El encargado de meter a la USAID en “la trituradora de madera” es el megamillonario Elon Musk a quien se le ha otorgado la tarea de recortar los presupuestos y programas federales, acusados de corrupción y fraude, sin proporcionar pruebas. La administración ordenó a miles de trabajadores de la agencia que regresaran al extranjero, más de diez mil, los puso en situación de licencia indefinida y trasladó la supervisión de la agencia al Departamento de Estado. Los críticos opinan que la orden ejecutiva de Trump provocará una catástrofe humanitaria y socavará la influencia, la fiabilidad y la posición global de Estados Unidos.[1] Esta medida echa por tierra a un organismo creado por el presidente John F. Kennedy el 3 de febrero de 1961 quien un mes más adelante pondría en marcha la Alianza para el Progreso dedicada a fomentar programas de asistencia para América Latina luego del triunfo de la Revolución cubana en 1959.
Muchas comunidades serán condenadas a la intemperie, las mismas que son expulsadas por su situación migratoria ilegal. Hecho que ha generado una dura crítica del Papa Francisco a través de una carta dirigida a los obispos de Estados Unidos este martes 11 de febrero, quien les advirtió: que la iniciativa para expulsar a personas únicamente en base a su estatus las priva de su dignidad inherente y terminará mal.
Esto, sumado a las barbaridades que viene imponiendo desde que asumió el gobierno, cuya correspondencia en la política local continúa la cruzada en contra del Estado, minando las instituciones de la Memoria Histórica, cuyos archivos establecidos en la Escuela de Mecánica de la Armada, la tristemente célebre ESMA, han hecho posible la recuperación de niños apropiados en la última dictadura.
La horda de centennial manejados por las pantallas de celulares, desayunan y se van a dormir con tik toks que alientan el despertar de leones. Emprendedores ignorantes de las luchas emprendidas por la humanidad se sumergen de lleno en las consignas Vida, libertad y propiedad privada, que dispara en cada exhortación el profeta patilludo. Al menos, los grupos discriminados que son golpeados semana a semana por policías y gendarmes, a los que les han aumentado el sueldo para que sigan dando palos, mantienen sus banderas de rebeldía en alto, mientras la oposición se repliega no a cuarteles de invierno, sino a la frescura de las playas nacionales.
Sin embargo, la sombra del pasado nos acecha; pasado que hilvana el entramado presente y futuro, aunque desde la superficie actual no se advierta la furiosa turbulencia que contiene.
Habiendo analizado en profundidad el Derecho constitucional y su evolución en el mundo occidental en mi tesis doctoral en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina, deduje que tres países fueron pioneros en declarar los derechos sociales en sus Cartas magnas en la segunda década del siglo pasado, la misma década en la que se produce la horrorosa y fratricida Gran Guerra.
El primer atisbo se produce en Argentina en 1916, precisamente en mi tierra, Mendoza por unanimidad de los tres partidos políticos que conforman la Constituyente que comienza a funcionar en 1914, el partido Popular de tendencia conservadora, el partido Radical de la mano del caudillo provincial, José Néstor Lencinas y el partido Socialista donde convergen las aspiraciones revolucionarias de los obreros ferroviarios que luchan por la cuestión social. Fruto de ello son los artículos 44 y 45. Esta situación de acuerdo unánime, es desplazada por la Constitución mexicana elaborada en el Estado de Querétaro en 1917, consecuencia de una lucha campesina emprendida luego de la caída de Porfirio Díaz, teniendo como protagonistas entre otros a Francisco Pancho Villa, general de la División del norte y a Emiliano Zapata, general de la División del sur; la encarnizada lucha dura varios años y se cobra la vida de más de tres millones y medio de personas, ya sea por combates directos, represión gubernamental, hambrunas o epidemias como la viruela, fiebre amarilla, tifoidea y otras. Razón por la que es reconocida como la primera y recordada por el nombre de una calle cercana al Zócalo, Artículo 123, por ser el que contiene los derechos sociales adquiridos a sangre y fuego.
La tercera es la Constitución de la República de Weimar de 1919 y su artículo 173, cuya aplicación luego de perdida la guerra, arrastró a Alemania al nacional socialismo y a los horrores por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
En “La sombra de Heidegger”, del filósofo, historiador y escritor argentino José Pablo Feinmann (1943-2021), editada en 2008, narra que en 1948, en una carta dramática y final, Dieter Müller le cuenta a su hijo cómo Martin Heidegger se convirtió en maestro de toda una generación. Cuando finalmente Alemania es derrotada, Dieter se exilia en Argentina. Prefiere pensar que las noticias de horribles matanzas, campos de concentración, cámaras de gas, son versiones triunfalistas de los Aliados, hasta que descubre que él como Heidegger y todos sus compañeros han sido cómplices del horror infinito.
