Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero abordaje ecológico siempre se convierte en un abordaje social, que debe integrar la justicia en los debates sobre el medioambiente, para oír tanto el clamor de la Tierra como el clamor de los pobres.
Frei Betto / Cubadebate
En 1974, Hans Magnus Enzensberger publicó un artículo titulado “Para una crítica de la ecología política” en el que cuestionaba el paradigma marxista de que el desarrollo de las fuerzas productivas erradicaría la miseria. Aliado a Marcuse, el intelectual alemán enfatizó que “las fuerzas productivas se revelan como fuerzas destructivas y amenazan toda la base natural de la vida humana”.
La creciente industrialización, la expansión del consumismo, la “sociedad de la superabundancia”, destruyen el equilibrio ambiental, sacrifican a los más pobres y comprometen el futuro de las próximas generaciones. Es una paradoja: la riqueza genera pobreza, como advierte el papa Francisco en la encíclica Laudato si (Alabado seas: sobre el cuidado de la casa común).
En Ecología, una ética de la liberación, el filósofo André Gorz señala que la ecología solo alcanza su carácter político y ético cuando se comprende que la devastación de la Tierra es resultado de un modo de producción centrado en la maximización de las ganancias y el uso de tecnologías y recursos que violentan el equilibrio biológico, como los combustibles fósiles,
En Tesis sobre la filosofía de la historia, Walter Benjamin cuestionó el concepto tecnocrático y positivista de la historia derivado del desarrollo de las fuerzas productivas. Soñó con un tipo de trabajo que “lejos de explotar la naturaleza, sea capaz de sacar a la luz a sus criaturas adormecidas en su vientre como promesas”.
En 1964, hace sesenta años, Murray Bookchin escribió: “Desde la revolución industrial, la masa atmosférica total de dióxido de carbono aumentó 13% con respecto a los niveles anteriores, que eran más estables. A partir de bases teóricas sólidas se puede afirmar que ese creciente manto de dióxido de carbono, al interceptar el calor irradiado por la Tierra hacia el espacio sideral, conducirá al aumento de las temperaturas atmosféricas, a una circulación de aire más violenta, a patrones más destructivos de tempestades y, finalmente, al derretimiento de los casquetes polares (…), al aumento del nivel del mar y a la inundación de vastos territorios”. Más claro, el agua.
En 1972 Marcuse descubrió a la naturaleza como aliada de los que luchan contra las sociedades depredadoras, como la capitalista. En Contrarrevolución y revuelta, afirmó: “El descubrimiento de fuerzas liberadoras de la naturaleza y de su papel vital en la construcción de una sociedad libre se convierte en una nueva fuerza de cambio social”.
Ese debate sobre la ecología política dio origen al ecosocialismo, en el que se destaca la obra de Michael Löwy. Cuanto más avanzan las fuerzas productivas sin parámetros ecológicos, más se degrada la naturaleza, su única fuente de recursos. Se destruyen las bases de sostenibilidad de la especie humana. La ambición tecnoeconómica predomina sobre las condiciones de la vida en la Tierra.
La racionalidad moderna comete otro grave error al excluir del pensamiento ecológico prácticas tradicionales indígenas y campesinas. A fin de dominar territorios de los países emergentes y subdesarrollados, impone el pensamiento tecnocrático y promueve la colonización del conocimiento. Por eso las luchas de los pueblos originarios son políticas y epistemológicas, dado que tienen como objetivo la descolonización del conocimiento para alcanzar la emancipación cultural y política y el surgimiento de territorios sostenibles de vida. Es necesario descolonizar el saber, lo que significa promover el reconocimiento y la revalorización de los saberes tradicionales y otros, denominados “sabiduría popular” o “saber local”.
Como señaló Milton Santos, la visión eurocéntrica de la cultura, impuesta como valor universal, tildó de retrógrada la cultura de los pueblos originarios, silenció culturas o saberes con su razón instrumental.
En la encíclica Laudato si, el papa Francisco resalta que “los efectos más graves de todas las agresiones ambientales recaen sobre los más pobres. Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero abordaje ecológico siempre se convierte en un abordaje social, que debe integrar la justicia en los debates sobre el medioambiente, para oír tanto el clamor de la Tierra como el clamor de los pobres.
“Todo el Universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su cariño sin medida por nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es una caricia de Dios.
“Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en peligro de extinción, pero permanece completamente indiferente ante el tráfico de personas, no se interesa por los pobres o procura destruir a otro ser humano que no le gusta.
“Todo el abordaje ecológico debe integrar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más desfavorecidos”.
Como decía Chico Mendes, separar la cuestión ambiental de la política no es ecología, sino jardinería.
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