Preguntarse por el oficio de alguien lleva implícita otra interrogante: ¿para qué sirve lo que hace ese alguien, sea cual fuere su oficio?
Marlene Vázquez Pérez / Cubadebate
Texto presentado en la VI Conferencia internacional José Martí, Por el Equilibrio del Mundo / I Congreso Mundial de Poetas en Defensa de la Paz y la Vida en la Tierra. La Habana, Cuba.
La cordial invitación a intervenir en esta mesa me ha llevado a plantearme la utilidad de la poesía, ese género debatido hasta la saciedad o hasta la inconformidad, desde que el ser humano comenzó su obra creadora ─ y destructora─, sobre la faz de la tierra. Y claro está que esa utilidad no puede ser medida, cuantificada en términos de provecho material, pero sí puede servir para reconfortar, unir, restaurar la espiritualidad, tender puentes de afecto y diálogo entre los seres humanos y ayudar en la construcción de un mundo mejor.
No es posible en Cuba hablar de poesía sin acudir a la obra de José Martí y a sus criterios sobre la trascendencia y responsabilidad del poeta, su vínculo con la Patria y con la ética. Es difícil eludir, cuando se trata con los maestros, la tentación de la cita, porque en ella encontramos ecos de nuestro propio pensamiento, afirmaciones de lo que rumiamos y rehacemos y con frecuencia no sabemos cómo decir.
Sobre el bardo y su quehacer dijo Martí en 1883: “Es su natural oficio sacarse del pecho las águilas que en él les nacen sin cesar, —como brota perfumes una rosa, y da conchas la mar y luz el sol,—y sentarse[…]a ver volar las águilas[…]”[1]
Sobre el águila como símbolo de elevación, fuerza, libertad, vigor, en la obra martiana mucho se ha escrito, y no viene al caso aquí un estudio detallado al respecto. [2] El desgarramiento y dolor que implica sacárselas de las entrañas es lo que a diario atormenta e impulsa al poeta, pero al mismo tiempo esas águilas no surgen de la nada, sino del entorno en que vivimos, del mundo que nos circunda y nos entra por todos los sentidos, ese mundo angustiante, que merece ser testimoniado y cambiado para bien, y del que el poeta no puede evadirse, mucho menos en el presente.
Concibo al bardo como un ser dotado de sensibilidad visionaria. Ella le permite iluminar tan intensamente la realidad que emerge bajo su mirada, que llega a hacerla otra en su obra. Esta transformación conforme a sus sueños y aspiraciones sintetiza de algún modo las de la colectividad a la que pertenece, y terminan, quiéralo o no, al servicio de toda la humanidad.
Entre las muchas páginas que Martí dedicara a la poesía, sobresale su breve e penetrante obituario dedicado a Julián del Casal, un poeta que cierta crítica maniquea situó a menudo en las antípodas respecto a aquel.
Sin embargo, nadie comprendería mejor que el propio Martí la naturaleza transgresora y rebelde de la obra y conducta del mayor amante en la Isla de las japonerías y de la belleza ideal. Esos versos “tristes y joyantes”[3] eran el resultado, además, de un espíritu exquisito, asqueado y lacerado por una realidad cruel, que lo hacía sentirse extraño en su propio país, corroído y corrompido hasta la médula bajo el gobierno colonial español:
En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aún poesía para mucho; todo es el valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia.[4]
Para Martí, el verso, para serlo, debe nacer de la emoción, y “ha de ser fino y profundo como una nota de arpa […].”[5] Esa belleza, poéticamente hablando, no excluye el profundo sentido ético de un autor que no recortaba versos, y definía los propios como tajos de sus propias entrañas. Con él se cumple de manera palmaria la frase acaso más contundente que escribió en el obituario a Casal: “La poesía vive de honra.”[6]
De esa honradez, precisamente, viene otra de las tareas que trae consigo el oficio de poeta: dar fe del mundo que nos rodea, ahondar en él con las herramientas que sólo posee un verdadero artista, en el sentido más amplio de la palabra, a saber, la intuición, la capacidad de descubrir lo singular, de iluminarlo y compartirlo. Por la vía de la imagen se llega a la verdad, a la defensa de la justicia, al conocimiento cabal del mundo, con el valor añadido de la musicalidad y la belleza.[7]
Esa capacidad testimonial de la poesía me conduce a pensar en otro de nuestros grandes: Eliseo Diego, quien estuvo siempre convencido, y lo demostró con su obra, que: “No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio […].”[8]
El modo especial en que Eliseo asume la utilidad de la poesía se concentra en un verbo de mucha fuerza expresiva y cognoscitiva: “Atender”. Desde la poesía son viables todos sus significados, tanto los que refieren a cuidados, protección, acogida, como los que aluden a aprehensión de un objeto espiritual o sensible. Pensemos con el autor de “En la calzada de Jesús del Monte”, que en el centro de la creación poética debe atenderse intensamente, según sus propias palabras , “[…]a los colores y sombras de mi patria; a las costumbres de sus familias; a la manera en que se dicen las cosas; y a las cosas mismas –oscuras a veces y a veces leves[,,,]”[9]
Estar atentos a esas pequeñas cosas, que van conformando las grandes y trascendentales, como la libertad, la patria, la paz de cada día, viene a ser un imperativo cada vez mayor para los poetas en este mundo en crisis galopante, donde la banalidad, la prisa, la competencia, el afán de posesión material, el egoísmo, ponen en riesgo el espíritu, el respeto, la capacidad de diálogo, tanto de ciudadanos como de pueblos y gobiernos. Por ese camino se va directo a las guerras de conquista y puede la poesía ser útil como elemento cohesionador de las colectividades.