Años después, el hijo de Dieter, Martin, va en busca de Heidegger para pedirle una explicación por la tragedia de su padre, que se transforma en la meta de su vida. Feinmann desentraña la relación de los intelectuales con el poder y pone al descubierto la ambigüedad de las verdades absolutas, la racionalidad del horror y el engaño de la inteligencia.
La sombra del pasado acecha a la vuelta de la esquina, tras las conquistas colectivas de derechos, porque como el título de un maravilloso libro de Andrés Rivera, “La revolución es un sueño eterno”, novela que se desarrolla en la Revolución de Mayo de 1810, donde un brillante y joven orador el día 22 tuerce los destinos de la Patria naciente, el jacobino abogado, Juan José Castelli, quien en diciembre es traicionado por el poder porteño y mandado a Huaqui mientras es juzgado, donde muere paradójicamente, de cáncer de garganta. Paradoja que parece condenar a esta joven nación en sus más de 224 años de existencia.
La sombra de Heidegger, nos arroja párrafos memorables:
“En 1927 apareció Ser y tiempo. Dediqué un año a estudiarlo.
El genio de Hegel, cuando tempranamente leí la Fenomenología del Espíritu, me había deslumbrado.
El de Heidegger me encegueció.” pág. 17
La sombra del pasado siempre acecha, por eso recurrimos al arte para volver sobre las semillas del horror que parecen arrojarse descuidadamente sobre la tierra fértil. Babylon Berlín es una serie de televisión alemana estrenada en 2017. Se basa en las novelas del escritor y periodista Volker Kutscher, cuyo primer título, Der nasse Fisch, se publicó en español como Sombras sobre Berlín. El principal protagonista es el inspector de policía Gereon Rath. La serie reproduce investigaciones policíacas en la ciudad de Berlín entre 1929 y 1934 en la República de Weimar.
Los mismos autores producen otra serie similar: La casa de las promesas, donde la joven Vicky abandona su pueblo natal para labrarse un futuro en Berlín de los finales de los años veinte del siglo pasado. Son tiempos en que la pobreza se extiende día día por toda la ciudad. Vicky trata de encontrar trabajo en los grandes almacenes Jonass, que prevén abrir sus puertas próximamente. Su sueño es ser dependienta, para no tener que depender de nadie. Mientras tanto conoce a Elsie, una bailarina de cabaret que le ayuda a abrirse paso en la ciudad desde el principio y también conoce a Harry, un joven pianista, aparentemente sin recursos, que esconde su verdadera condición. Con él comienza una complicada historia de amor. Las vidas de los personajes se entrelazan con los acontecimientos políticos y sociales de esos convulsos años y avanza a través de décadas posteriores.
La casa de las promesas se basa en el galardonado best-seller de Sybil Volks "Torstraße1" que cuenta la historia de dos familias y un edificio histórico en el corazón de Berlín, y se inspira en la historia de los legendarios almacenes Jonass, que ahora son el Soho House Berlín.
El personaje de la novela de Feinmann ratifica la atmósfera que rodea a Berlín en esos momentos:
“Rainer odiaba el desquicio de la República de Weimar. Odiaba sus políticos corruptos y mediocres, a sus sindicatos en manos del bolchevismo, a los financieros judíos y a esa turbia ausencia de identidad, a ese cosmopolitismo obsceno. Había que volver a la tierra y a la sangre. Y siempre que hablaba de la urbe contaminada, del hacinamiento, de la peste, de la inautenticidad, del espacio en que el Ser era olvidado y los hombres se entregaban a la lujuria de los entes bajo la modalidad del dinero y el sexo, una palabra, la palabra que señalaba una ciudad, salía de su boca con la violencia de un escupitajo: Berlín.” pág. 19
La sombra del pasado trepa desde las profundas raíces por el tronco hasta las ramas y las nervaduras de las hojas. Nada queda exento de contaminación.
Envalentonado por las acciones emprendidas por el geronte emperador tecnocapitalista, el cuzquito faldero austral, que dispone de espejos en todas las salas donde gobierna, se regodea con gestos autoaprobatorios por cada medida erosiva contra el Estado, junto con el destructor serial, Federico Sturzenegger, quien ahora acaba de demoler los programas de vivienda social que eran asistidas por el Fondo Nacional de la Vivienda FONAVI. Fiel a su consigna, “donde hay una necesidad, hay un negocio”, va arrasando con las posibilidades de los más necesitados, cuya cantidad crece día a día y, como no hay que ser muy espabilado para darse cuenta, no hay datos estadísticos sobre el problema.
