimiento, cambio, actividad.”
La economía destructiva hacía parte de ese movimiento, al funcionar como un factor de devastación de la flora, la fauna y los yacimientos minerales, sometidos a actividades de extracción “sin propósito o método de reposición.” Hoy sabemos, además, que el alcance de esa devastación incluía a las sociedades del entorno en que tenían lugar tales actividades.
No extraña que para Brunhes que, si bien esa economía había tenido gran importancia en “el primer desarrollo de la tierra por el hombre”, y seguía teniéndola en muchos “países nuevos”, resultaba “particularmente extraño” que acompañara especialmente a la civilización, mientras los pueblos primitivos la conocían únicamente “en formas atenuadas. Sin duda, decía, “despojan y destruyen parcialmente”, pero no “en el verdadero sentido del término, y no deben sufrir la carencia “que constituye el resultado usual de la devastación”.
El tema, como vemos, no es nuevo, y reclama sin duda renovar su debate en nuestro tiempo, cuando lo devastado es cada vez mayor, y la posibilidad de recuperarlo cada vez menor. La economía destructiva se contrapone al trabajo con la naturaleza, y no habrá lugar para ella en un futuro sostenible.
Alto Boquete, Panamá, octubre / noviembre de 2024
NOTA:
[1] (1920): Human Geography. An attempt at a positive classification. Principles and examples. Rand McNally & Company, Chicago New York.
No hay comentarios:
Publicar un comentario