De modo inigualable entendió Martí este poder de la lírica y así lo declaró en su semblanza “El poeta Walt Whitman:”
¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues esta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida. ¿Adónde irá un pueblo de hombres que haya perdido el hábito de pensar con fe en la significación y alcance de sus actos?[10]
Que la poesía siga siendo ese puntal de nuestras identidades nacionales, a la vez que voz dominante en el reclamo universal por un mundo mejor, depende muchísimo de la responsabilidad de los creadores, promotores y profesores de lengua y literatura. Asumamos como tareas de nuestro día a día lo que recomendaba Martí:
[...] lo que ha de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres que se quieran bien, y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros.[11]
Cada poeta presente en este congreso aportará, seguramente, nuevas obras que fortalezcan la concordia, el rechazo a toda forma de violencia, la voluntad de construir conscientemente la paz.
Quiero compartir con los presentes un poema inédito, de escritura reciente, expresivo de estas inquietudes:
“De guerra y otros demonios”
Me veo ahí, los ojos de asombro a la altura del fogón,
buscando estrellas en las brasas.
Todavía no junto bien las letras,
salto en un solo pie,
me enredo con la suiza
y otra vez doy contra el piso.
Barbulle el agua al fuego,
persiste la llovizna contra el zinc
y abuela pela las viandas del almuerzo.
Una palabra, Guerra,
percute como un golpe en plena cara,
me congela la risa.
La sorpresa se va tornando miedo:
Repta un frío impreciso por mi espalda,
me eriza cada vello,
un nudo en el estómago me sube a la garganta.
No sé todavía qué es morirse,
Pero la guerra es fea
Oscura
Sucia
Triste
Cruel.
─Guerra ─ dice mi abuela─, ni de apellido es buena.
No sé todavía qué es morirse,
pero sí que es mejor a que te maten.
Y quiero librarme de la guerra con mis manitos cortas,
y me atenazo el cuello hasta jadear.
Abuela me zarandea de los pelos:
"-Siempre pensando en las musarañas esta niña!
¿Quién dijo guerra?
Eso es cuento de Antonio, hablando boberías. "
Seca mis lágrimas, “¡Ya pasó, no es nada!”
Me besa, respira hondo y oculta mal su llanto.
A ratos vuelvo a ser aquella niña
pero abuela no está,
ni el mágico delantal de los consuelos.
La guerra ya es drama cotidiano
O espectáculo atroz en todas las pantallas del planeta.
Cada niño caído, peñasco en la conciencia
cada abrazo postrero, dolor insondable que no cesa.
Muchas gracias.
NOTAS:
[1] JM: “Prólogo a El Poema del Niágara, de Juan Antonio Pérez Bonalde. Obras Completas, edición crítica, tomo 8, p. 145.
[2] Véase al respecto Ivan Schulman Símbolo y color en la obra de José Martí, Gredos, Madrid, 1960, p. 97-108.
[3] JM: “Julián del Casal.” Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, (En lo adelante OC), t. 5, p. 221.
[4] JM: Ibídem.
[5] Op. Cit. p.222.
[6] Ibídem.
[7] Véase lo siguiente: “[…] En forma de precepto da la verdad, el raciocinio filosófico. En forma de imagen da la verdad, la poesía” (JM: “Francia. Quincena de poetas. Sully Proudhomme en la Academia”,
OCEC, t. 11, p. 173; OC, t. 15, p. 268. )
[8] Eliseo Diego: Prólogo a Por los extraños pueblos.
[9] Prólogo a Por los extraños pueblos.
[10] JM: “El poeta Walt Whitman”, OC, t. 13, p. 135.
[11] “La última página”. La Edad de Oro. No. 1. Nueva York, julio de 1889. OC. 18:349.
1 comentario:
¡¡¡ FELICITACIONES... SUPER !!!
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