sábado, 15 de febrero de 2025

José Martí para una ecología política nuestra

 Para Martí, en la naturaleza así concebida “cada orden existente tiene relación con otro orden”, y “todo fortifica la creencia en la íntima dependencia y rigurosa analogía de las diversas creaciones de la naturaleza”.

Guillermo Castro H. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá 


“Dóblese sobre el hombre el que quiera revelar las leyes del hombre.  Y no constituyan con la sotana científica la sotana religiosa. La buena fe del intento, la buena tendencia del intento no excusa sus yerros, porque los hace más peligrosos. Se han de estudiar a la vez, si se quiere saber de sociedades humanas, las influencias extrahumanas, los motivos generales de agencia humana, y las causas precipitantes o dilatorias que han obrado  para alterar el ajuste natural entre estas dos fuerzas paralelas.”

José Martí, s.f.[1]


Hace siete años ya que el historiador argentino Fernando González publicó en una revista colombiana su artículo “José Martí: antecedentes de una ecología popular latinoamericana”.[2] Allí abordó el tema a partir de la concepción martiana de la naturaleza que encontramos en sus notas filosófica:

 

¿Qué es la naturaleza? El pino agreste, el viejo roble, el bravo mar, los ríos que van al mar como a la Eternidad vamos los hombres: la naturaleza es el rayo de luz que penetra las nubes y se hace arco iris; el espíritu humano que se acerca y se eleva con las nubes del alma y se hace bienaventurado. Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos; corrientes esclavas en su cauce, raíces esclavas en la tierra; pies, esclavos como las raíces; almas menos esclavas que los pies. El misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es, deforme o luminoso u obscuro, cercano o lejano, vasto o raquítico, licuoso o terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los hombres, es naturaleza” (XIX, 364).[3]

 

Para Martí, en la naturaleza así concebida “cada orden existente tiene relación con otro orden”, y “todo fortifica la creencia en la íntima dependencia y rigurosa analogía de las diversas creaciones de la naturaleza” (XXIII, 238). Desde allí, dice González, Martí consideraba al ser humano “como parte de la naturaleza a diferencia de muchos pensadores de la época”, con una especificidad definida en su relación de interdependencia y complementariedad con los demás elementos naturales. 

 

Esta acepción martiana, agrega, puede ser considerada como una síntesis humanista de la dualidad “hombre-naturaleza”, en la cual el ser humano “no es un soberbio ser central, individuo de especie única, a cuyo alrededor giran los seres del cielo y de la tierra, animales y astros; sino la cabeza conocida de un gran orden zoológico”. Y esa relación entre ambos bien podría tornarse virtuosa mediante la educación natural, que sustituyera “al conocimiento indirecto y estéril de los libros por el conocimiento directo y fecundo de la naturaleza” (VIII, 291), atendiendo a que “la historia es solamente la narración del trabajo de ajuste y los combates entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana”. (XXIII, 44).

 

En lo que hace a esos trabajos de ajuste en el plano económico, González destaca la “visión humanista del progreso económico” que llevó a Martí a sostener en 1894 que 

 

La grandeza de los pueblos no está en su tamaño, ni en las formas múltiples de la comodidad material, que en todos los pueblos aparecen según la necesidad de ellas, y se acumulan en las naciones prósperas, más que por genio especial de raza alguna, por el cebo de la ganancia que hay en satisfacerlas. El pueblo más grande no es aquel en que una riqueza desigual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos, y mujeres venales y egoístas (…). La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombre y de mujer que en ella se produce. (VIII, 35)

 

Su crítica de las situaciones coloniales de los países de Nuestra América incluía a “las actividades económicas que esta situación colonial imponía.” Al respecto, su cuestionamiento de las economías latinoamericanas incluyó “una temprana llamada de atención a la instalación de las economías de enclaves, en especial vinculadas a las actividades extractivas”. Así, dice González, durante su estancia en México Martí señaló que “nada pone la industria extractiva en el lugar de lo que arranca. La industria fabril crea y transforma, en cambio, de un modo siempre nuevo productos fijos y constantes, en los que se asienta el verdadero bienestar de una nación” “. (VI, 268)

 

Esta crítica, añade, cuestionaba al metabolismo en que se insertaba aquella actividad, al señalar Martí que “las minas no son hoy un alimento de la riqueza nacional”. (Ibid.) La agricultura, en cambio, constituía la “única fuente constante cierta y enteramente constante pura de la riqueza” (VIII, 298). “Más oro y plata que en nuestras minas”, decía,

 

tenemos en nuestras plantas textiles, en nuestra farmacopea vegetal y en nuestras maderas tintóreas y aromáticas. (…) La caña de azúcar, hasta en el tallo del maíz, en la calabaza y en la papa está teniendo competidores: el café viene a barcadas de la India. Países industriales ni somos, ni en mucho tiempo podremos ser: necesitamos, pues, mejorar constantemente nuestros cultivos, ya que nuestra tierra está saturada de estas plantas, y con buena labor las producirá mejor que sus rivales: necesitamos crear cultivos y explotaciones nuevas (VIII, 366).