El testimonio de la carta de Dieter a su hijo Martín, concluye:
“No tengo a quién pedirle perdón. Pero necesito hacerlo. A él le pido perdón. A ese despojo humano que camina hacia la cámara de gas. A ese muerto que va a morir. A ese ser de ojos inmensos que nada ven. A ese pobre ciego. A esa víctima, yo, le pido perdón.”... “Nada más Martin. No tengo nada que agregar. Sólo algo me permitiré aún: pedir tu perdón. Hijo mío, perdóname. Acaso te ayude a hacerlo la severidad con que he decidido juzgar y castigar mis acciones.
Dieter Müller, tu padre.
Buenos Aires, noviembre de 1948.” pag. 148
En el relato del hijo, Martin busca al maestro Heidegger:
“Decidí llegar a usted tres años después de la muerte de mi padre. Fue en noviembre de 1951. Había elecciones ese año en mi país. Bravo. Maestro. Al fin un gesto. Una expresión. ¿Se dio cuenta? Arqueó las cejas. Habrá pensado: ¿elecciones en Alemania en 1951? No. En Argentina. Mi país es Argentina. Llegué a los diez años. Estamos, ahora en 1968. Llevo 24 años viviendo en ese lejano país. Lejano para usted, no para los argentinos. Para ellos, verá, no sólo es el Centro de Occidente como para usted lo era Alemania de 1935.” págs. 164/165.
Aclaremos que en 1968, hacía un año del asesinato del Che Guevara en Bolivia y en Argentina se agotaba la dictadura del general Juan Carlos Onganía, logrando que la unión entre estudiantes y obreros generara en mayo de 1969, “El cordobazo”. Habría que esperar un año más, en octubre de 1970, para que en Buenos Aires naciera el actual presidente anarco libertario, autor de tantas atrocidades.
La sombra del pasado, como el vuelo de bandadas de buitres, oscurece el cielo cada tanto. Al menos, hasta que se agote la carroña de la que se alimentan. Luego levantan vuelo a la espera de nueva carne podrida...
Concluyo con la novela de Feinmann:
“En mayo de 1976 - en medio del período más desaforado de la masacre argentina- murió Martin Heidegger. En los últimos tiempos se había acercado al Zen. La mayoría de los masacradores argentinos (sobre todo sus tropas de choque, a las que llamaban grupos de tareas) eran antisemitas, nazis, admiradores del Führer y creían seguir la gloriosa lucha de Alemania contra el bolchevismo.
En junio de 1976 fui a dar una conferencia a Montevideo.
Ahí me llamaron un par de amigos. Habían reventado mi departamento. Un grupo de tareas fue a buscarme y no me encontró. Destrozaron todo.
Regresé a Alemania. Regresé a Friburgo. Mis amigos de Argentina (venciendo su miedo, arriesgándose) me enviaron todas las pertenencias que habían permanecido salvas.”... “Tenía conmigo la Luger. La tenía en un bolsillo interior de mi sobretodo. La saqué. La miré por última vez. Y la tiré al río. Hizo un ruido solemne. Un ruido, me atreveré a decir, histórico. Se la llevó el río.”... “Me acerco a una iglesia. Es chica. Es humilde. Tan humilde que acaso algún buen dios habite realmente en ella. Tiene unas verjas altas, pintadas de verde, que se cierran en un vértice agudo, como si una flecha señalara el cielo, y, prepotente, dijera: ahí está el secreto. Son maderas sólidas, antiguas también. Pero están algo hinchadas. Y unas gotas pequeñas como una transpiración leve, como una caricia, se deslizan por ellas. Huelen, fuertemente, a humedad. Mañana lloverá en Friburgo.” págs. 194/197[2].
Reiteramos la propuesta narrativa de Feinmann citada precedentemente: la relación de los intelectuales con el poder pone al descubierto la ambigüedad de las verdades absolutas, la racionalidad del horror y el engaño de la inteligencia.
La sombra del pasado se filtra en actos perversos que tendrán consecuencias futuras. En 1976, el futuro actual mandatario ya había sufrido maltrato infantil. Era un niño destrozado que rumiaba odio por un padre castigador. Seguramente no lo sabía. Sin embargo, alimentaba un resentimiento que explotaría décadas adelante. Las víctimas de su ira, agresión y burla no serían pocas. Serían millones de infelices compatriotas que confiaron en él para guiar los destinos del país.
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