 

Y aun eso no excluía “una crítica bastante radical para su época a las políticas agrarias que inducían a los monocultivos”, en cuanto “comete suicidio un pueblo que fía su subsistencia a un solo fruto”. Al respecto, advertía contra la especulación asociado a “las grandes operaciones bursátiles” basadas en ese tipo de agricultura, “verdaderos juegos de azar, y como bombas mágicas, que ya son de oro, ya de jabón” (VII, 189). 

 

Martí, en cambio, manifestaba un permanente interés en la diversidad de los cultivos respaldada por el estudio de la tierra y sus productos, en términos que, para el autor, se acercan “a lo que hoy denominamos ‘agroecología’”. Esta visión incluía la necesidad de conservar, mejorar y multiplicar los bosques, por motivos tanto económicos como ambientales. Para Martí, si bien la plantación de árboles era costosa, “cuando están crecidos dan frutos, resina, corteza y después madera y leña cuando se cortan, todo lo cual paga con exceso el sacrificio que se hizo para criarlos” (VIII, 302). Y a ello agregaba que

 

las masas de árboles favorecen las lluvias, dan humedad al aire, evitan que la tomen de las plantas agrícolas y las agoten; sujetan las tierras y las aguas, evitan los hundimientos, los arrastres, las inundaciones y los torrentes; dan frescura al suelo y permiten así que crezcan buenos pastos; forman abrigos en las regiones meridionales para preservar los cereales del viento solano o levante, en el período crítico de la granazón; son, en una palabra, los árboles, además de un gran elemento de riqueza, los mejores amigos de la agricultura y de la ganadería”

 

Con ello, para Martí era evidente “una cuestión vital para la prosperidad de nuestras tierras, y el mantenimiento de nuestra riqueza agrícola” era – como para nosotros-, “la conservación de los bosques, donde existen; el mejoramiento de ellos, donde existen mal; su creación, donde no existen”. (Ibid.) Esto, además, desde una visión para la cual “comarca sin árboles, es pobre. Ciudad sin árboles, es malsana. Terreno sin árboles, llama poca lluvia y da frutos violentos”. (Ibid.) 

 

Esta percepción de lo que hoy llamaríamos la dimensión ambiental del desarrollo humano hacía parte, en Martí, de su propuesta política de emancipación latinoamericana y combate al colonialismo. Para González, el sujeto llamado a encarar estos desafíos era aquel a quien Martí llamara el “hombre natural” de Nuestra América. Al respecto, cita a María Fernanda Pampín, para quien ese hombre natural “se postula como colectivo, un ‘nosotros’, del que Martí puede plantearse como ejemplo para poder reflexionar sobre la sociedad futura y deseable para el pueblo cubano.”[4]

 

Se trata, en breve, del sujeto colectivo de una América nuestra en la que no hay “batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”, el cual 

 

es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofrende prescindiendo de él. Que es cosa que no perdona el hombre natural, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés.

 

Y añade:

 

Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder, y han caído cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador. (VI, 17).

 

Del proceso de conformación y valorización de este sujeto colectivo – en el que “surgen los estadistas naturales del estudio directo de la Naturaleza” - nace para Martí el buen gobernante, que “no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país”. Así, puesta en acto como política la visión del mundo inherente a la cultura martiana, el buen gobierno “no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”. (Ibid.)

 

Para Fernando González, en 2018 ya era evidente el aporte de Martí a la creación de una ecología política de nuestra América, atendiendo -como lo pidiera Enrique Leff – a la necesidad de“delimitar su espacio, fijar sus fronteras y colocar membranas permeables con disciplinas adyacentes”. No cabe sino coincidir con el autor en que “la ecología política no es un hecho arbitrario de nuestro momento histórico, sino que está enraizado en las más diversas tradiciones del pensamiento latinoamericano”, que ya demanda una nueva síntesis histórica. A eso está la labor de un número creciente intelectuales de nuestra región, mucho de ellos martianos sin saberlo.

 

Alto Boquete, Panamá, 13 de febrero de 2025, 

aniversario 96 del nacimiento de Omar Torrijos Herrera



NOTAS

[1] Artículos varios: “Notas para artículos”, en “Serie de artículos para La América. XXIII, 45. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXIII, 45.

[2] González, Fernando (2018): “José Martí: antecedentes de una ecología popular latinoamericana”. Pensamiento Americano / vol. 11, núm. 21, 2018. Corporación Universitaria Americana, Colombia.

pensamientoamericano@coruniamericana.edu.co https://portal.amelica.org/ameli/journal/761/7613800008/html/

[3] Salvo indicación en contrario, todas las citas de Martí provienen de la edición de sus Obras Completas (1975). Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 27 tomos.

[4] Pampin, M. F. (2009:113). “Los Diarios de Martí y el Hombre Natural”. Temas Nº 57, pp. 105-114.https://temas.cult.cu/revista/mostra_articulo/1079

 

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